EL MUNDO › ORIUNDO DE LA GRAN BURGUESíA EGIPCIA, MANO DERECHA DE OSAMA, CEREBRO DE LOS ATENTADOS CONTRA LAS TORRES GEMELAS
En los últimos años, el cirujano apareció mucho más que su jefe para hablar en nombre de Al Qaida. Es el actor más determinante de esta etapa: suyo es el concepto de los operativos suicidas contra los intereses de EE.UU. en el mundo.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
¿Hay un mundo distinto después de la o las muertes de Bin Laden? Sería una ficción creer en ello. Tarde o temprano, el doctor Al Zawahiri se encargará de desmentir las versiones optimistas sobre un mundo sin terrorismo globalizado que circulan desde la nueva muerte del príncipe de Al Qaida. Al lado de Ayman Al Zawahiri, Bin Laden es un oportunista aficionado. Bin Laden salió de escena, pero el egipcio Ayman Al Zawahiri sigue rondando entre las sombras a cargo de la red binladista y con un historial personal cuya coherencia y antigüedad hacen de él uno de los guerreros más constantes y temidos. Cerebro de los atentados del 11 de septiembre de 2001, mano derecha de Bin Laden, cirujano, oriundo de la gran burguesía egipcia, hombre de letras refinado, profundamente influenciado por el pensamiento del intelectual Sayyid Qotob, el gran defensor del derrocamiento del gobierno corrupto de Egipto y teórico de los Hermanos Musulmanes, Al Zawahiri es un ejemplo de la trayectoria y la militancia del islamismo sunnita moderno así como del combate de esta corriente radical contra las autocracias árabes a los pies de Estados Unidos. Bin Laden era la figura de los medios, Al Zawahiri era, en cambio, el pensador, el conceptor, la materia gris de la organización terrorista. En los últimos años, Al Zawahiri apareció mucho más que Bin Laden para hablar en nombre de Al Qaida: fue el “doctor” quien hizo el primer comentario luego de la elección de Barack Obama, a quien calificó de “servidor negro”. Fue también él quien, a través de un video, celebró la caída del presidente egipcio Hosni Mubarak y luego llamó a los musulmanes a combatir a las fuerzas de la OTAN en Libia.
La vida de Al Zawahiri tiene tres etapas determinantes que van de la Jihad en Egipto a la Jihad en Afganistán, y de allí a la guerra santa contra Washington. Las tres están regidas por una misma trama: la Jihad contra los regímenes serviles del mundo musulmán, empezando por el de Hosni Mubarak. Ayman Al Zawahiri nació en El Cairo en 1951 en el seno de una familia acomodada. Rápidamente cayó bajo el embrujo del pensamiento islamista de Sayyed Qotob y de los relatos que corrían sobre su vida. Qotob tuvo también dos vidas y su influencia es indisociable tanto de Al Zawahiri como de las corrientes radicales sunnitas que se impregnarán con su filosofía.
La primera vida de Sayyed Qotob hizo de él un novelista y un intelectual respetado en la sociedad egipcia. La segunda empieza luego de su retorno de los Estados Unidos y lo convertirá en uno de los grandes teóricos islamistas. Su primer libro, Justicia Social en el Islam (All-adálat al-ijtimáiyya fí-lislám, 1949) promovía una serie de profundas reformas en el sistema social: reforma agraria, impuestos. Esta obra se convertirá en el zócalo de los movimientos sociales islamistas. El segundo libro, 1951, El Islam contra el capitalismo (Ma’arakat al-islam wa-l-rasmáliyya) será una diatriba violenta contra los valores norteamericanos y el hilo conductor de su pensamiento: derrocar al régimen egipcio por colaboracionista e instaurar un Estado regido por las leyes del Islam mediante la lucha armada, la Jihad. Ambas obras convertirán a Qotob en el teórico esencial de los Hermanos Musulmanes y a Al Zawahiri en su discípulo irrenunciable.
La tercera parte de la vida de Qotob terminará de completar la formación juvenil de Al Zawahiri. Arrestado y condenado a 25 años de cárcel en 1953 por el gobierno de Nasser, Qotob escribió en los campos de concentración nasseristas sus obras más densas, aquellas donde denuncia el paganismo de la sociedad egipcia, la corrupción espiritual, las contradicciones insalvables de las democracias occidentales, y en las que también propone una vanguardia para llevar adelante el renacimiento del Islam y purificar la sociedad. Al Zawahiri fue testigo de los últimos momentos de la vida de Qotob. El intelectual islamista fue ahorcado en 1966 y el heredero de Bin Laden asistió a la ejecución.
