EL MUNDO › OPINION
› Por Emir Sader *
El Foro Social Mundial ya tiene una historia, que no puede ser entendida sin el elemento que le dio origen y al que está intrínsecamente vinculado: la lucha contra el neoliberalismo y por un mundo posneoliberal. Ese es el sentido de su lema central, “Otro mundo es posible”.
En el origen está el “grito zapatista” de 1994, convocando la lucha global. Luego vino el editorial de Ignacio Ramonet en Le Monde Diplomatique llamando a la lucha contra el “pensamiento único”, las manifestaciones en Seattle que evitaron la reunión de la OMC y las de Suiza contra Davos.
Con el crecimiento de esta resistencia, se pensó en un Foro Social Mundial en oposición al Foro Económico Mundial de Davos. La idea fue de Bernard Cassen, el periodista francés que dirigía Attac, que propuso que la sede fuera en la periferia del sistema –donde viven las víctimas del neoliberalismo–, en Brasil –que tenía la izquierda más fuerte del momento– y en Porto Alegre –por las políticas locales del PT–.
Tras el primer Foro se formó un Consejo Internacional con participación de cualquier entidad que quisiera incorporarse, pero bajo la dirección de un restringido grupo de entidades brasileñas, dominadas por ONG. Esto fue una limitación porque si bien el movimiento se apoyaba en movimientos sociales, las ONG se apoderaron del control pese a su carácter ambiguo, hasta neoliberal, con casos de antecedentes oscuros. La restricción estaba en que se limitaba la pertenencia a una supuesta “sociedad civil”, definición liberal, opuesta a gobiernos, partidos y Estados. También quedaba fuera la lucha por la paz, un tema que ganó centralidad con la política de “guerras infinitas” de EE.UU. y representó la herramienta de mayor movilización en la resistencia a la guerra de Irak.
El Consejo Internacional decidió que la sede mudara, con lo que se realizaron encuentros en India y Kenia, y que fueran cada dos años, alternando con foros regionales. En el camino, el foro se fue vaciando por limitarse al intercambio de experiencias entre entidades de la sociedad civil. Ni siquiera se hizo un balance de las masivas movilizaciones contra la guerra en Irak. La fragmentación aumentó a medida que se decidió que las actividades se autogestionaran y se financiaran centralizadamente, lo que dio un inmenso privilegio a las ONG y otras entidades con recursos.
Hoy, el Foro encuentra en los gobiernos latinoamericanos progresistas agentes de construcción de la agenda propuesta por el movimiento. Los movimientos sociales que supieron rearticular de modo creativo sus relaciones con la esfera política, ayudando a crear nuevos gobiernos y a construir hegemonías alternativas, avanzaron significativamente en la creación de ese otro mundo posible. Los que se refugiaron en la “autonomía” –como los piqueteros argentinos y los zapatistas– perdieron peso o desaparecieron políticamente.
En 2009 el foro volvió a Brasil en un encuentro marcado por la presencia de cinco presidentes latinoamericanos –Evo Morales, Rafael Correa, Hugo Chávez, Fernando Lugo y Lula– que encabezan gobiernos que pusieron en práctica identificadas con el foro: el ALBA, el Banco del Sur, la prioridad a las políticas sociales, los límites al capital financiero, las campañas contra el analfabetismo, la Unasur, el gasoducto continental y Telesur, entre otras. Otra marca fue la fuerte presencia de los pueblos indígenas en el Foro Panamazónico, de los campesinos, las mujeres, los negros y los jóvenes.
Con lo que el movimiento antineoliberal pasó de la fase de la resistencia a la de la construcción de alternativas. El próximo Foro Social Mundial de Dakar mostrará si sigue en los límites de la sociedad civil o está a la altura del momento y lleva la disputa a nivel global, siendo un agente en la construcción de otro mundo y no un espacio testimonial, rico pero impotente.
Este foro ya tiene una nueva agenda con la onda de protestas populares en Túnez, Egipto, Yemen y Jordania. Lo más significativo ocurre sin duda en Egipto, por la importancia geopolítica de ese país en Medio Oriente: junto a Arabia Saudita es el pilar de la alianza EE.UU.-Israel en la región. Un cambio político en esos países puede crear un terremoto geopolítico. En este caso, la pregunta es si es posible otro Medio Oriente. El castillo de las autocracias apoyadas por los norteamericanos es menos fuerte de lo que parecía.
* Secretario ejecutivo de Clacso.
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