EL MUNDO › LOS TRES ASPIRANTES CON MáS CHANCES SE ENTREVISTARON CON EL VICEPRESIDENTE DE EE.UU., JOE BIDEN
El vice de Obama se reunió primero con el hombre de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador; después con el rostro nuevo del viejo PRI, Enrique Peña Nieto –favorito según los sondeos–, y por último con la oficialista Josefina Vázquez Mota –PAN–.
› Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde México, D. F.
Uno por uno, los tres precandidatos a la presidencia de México acudieron a la cita. Sin pudor, llegaron a la habitación de hotel en la que los esperaba el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden. Comparecieron en estricto orden alfabético, a partir del primer nombre: Andrés Manuel López Obrador, candidato de la izquierda, en su segundo intento de que lo dejen ganar; Enrique Peña Nieto, cosmética esperanza del PRI de recuperar todo el poder –o lo que se pueda de éste—, y Josefina Vázquez Mota, la vendedora de ilusiones que saltó a la política y en un abrir y cerrar de ojos aspira ser la primera presidenta de México.
De paso, al organizar los encuentros, la embajada estadounidense se tomó la libertad de dejar en claro quién es quién en el proceso sucesorio mexicano y excluyó al cuarto candidato presidencial, Gabriel Quadri, postulado por Nueva Alianza, el partido que controla Elba Esther Gordillo, la líder del magisterio (todavía el sindicato más grande de Latinoamérica) y vieja aliada del PRI o del PAN, según le acomoden sus intereses. En realidad, Estados Unidos hizo explícita no sólo la irrelevancia de la candidatura de Quadri y del partido que lo postula, sino de Gordillo, quien, sin alianzas que le permitan negociar parcelas de poder, de las que ha medrado durante más de treinta años, quedó reducida a la nada política.
Cuestionada por observadores políticos la supuesta indignidad que significa que el próximo presidente de México deba someterse a la aprobación de Estados Unidos, cada uno de los candidatos dio a la prensa la interpretación que mejor le convino, aunque ninguno aludió al sometimiento que los analistas sí vieron.
Andrés Manuel López Obrador, el candidato de la alianza entre el PRD y el resto de los partidos de izquierda mexicanos, salió contento del encuentro. No lo vetaron. Es más, presumió de que Biden se “comprometió” a que la Casa Blanca “respetará” el resultado de las elecciones presidenciales del próximo 1º de julio y está “en la mejor disposición de entenderse con quien resulte presidente”. La verdad es que Biden les dijo lo mismo a los tres, pero el candidato de izquierda igual se entusiasmó y dijo que le dijo a Biden que “fuésemos preparándonos para esa nueva relación” entre los dos países, dando por sentado que la izquierda ganará la presidencia. Como sea, en la reunión (que duró unos 40 minutos, un tiempo similar para los tres aspirantes), López Obrador entregó a Biden un documento con sus propuestas de gobierno.
En 2006, López Obrador perdió una amplia ventaja que lo hacía parecer como virtual ganador, y al final, entre acusaciones de guerra sucia y fraude electoral, perdió por medio punto porcentual. Luego recurrió a la movilización social y paralizó el corazón financiero y comercial de la capital del país durante algunos meses. Su discurso, cada vez más fuerte e intolerante con quienes rechazan su forma de hacer política, sumado a una campaña de invisibilización en los medios electrónicos, lo tiene ahora en tercer lugar en las encuestas.
Enrique Peña Nieto, el nuevo rostro del viejo PRI, con el que aspiran no tanto a recuperar el poder absoluto que alguna vez tuvieron, sino al menos a regresar a la silla presidencial, tiene cuesta arriba el tema de la credibilidad. Dirigida ahora hacia él la guerra sucia del oficialismo, Peña Nieto y el PRI son asociados al narcotráfico. Quizá por ello Peña Nieto, un candidato construido como estrella de culebrón por las televisoras privadas, centró su comparecencia ante Biden en el tema de la seguridad y el combate al crimen organizado y trató de dejar en claro “la posición personal y de mi partido, ante varias especulaciones que ha habido, de que hay en una tarea irrenunciable del Estado mexicano de combatir al crimen organizado, con mayor eficacia, y que la discusión no se centra en si debe o no combatirse, sino en cómo lograr mejores resultados”.
Ante la posibilidad real de un regreso al poder (Peña Nieto tiene ahora 18 y 23 puntos de ventaja sobre sus contendientes), todos se preguntan qué hará con el crimen organizado. Pocos creen que el PRI acabará con el narcotráfico, pero sí que podrá controlarlo, como aparentemente hizo durante décadas de dejar hacer a cambio de una importante tajada de dinero sucio.
Un cartel callejero, pegado en una parada de autobús, describe lo que muchos mexicanos sienten en torno de la guerra desatada por Calderón y la incapacidad para ganarla, tanto del presidente como de su partido, el PAN, así como el temor a las componendas del PRI: “Frente a la ineptitud de lidiar con el narco, la experiencia de negociar con ellos”.
Josefina Vázquez Mota, la candidata oficialista de la derecha mexicana, se plantó ante Joe Biden con la rígida sonrisa de esfinge que la caracteriza desde la precampaña al interior del PAN. El gesto inamovible, listo siempre para la foto, Vázquez Mota trazó generalidades de la agenda bilateral planteadas al vicepresidente estadounidense. Lo más relevante fue que puso en boca de Biden el beneplácito de la Casa Blanca ante la eventualidad de que una mujer llegue a gobernar a México. Eso sí, Vázquez Mota aclaró que tal espaldarazo “no lo expresó textualmente. Fue muy respetuoso, pero habló en una de sus expresiones de mujeres ganadoras y exitosas y del esfuerzo que esto representa”.
Autora de libros de superación personal y conferencista motivacional, antes de saltar a la política, Vázquez Mota intenta beneficiarse de los rescoldos de la guerra sucia contra López Obrador, que hace seis años lo presentó como “un peligro para México”, mote que ahora se le endilga al priísta Peña Nieto. Sin embargo, no dejó claro cómo enfrentará al crimen organizado “sin tregua ni rendición”, como le prometió al vicepresidente de Estados Unidos.
Al final de las pasarelas, ya tarde el lunes pasado, Biden pareció cansado e incluso aburrido. Por la mañana había acudido a la residencia oficial de Los Pinos, donde se entrevistó con Felipe Calderón, el presidente saliente de México. El boletín oficial del encuentro siguió el esquema retórico de costumbre. Más fructífera fue la visita que el vicepresidente estadounidense, católico él, hizo más tarde a la Basílica de Guadalupe, donde oró a los pies de la Virgen de Guadalupe, la figura icónica más importante del país.
El viaje relámpago a México, dijo Biden, habría valido la pena sólo por el momento que pasó ante la imagen de la guadalupana.
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