EL MUNDO › LOS PALESTINOS PIDEN EL RECONOCIMIENTO DE UN ESTADO CON JERUSALéN ESTE COMO CAPITAL. ISRAEL LO RECHAZA
Hoy, a fuerza de inversiones, de compra de parcelas y terrenos y de restricciones específicas a los palestinos, Jerusalén se mueve entre la modernidad de su sector israelí y la pobreza y la falta de obras de infraestructura en la parte oriental.
› Por Eduardo Febbro
Cada piedra es un conflicto, cada muro una leyenda, cada roca la huella sagrada de algún Dios distinto: Jerusalén. Suprema, mágica, polifónica, acogedora, juvenil, discriminatoria y veloz. Capital “eterna” para los judíos, capital de la palestina “histórica” para los palestinos, capital fundacional del cristianismo, Jerusalén es un viaje dentro del viaje, un laberinto de odio y de amor que está en el centro de la disputa territorial entre israelíes y palestinos en donde intervienen corporaciones secretas, millonarios norteamericanos, ritos religiosos corrompidos por los dólares, capitales árabes bloqueados y una política urbana de manifiesto aislamiento. Una misma ciudad, tres religiones, Islam, cristianismo, judaísmo, tres historias, dos nombres diferentes: Yerushalayim –la paz aparecerá– para los judíos, Al Qods –la santa– para los árabes. En esta capital políglota, de cruces y contrastes, convergen los relatos fundadores de las tres religiones monoteístas: para los árabes, Jerusalén es, después de la Meca y Medina, el tercer lugar santo del Islam. Para los judíos, Jerusalén es la ciudad conquistada por el rey David en el año 1004 antes de Cristo luego de que David se aunara a las tribus de Israel. Para los cristianos, Jerusalén es el epicentro de los actos fundadores del cristianismo, el lugar donde Cristo vivió la pasión y la resurrección. Jerusalén, ¿capital de quién? La respuesta es ine-quívoca. Como dice Khaled, un comerciante de la célebre calle Salah Ad Din de Jerusalén oriental: “De quien tenga más capitales y poder para apropiarse de ella”.
En 1947, luego de la división de Palestina, la ONU puso a Jerusalén bajo mandato internacional. Al año siguiente, con la guerra de independencia, Israel se apoderó del sector oeste de la ciudad, mientras que el sector oriental pasó a estar bajo control jordano. Pero durante la Guerra de los Seis Días (1967), Israel anexó Jerusalén este. En 1950, la ciudad fue declarada capital del Estado de Israel y en 1980 la Knesset, el Parlamento israelí, la elevó al rango de “capital eterna”. Hoy, a fuerza de inversiones, de compra de parcelas y terrenos, de restricciones específicas a los palestinos, Jerusalén se mueve entre la modernidad de su sector israelí y la pobreza de la parte oriental. Un mundo estancado, marcado por la ausencia de infraestructuras urbanas y falta de inversiones, y otro mundo desa-rrollado, una ciudad moderna, luminosa y cuidada. La frontera entre la luz y la limpieza y el caos y la miseria es invisible. Basta con bajar hasta el comienzo de Jaffa Street, doblar a la izquierda, caminar trescientos metros y, de pronto, estar en otro planeta. En el oriente de la ciudad no hay cines, ni teatros, ni bares atractivos.
Pese a su declarado laicismo, el intendente de Jerusalén, Nir Barkat, mantiene las limitaciones a las inversiones palestinas. Aunque representan el 59 por ciento de la población de Jerusalén este, los palestinos sólo están autorizados a construir en el 13 por ciento de ese sector. Los permisos de construcción tardan una década en ser otorgados. Ello lleva a los palestinos a emprender obras o agrandar sus casas sin autorización, lo que implica la inmediata demolición de esos agregados. Las cifras sobre las inversiones municipales son elocuentes. Los palestinos representan el 35 por ciento de la población global, pero sólo entre 10 y 12 por ciento del presupuesto municipal se utiliza para la inversión en infraestructuras en el sector este. Ochenta por ciento de las calles correctamente asfaltadas y los desagües en buen estado se encuentran en la zona judía de la ciudad, donde también hay mil jardines públicos contra 45 en Jerusalén oriental. Persiste una inagotable sensación de que todo está hecho para disuadir a los palestinos de partir Jerusalén.
