EL MUNDO › NI EL ATAQUE NI SU PROPIO ALTO EL FUEGO DETUVIERON LOS COMBATES
Ya hay barricadas en las calles de la capital rebelde y protestas porque los ataques extranjeros tardaron tanto. En Trípoli, los partidarios de Khadafi rodearon su casa con banderas para “protegerlo” de las bombas.
› Por Donald Macintyre y
Kim Sengupta *
Desde Trípoli y Benghazi
Los aviones franceses dieron el primer golpe de la intervención autorizada por las Naciones Unidas. Muammar Khadafi no hizo caso durante el día de ayer al alto el fuego que él mismo propuso, matando a unas 36 personas durante los ataques cometidos contra las ciudades que maneja la oposición. La población libia protestó por la tardanza de la intervención occidental. Mientras tanto, los seguidores de Khadafi se reúnen cerca de la casa presidencial para proteger al líder libio.
En Benghazi, el alivio fue palpable cuando se enteraron de que la Organización de las Naciones Unidas autorizaba la intervención. Durante gran parte del día de ayer, los festejos de los rebeldes por la resolución 1973 –aprobada el jueves pasado por el Consejo de Seguridad– comenzó a evaporarse mientras Khadafi lanzaba feroces ofensivas. Los tanques avanzaban contra los edificios y el ruido de la batalla se acercaba cada vez más hacia el centro de la ciudad. En intervalos, a lo largo de las calles, los residentes improvisaron barricadas con muebles, bancos, carteles de tránsito y hasta una parrilla. Cada una de ellas fue organizada por una docena de rebeldes, de los cuales sólo la mitad contaba con armas.
La desesperación estaba por todos lados. Un vocero militar dijo antes de que terminara la reunión en París: “¿Dónde están las potencias occidentales? Dijeron que iban a atacar en cuestión de horas”. Hassan Marouf, de 58 años, comentó parado en la puerta de su casa en Benghazi: “Los hombres no tenemos miedo de morir, pero mi mujer y mis hijos están adentro y están llorando. Ayúdennos”. En ese momento del día, seguían estando solos. Para el mediodía, 31 cuerpos habían sido llevados hasta el principal hospital de esa ciudad que supo convertirse en la capital de la Libia libre.
Algunos de los cadáveres yacían en el piso cubiertos por sangre, otros en improvisadas camillas, envueltos en sábanas rotas. Sus familias lloraban y se abrazaban. La sirena de las ambulancias y el ruido de los autos que no dejaban de traer muertos y heridos eran una constante. Esa era Benghazi, 36 horas después de que se aprobara la resolución de la ONU que llamaba a proteger a los civiles. Hasta ese momento y con ese panorama, Benghazi estaba en un profundo shock por lo que había pasado y masticaba una profunda sensación de traición. Los residentes del principal bastión opositor en el este habían estado festejando desde que el Consejo de Seguridad allanó el camino para la intervención. Pero cuando se enteraron de que las potencias occidentales estaban por tomar acciones en contra de las fuerzas de Khadafi, algunos recibieron las noticias con desconfianza y otros con rabia. “¿Qué pasa con los que murieron en la represión de hoy?”, gritó Khalid Abdullah Husseini, afuera del hospital Jalla. “Se estaban muriendo mientras ellos sólo hablaban y hablaban. Eso es lo que estuvieron haciendo durante días. Los líderes extranjeros tienen responsabilidad en esto.”
Los cuerpos que estaban dentro del centro médico eran de aquellos que fueron alcanzados por la ofensiva de las autoridades libias. “Pero las potencias occidentales también son culpables de esta matanza”, dijo en voz baja el médico Ahmed Ibrahimi. “Fue cruel hacernos creer que estábamos a salvo. Como pensamos que ya había pasado lo peor, bajamos la cantidad de médicos de guardia. Muchos de los que están acá ni siquiera eran combatientes, eran sólo civiles. Creíamos que la ONU los iba a proteger”, se quejó.
La mayor parte de los combates se concentraron en Gar-Yunis y en Al-Karsh, en la parte occidental de Benghazi. Los rebeldes usaron los callejones y las rutas secundarias para emboscar a las tropas del régimen, forzándolas a retroceder y logrando capturar tres tanques y un número importante de artillería. Para la tarde, cuando todavía no habían comenzado los bombardeos de Francia ni de sus aliados, los opositores habían logrado alejar de los márgenes de la ciudad a las tropas gubernamentales.
Hubo informaciones que indicaban que los soldados de Khadafi se habían infiltrado en Benghazi, lo que contribuyó a crear una atmósfera de pánico e incertidumbre mientras los combatientes acordonaban las casas y abrían fuego contra las ventanas. Los rumores resultaron ser falsos, pero los rebeldes dijeron que habían capturado a una docena de miembros del Lejan El-Tawreah, la milicia del régimen. Abdul Jawad Mansour, un comandante rebelde que estaba en un control en el distrito de El-Barqa, relató: “Estaban usando ropa civil. Podrían haber matado gente para que el gobierno culpara a la red Al Qaida. Esas son las trampas que querrá hacer”. En el hospital de Farihat Garbia, un empleado estaba mirando las noticias en la televisión. “Están pasando cuando Khadafi dice que Al Qaida es responsable de lo que pasó en Ben-ghazi. ¿Sabe la gente de Estados Unidos y Europa lo que está pasando acá?”, preguntó.
Las fuerzas de Khadafi bombardearon también la localidad de Zintan (oeste), donde unos 20 tanques apuntaron contra las áreas residenciales. Los rebeldes denunciaron que las fuerzas del gobierno bombardearon Misrata, donde el gobierno cortó el suministro de agua por tercer día consecutivo.
Mientras tanto, en Trípoli, se estaba construyendo la realidad alternativa del régimen libio. El canciller Moussa Koussa dijo que el gobierno respetaba el alto el fuego y pidió que se enviara a un grupo de expertos para verificarlo. El vocero gubernamental Moussa Ibrahim fue más lejos en la creación de la realidad paralela y afirmó que fueron los rebeldes los que rompieron la tregua propuesta por las autoridades libias. “Nuestras fuerzas continúan replegándose para esconderse, pero los rebeldes nos siguen bombardeando”, alegó.
El tono quejoso de esas declaraciones se contrapuso con la grandilocuencia de Khadafi. Se leyó una carta del autoproclamado guía de la revolución libia en una conferencia de prensa en la capital del país norafricano. “Libia no es de ustedes. Libia es de los libios. La resolución del Consejo de Seguridad no es válida. Se van a arrepentir si se atreven a intervenir en este país”, amenazó.
Cuando llegaron las noticias de que estaban volando hacia Libia 20 aviones de guerra franceses, se vio con nitidez la calidad de las defensas aéreas de Khadafi. En el aeropuerto de Trípoli se dispuso a mujeres y niños como escudos humanos. También se congregaron jóvenes y parejas mayores con sus hijos alrededor de la residencia oficial de Bab al Azizia para proteger al líder frente a un posible ataque por aire. Mohammed Salah, un dentista de 30 años que ayudó con las traducciones a los periodistas durante los eventos convocados por el gobierno, contó que intentó dormir en ese complejo. “Si quieren matar a Khadafi, primero tendrán que venir por mí”, adelantó.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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