Al Zawahiri tomó el mismo camino. Entró en la clandestinidad con la meta de unirse a la lucha armada de los islamistas. En 1979 se integró a la Jihad Islámica, en cuyo seno se ocupó de reclutar a miembros del ejército egipcio. A principios de los ’80, Al Zawahiri fue uno de los artesanos del acercamiento entre dos corrientes islamistas antagónicas, la Jihad Islámica y la Gamaa Islamiya. Ambas pactaron el asesinato del ex presidente Anuar El Sadat inmediatamente después de que éste firmara el histórico tratado de paz con Israel (septiembre de 1978, acuerdos de Camp David). Sadat fue asesinado el 6 de octubre de 1981 durante un desfile militar. La ola de represión y arrestos que siguió alcanzó a Al Zawahiri, que fue detenido y condenado por complicidad con ese asesinato. Sin embargo, el doctor islamista fue rápidamente exculpado y liberado tres años más tarde. Pero la experiencia de la cárcel, los golpes, la humillación y la tortura no harán más que reforzar su convicción de que la jihad es la única salida: “Nunca olvidaremos, nunca olvidaremos”, gritó Al Zawahiri a los periodistas que asistían al juicio de los asesinos de Anuar El Sadat. Según Stéphane Lacroix, autor del libro Al Qaida en el texto, se trató de “una experiencia traumática y fundacional” para Al Zawahiri. Lacroix escribe que “fue en la cárcel donde Al Zawahiri se impuso como el verdadero líder del movimiento islamista radical egipcio”.
Una vez liberado (1984), Ayman Al Zawahiri partió rumbo a Arabia Saudita, Pakistán, Afganistán, Suiza, Alemania, Chechenia. Bin Laden y Al Zawahiri se encontraron en la ciudad paquistaní de Peshawar en los años en que Bin Laden trabajaba para Occidente reclutando y adiestrando islamistas para luchar contra las tropas de la ex URSS, que habían invadido Afganistán. Ambos, a su manera, sentaron las bases de la primera Al Qaida y su principal credo: la Guerra Santa “contra todos los regímenes apóstatas del mundo musulmán”. Gracias a las facilidades que Washington proporcionó en esos años a Bin Laden y sus tropas, Al Zawahiri pudo recorrer Europa, Asia y los Estados Unidos, protegido con el estatuto de miembro de la Media Luna Roja de Kuwait. Al Zawahiri, al mismo tiempo que desarrollaba Al Qaida, proseguía su cruzada contra el régimen de Mubarak. Dos intentos de asesinatos fallidos, 1993 y 1995, le alejaron de sus bases egipcias y crearon divisiones en el seno de los islamistas egipcios. Durante varios años el doctor Al Zawahiri intentará sin éxito reclutar militantes para su causa, pero terminará con Bin Laden en las montañas afganas protegido por los talibán. Los rasgos tangibles de su pensamiento aparecen con la creación, en 1998, del “Frente islámico mundial por la guerra santa contra los judíos y los cruzados” y, luego, con el edicto religioso, la fatua, estableciendo el asesinato de los norteamericanos y sus aliados como una obligación de cada musulmán. Al Zawahiri había permanecido hasta ese momento a la sombra de Bin Laden. Pero será, sin embargo, el actor más determinante de la segunda Al Qaida: el concepto de los operativos suicidas contra los intereses norteamericanos en el mundo, es decir, los kamikazes y los asesinatos de masas como el del 11 de septiembre, es suyo. La historia está llena de injusticias, paradojas y continuidades. La vida de Al Zawahiri no escapa a ello. Este combatiente sunnita no hizo sino perpetuar en su cercanía con Bin Laden la confrontación primitiva que estalló en Egipto entre un poder de rodillas ante Occidente, corrupto, déspota, antisocial y nada igualitario, y una corriente islamista con aspiraciones sociales ferozmente reprimida en nombre de la seguridad propia y ajena. Una vez más, a través de estos criminales notorios, el impacto de las políticas norteamericanas en el Mediterráneo, la nocividad de los planteos y la deliberada ignorancia de las sociedades no han hecho sino crear monstruos y más monstruos a lo largo de la historia.
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