EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
La guerra del Cáucaso del 2008 tuvo un triste epílogo hace tres días, cuando la presidenta electa de Osetia del Sur anunció, desde la cama de un hospital, que había llegado el momento de retirarse de la política. Parece que la paliza que le dio la patota policial hace nueve días, 24 horas antes de su programada asunción, incluyendo un culatazo que la dejó inconsciente, fue lo suficientemente persuasiva. Cuatro días después, ya un poco recuperada, Alla Jioeva, así se llama, hablando acostada porque tiene dos costillas rotas y no se puede sentar (foto, abajo), les dijo a los periodistas: “Nunca pensé que la política pueda ser una cosa tan sucia y que la gente pueda hacer cualquier cosa con tal de alcanzar sus objetivos”.
Convengamos que no todos los días le pegan a un presidente el día antes de asumir y menos cuando la dignataria es una dama de 62 años. Pero la política en esa parte del mundo tiene sus particularidades. La historia viene a cuento porque Osetia del Sur no es tan insignificante como parece. Ahí Rusia peleó su última guerra. Es nada menos que el terreno donde la potencia emergente de Putin y Medvedev trazó la raya para frenar el avance económico-militar de Occidente tras el colapso de la Unión Soviética.
¿Se acuerdan de la guerra? Para hacerla muy corta, Osetia del Sur era territorio autónomo y largamente independentista de Georgia, con una mayoría oseta con lazos históricos con Osetia del Norte, que forma parte de la federación rusa. Pero entre sus 80.000 habitantes hay un fuerte componente georgiano, y más de un tercio de la población pertenece a esa etnia.
En el 2008 estalla una insurrección independentista y Rusia apoya militarmente a los rebeldes y derrota a Georgia, atacando objetivos militares en ese país y barriendo a las tropas georgianas de Osetia del Sur. Grandes protestas de los yanquis y los europeos y ni hablar de los georgianos, pero se la morfan y Osetia del Sur declara su independencia al igual que Abjazia, otro territorio del cáucaso. Esa independencia hasta ahora es reconocida por cuatro estados, además de Rusia: Nicaragua, Venezuela, Nauru y Tuvalu.
Después de la guerra, Moscú despliega tropas y ayuda económica para la reconstrucción, mientras Tbilisi cierra las fronteras, corta el suministro eléctrico y declara a Osetia del Sur “territorio ocupado”. Tierra agreste de economías de subsistencia, hoy día el 99 por ciento del presupuesto del nuevo país proviene de la ayuda directa rusa.
El actual presidente, Eduard Kokoity, fue elegido en el 2001, cuando Osetia del Sur todavía estaba bajo la órbita de Georgia. Acusado de ineficiencia y corrupción en el manejo de los fondos que llegan desde Rusia, no parece gozar de las simpatías de Moscú. Por un impedimento constitucional no se le permitió presentarse a las elecciones de noviembre pasado para competir por un tercer término. El candidato del gobierno ruso era un funcionario del gobierno de Kokoity, apellido Bibilov. Una semana antes de la votación, Medvedev lo agasajó con una recepción en el Kremlin que mereció una amplia cobertura de la prensa rusa.
Sin embargo, cuando casi nadie lo esperaba, al candidato del Kremlin no le fue tan bien. Parece que el presidente no hizo nada para que gane el pollo de Medvedev, de puro resentido con Moscú, porque no lo dejaron reformar la constitución para que él pudiera presentarse otra vez,
En la primera vuelta, el oficialista Bibilov sacó el 25 por ciento de los votos y empató con la sorprendente y ascendente Jioeva, una ex ministra de educación que prometía luchar contra la corrupción en el manejo de los fondos rusos. Los demás candidatos sacaron menos del 10 por ciento. Si bien a Jioeva se la consideraba una candidata opositora, durante la campaña ella había dejado bien en claro que, como muchos osetas, portaba también la ciudadanía rusa y de ninguna manera planteaba un enfriamiento y mucho menos una ruptura de las relaciones con Moscú.
El ballottage se llevó a cabo dos semanas después y cuando se terminaban de contar los votos, con 75 de los 84 distritos escrutados, la ex ministra superaba al pollo del Kremlin por un margen de 57 a 42 por ciento. Entonces la Corte Suprema de Osetia del Sur se reunió de urgencia, anuló las elecciones por irregularidades que no especificó y convocó a nuevos comicios para el 25 de marzo. El alto tribunal oseta también decidió en esa reunión que Jioeva no podría presentarse en las elecciones de marzo. “Alla Jioeva no puede participar en las nuevas elecciones. La Corte le ha removido ese derecho porque encontró violaciones”, fue la escueta explicación del vocero de la corte, Astamaz Bichenov. Tres días más tarde, el Kremlin respaldó la medida judicial mediante un comunicado de su cancillería: “Es importante que todas las fuerzas políticas de Osetia del Sur respeten las decisiones de su gobierno, que fueron adoptadas de acuerdo con la ley”.
Los simpatizantes de Jioeva salieron a la calle (foto, arriba). Diciembre fue un mes agitado, de protestas y represión en Tsjinval, la capital de Osetia del Sur. Facilitando el accionar policial, el fiscal general declaró que las protestas eran ilegales y acusó a Jioeva de “fomentar una revolución de colores”. Ella respondió con un reportaje en el diario local: “Nos quieren robar nuestra victoria pero resistiremos hasta el final. Afuera de mi comando de campaña hay miles de simpatizantes parados en el frío. Yo les digo que se vayan a sus casas, pero se rehúsan a dispersarse”.
El mes pasado la situación se distendió bastante cuando Jioeva se reunió con el presidente oseta y con autoridades rusas y entre todos llegaron a un acuerdo para que la ganadora de noviembre participe nuevamente en las elecciones de marzo.
Pero el acuerdo no duró mucho. Hace tres semanas Jioeva dijo que las condiciones pactadas, entre ellas la separación de tres funcionarios involucrados en la represión, no habían sido cumplidas por el gobierno. Por lo tanto, explicó, daba por terminado el pacto político. Anunció que asumiría el 10 de febrero y les pidió a los candidatos que se habían inscripto para las elecciones de marzo que se bajen de la contienda y que la acepten como presidenta legítima.
La movida le salió mal. El 9 de febrero, un día antes de la jura, un grupo de policías uniformados irrumpió en su local partidario y la invitó a acompañarlos al destacamento para brindar testimonio sobre lo que pensaba hacer al día siguiente. Cuando ella se negó empezaron los bollos que la desanimaron a continuar con lo que parecía ser una promisoria carrera política.
Mientras tanto, el 25 de marzo será ungido un nuevo presidente en Osetia del Sur. Cualquiera sea el triunfador, podrá decirse que ganó por paliza.
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