EL MUNDO › KATHY KELLY LA PACIFISTA MAS
PERSEGUIDA, Y SU CAMPAÑA EN LAS CALLES DE BAGDAD
Luchar por la paz, contra EE.UU. y Saddam
En la capital iraquí, una mujer hace campaña contra la guerra. Pero no es cualquier mujer: Kathy Kelly, una norteamericana de educación jesuita de 50 años, pasó nueve meses en una prisión de alta seguridad de EE.UU., pero sigue desafiando a su gobierno. Esta es su historia.
Por Rory McCarthy *
Desde Bagdad
Parada en la esquina, mirando el tráfico, se encuentra una de las mujeres más buscadas de Estados Unidos. Es una ex convicta que cumplió nueve meses en la prisión de máxima seguridad de Lexington, Kentucky. Ahora recibió una multa por 10.000 dólares y se enfrenta a otro período de 12 años de prisión. Esta mañana, Kathy Kelly está violando otra vez la ley de Estados Unidos. Kelly, de 50 años, está vestida con un grueso traje oscuro, y su cabello canoso le cae desprolijamente sobre los hombros. Tiene un cartapacio de papeles bajo un brazo. Hoy es responsable de armar una pequeña demostración callejera. Media docena de sus amigos están ubicados más adelante en la calle, sosteniendo carteles que condenan los planes para una guerra contra Irak a los automovilistas que pasan. “Dígale la verdad al poder”, dice un cartel. “Ninguna guerra. Paz”, dice otro.
¿Su crimen? La manifestación en la ribera del río Tigris en el corazón de Bagdad, una ciudad que ahora es ilegal para que los ciudadanos norteamericanos (excepto los periodistas) la visiten. El gobierno de Estados Unidos ha gastado una considerable cantidad de tiempo y dinero tratando de hacer callar a Kelly. Envalentonada por ese intento, la mujer está emergiendo quizá como la más elocuente y activa propagandista antiguerra de Estados Unidos. “Soy una pacifista. No creo que la guerra sea la solución –dice–. Creo que el mundo tiene la responsabilidad de encontrar otra forma que la coerción y la fuerza para resolver las disputas que surgen cuando un país no coopera con los deseos de la comunidad mundial.” Kelly ha viajado a Irak más de una docena de veces desde 1996. Regresó en octubre con un grupo de 17 militantes antibelicistas, quienes pretenden quedarse en Bagdad aún si Estados Unidos y Gran Bretaña comienzan una guerra. La lista de sus compañeros activistas se parece a una tribu perdida de las protestas contra la guerra de Vietnam de la década de los ‘60. Algunos viven en granjas orgánicas, muchos son activistas pacifistas de tiempo completo que pagan sus propios viajes para participar en protestas en todo el mundo. Son profundamente sinceros y están absolutamente imbuidos en su acogedor y elusivo sueño del triunfo final de la protesta no violenta.
Kelly, por otro lado, parece tener una comprensión más firme del incómodo dilema en que se ha colocado a sí misma al llevar sus manifestaciones a Irak. Por cada crítica hecha a la política de Estados Unidos hacia Irak, hay otra contra el propio Saddam Hussein. Muchos ven las protestas antibélicas de Kelly como una defensa de Saddam. Kelly transita por un camino político muy estrecho. Dice que los inspectores de armas de la ONU deberían poder hacer su trabajo sin presiones de Estados Unidos ni engaños de Saddam. Y que las sanciones de la ONU y los bombardeos de Estados Unidos y Gran Bretaña sólo han dañado al pueblo iraquí y fortalecido al régimen. Pero también reconoce que Saddam ha sido brutal con los iraquíes. “Es claro que esta gente en Irak ha soportado un tiempo temible, desde cuando Estados Unidos apoyaba totalmente al régimen”, dice. Insiste en que Saddam no puede ser derrocado por la fuerza pero admite que su brutalidad ha borrado cualquier oposición interna real en Irak.
La reforma, dice, puede llegar a través de la educación, no importa cuánto tiempo tome. Es una solución imperfecta, dice, pero mejor que la guerra. “Si tuviera que pedir perfección para todo lo que hago antes de pasar a los hechos, esperaría un tiempo enormemente largo. Mi responsabilidad es responder a la crueldad y la injusticia impuesta sobre este pueblo por mi propio gobierno. Esta no es una campaña perfecta, pero no soy perfecta. Pocos los son.”
Para ser una ex convicta, Kelly no es físicamente intimidatoria, pero posee un notable vigor intelectual, quizás un legado de su educación jesuita en la Universidad Loyola en Chicago. Después de graduarse trabajó durante 18 años enseñando religión y filosofía. “Me hice pacifista. Penséque quizá no estaríamos en un constante estado de guerra si la gente que quiere la paz estuviera dispuesta a pagar un precio más alto”, dice. En 1988 fue sentenciada a un año en prisión por plantar maíz en un silo de misiles nucleares y cumplió nueve meses de su sentencia en una prisión de máxima seguridad en Kentucky. Desde entonces ha tomado parte en docenas de manifestaciones antibélicas en Haití y Bosnia y al comienzo de este año estuvo en el campamento palestino de Jenin en Cisjordania después de la ocupación del ejército israelí. Cofundó el grupo Voces en el Desierto, que hizo propaganda contra las sanciones de la ONU sobre Irak. Cuando comenzó la Guerra del Golfo en 1991, acampó, junto con otros, en el desierto, en la frontera saudita, en un intento de parar la guerra. Posteriormente, un perplejo gobierno iraquí les ordenó que se fueran del país. Desde 1996 ha regresado a Irak 17 veces, a menudo trayendo con ella medicinas y alimentos, nuevamente violando la ley de Estados Unidos. Después de un viaje en 1998, su pasaporte fue confiscado temporariamente. Luego, en noviembre del año pasado, el Tesoro de Estados Unidos le envió otra multa, ésta por 10.000 dólares. La carta la acusaba de haber exportado bienes ilegalmente a Irak seis veces y de viajar ilegalmente al país. Kelly respondió enviando por correo un sobre lleno de 6,750 denarios iraquíes, el equivalente a 20.000 dólares al cambio en 1999. Al cambio actual, el manojo de billetes valía apenas 3 dólares.
Kelly y sus amigos están impertérritos ante las amenazas del Tesoro de Estados Unidos, la perspectiva de pasar más tiempo en la cárcel o la posibilidad de resultar heridos en una guerra. Kelly admite que sus esfuerzos probablemente no estén influenciando en muchas opiniones en Estados Unidos. La mayoría de sus días en Irak, dice, son “bastante así nomás”. Pero insiste en que tiene un rol que jugar. “La red de gente en Estados Unidos que está despertando a la posible catástrofe que podría causar una guerra crece cada día –dice–. No creo que haya una forma pacífica de cambiar el gobierno de aquí de la noche a la mañana. Se necesitaría construir una sociedad civil y eso requiere mucho énfasis en la educación.”
Las sanciones de la ONU, dice, sólo han obstruido ese proceso. “No podemos ayudar al pueblo iraquí a resolver sus problemas, pero podemos educar a la gente en EE.UU. Los iraquíes no tienen dónde ir si hay una guerra. Es muy poco lo que pueden hacer para protegerse ellos mismos.”
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.)
Traducción: Celita Doyhambéhère.