EL MUNDO › CERCA DE 600 MUERTOS POR LAS LLUVIAS EN LOS CERROS DE NOVA FRIBURGO
Los torrentes de agua y tierra que devastaron una extensión superior a la del municipio de San Pablo, la mayor ciudad sudamericana. En Teresópolis, camiones frigoríficos, en vez de pescado, abrigaban cadáveres todavía sin identificación.
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Al principio de la tarde de ayer volvió a llover en la región de la sierra vecina a Río de Janeiro. Y con la lluvia, volvieron a ocurrir derrumbes en algunos cerros de Nova Friburgo, a unos 135 kilómetros de distancia. Tramos de la carretera Río-Friburgo fueron tragados, dejando aislados camiones que transportaban comida y medicinas. Los equipos de rescate trabajaban con las manos, pues las máquinas pesadas no llegaban a los lugares inundados. En Petrópolis, a unos 70 kilómetros de Río, había sol.
El movimiento típico de los fines de semana era, esta vez, una extensa romería de gente tratando de localizar parientes desaparecidos, o de llegar a sus casas para saber las dimensiones del desastre. En otra ciudad de la región, Teresópolis, camiones frigoríficos, utilizados para llevar pescados del litoral a la montaña, abrigaban cadáveres todavía sin identificación.
En esa tarde de un fin de semana de colapso, las autoridades calculaban que el número de muertos en cinco ciudades de la sierra se acercaba a 600, y los desabrigados eran más de ocho mil. Los moradores de la región, mientras deambulan en procesiones de desesperación y vértigo, aseguran que los muertos serán por lo menos el doble. Es que nadie logró llegar a los lugares más duramente alcanzados por los torrentes de agua y tierra que devastaron una extensión superior a la del municipio de San Pablo, la mayor ciudad sudamericana.
Desde la madrugada del miércoles enormes áreas devastadas seguían sin agua potable, sin luz, sin teléfono. Ni siquiera los celulares funcionaban. A la tragedia de la destrucción le siguió la desesperación por el aislamiento.
Fueron poco más de tres horas de lluvia en la madrugada del miércoles. Pero los cielos han vertido, en esas tres horas, más agua que la prevista para enero. La naturaleza enloquecida destrozó todo lo que estaba al paso de ríos desbordados y de cerros desmatados.
Como siempre, la gente pobre fue la más castigada. Pero muchos de los ricos de la región de Itaipava, en Petrópolis, perdieron sus casas, sus creaciones de caballos de raza, sus canchas de tenis. Y tuvieron también sus muertos: en una sola de sus quintas, 16 integrantes de una de las familias más pudientes de Río murieron cuando el arroyo Santo Antonio se transformó en un caudal gigantesco y desbordado, e invadió y destrozó la casona donde veraneaban.
Ha sido un fenómeno de la naturaleza, incontrolable, con sus aguas corriendo a cien kilómetros por hora, en medio de vendavales de fuerza descomunal. Algo que se repite con frecuencia cada vez más atemorizante en todo el mundo, es verdad. Pero las trágicas inundaciones que ahora mismo transformaron a Australia en una ciénaga inmensa dejaron un rastro de 42 muertos. En las montañas de Portugal, aluviones de agua, tierra y nieve inundaron varias ciudades y poblados, dejando 19 muertes. ¿Por qué en las ciudades de la sierra vecina a Río los muertos llegan a casi 600?
Es que aquí, a la furia de la naturaleza se suma la irresponsabilidad atávica e histórica de alcaldes y gobernadores. No hubo sistemas de alarma, y después de la tragedia el trabajo de rescate se realizó a puro pulso, con base en el valor y la generosa solidaridad de bomberos y voluntarios. Lo peor del desastre se dio en los cerros ocupados irregularmente, con casas levantadas en áreas de risco extremo y evidente, que jamás debieron haber sido construidas allí.
La ocupación irregular de tierras públicas, muchas de ellas en zonas de preservación forestal, crece delante de los ojos de las mismas autoridades que ahora prometen el oro y el moro para las víctimas. Muchas de esas ocupaciones han sido incentivadas por concejales, diputados estaduales, candidatos a alcalde, secretarios municipales. Toda una clase política que mira para otro lado mientras el problema se agrava.
Los proyectos de construcción de viviendas populares para las poblaciones que serán removidas de las áreas de riesgo son, todos, espectaculares, bien fundamentados, bien elaborados. Tienen, además, otra característica: no han salido nunca del papel. Quimeras de campaña electoral, heraldos de una tragedia esperada.
En el distrito de Areal, un paraje apacible y hermoso de Petrópolis, no hubo muertos. Un vecino armó un equipo de sonido en el techo de su camioneta y quedó circulando horas por las calles de la ribera del río, alertando a los moradores para que abandonasen sus casas.
Ellos se organizaron en grupos, armaron un esquema de vigilancia para evitar que sus residencias fuesen saqueadas, y se fueron lejos de la ribera. Ese sistema rudimentario de alerta y prevención evitó que hubiese muertos. No hubo ninguna iniciativa municipal, estadual o federal semejante. Muchas vidas perdidas podrían haberse salvado.
Al final de la tarde de ayer, cuando volvió la lluvia sobre Friburgo, el gobierno de Río trataba de organizar la distribución de comida, ropa y agua para los miles de desalojados. Y también recaudaba, con la ayuda del gobierno federal, dosis de vacuna antitetánica por todo Brasil. Serán necesarias alrededor de cien mil dosis.
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