Nada refleja mejor la complejidad de la situación como el tranvía inaugurado en 2011. La línea recorre 14 kilómetros en ambos sentidos, desde el barrio de Pisgat Zeev, en Jerusalén este, hasta Monte Herzl al oeste. En su recorrido, el tranvía es una suerte de bomba geopolítica: pasa por los barrios judíos construidos en el sector de Jerusalén anexado luego de la Guerra de los Seis Días y en donde la soberanía del Estado de Israel no está plenamente reconocida por la comunidad internacional. En términos de derecho internacional, la ocupación y la posterior anexión de Jerusalén este fueron condenadas por las resoluciones 241, 446, 452 y 465 de la ONU, además de contravenir la cuarta Convención de Ginebra. La guerra por la posesión de la ciudad tiene actores económicos de peso que juegan entre las sombras y por anticipado la carta que puede conducir al reconocimiento de un Estado palestino con Jerusalén este como capital y por ello, a golpes de millones, compran el máximo de parcelas posibles.
Los manejos de la Richard Marketing Corporation han dado lugar a uno de los más controvertidos episodios de esta confrontación por las piedras sagradas. La Richard Marketing Corporation es en realidad la cobertura de la organización sionista Ateret Cohanim, detrás de la cual se encuentra el millonario norteamericano Irving Moscowitch. Desde hace años, la corporación se ha consagrado a comprar casas palestinas y parcelas situadas en la Ciudad Vieja de Jerusalén, es decir, el ojo del ciclón: allí están la Mezquita de Al Aqsa (Mahoma fue de la Meca hasta la Mezquita de Al Aqsa), la Cúpula de la Roca (los musulmanes creen que Mahoma subió al cielo desde allí), el Muro de los Lamentos (el último vestigio del Templo de Jerusalén, que es el emblema más sagrado del judaísmo), la Explanada de las Mezquitas y un sinnúmero de edificios ligados a la historia del cristianismo, entre ellos el Santo Sepulcro.
La Ciudad Vieja, ubicada en Jerusalén este, está dividida en cuatro sectores: musulmán, judío, cristiano y armenio. Allí puso sus dólares la corporación con la compra de casas palestinas, cristianas y, sobre todo, de parcelas y secesiones negociadas con la Iglesia Griego Ortodoxa. El patriarca Irineos primero, hoy recluido en su espiritualidad, cobró varios millones bajo la mesa a cambio de firmar un contrato de “alquiler” de 99 años por uno de los lugares más emblemáticos de la Ciudad Vieja situado en la Puerta de Jaffa. Por curioso que resulte, partiendo desde la Puerta de Jaffa, el primer cartel que aparece indicando el Santo Sepulcro está escrito en un montón de idiomas, incluido el hebreo, menos en árabe. Arieh King, un miembro notorio de Ateret Cohanim, lleva años comprando cuanta casa aparece en su camino en la Ciudad Vieja y en Jerusalén Este. Hombre franco y sin rodeos, King está al frente de la organización Israel Land Fund. No tiene nada que ocultar: “Jerusalén es el lugar más importante del proyecto sionista. Les compramos a los árabes para poner judíos en su lugar. No aceptamos que Jerusalén sea dividida”. Arieh King es un auténtico agente inmobiliario de la judaización de Jerusalén, y no lo esconde. Tiene en su haber decenas de casas compradas y –esto no lo confiesa– acuerdos de compra y alquiler con varias congregaciones cristianas sensibles al dinero en efectivo. Nada lo detiene, ni siquiera la compra de casas palestinas y, además del precio elevado que paga, “la obtención de una visa para que el vendedor se vaya al extranjero”.
La historia de Arieh King merece un capítulo aparte. Su actividad, financiada con fondos provenientes del mundo entero, tiene el mérito de la transparencia al tiempo que revela la pugna por la posesión de la Ciudad Santa. “Trabajo para el futuro de la nación judía”, proclama sin mosquearse. Los cristianos palestinos denuncian esa política aplicada de judaización de Jerusalén. Arabes musulmanes y cristianos de Jerusalén han visto la manera en que, poco a poco, las casas situadas en las callejuelas de la Ciudad Vieja que llevan al templo cambiaban de propietario. La batalla inmobiliaria es una carrera contrarreloj. Para reanudar las negociaciones de paz, además de las fronteras de 1967, el fin de la colonización y el retorno de los refugiados, la Autoridad Palestina planteó como condición que Jerusalén este sea la capital de un futuro Estado palestino. Políticas de Estado, municipales y manos privadas participan en esa carrera. Jerusalén es el territorio de un combate inmobiliario en cuyo seno se mueven las sombras de la geopolítica.
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