› Por Heber Ostroviesky *
La humanidad se nutrió siempre del arte de relatar historias como herramienta de construcción del lazo social. Sin embargo, a partir de los años ’90 la lógica de la comunicación y del management se apropió de esos principios para convertirlos en un nuevo método de control político: el storytelling. Saber cómo contar una historia de manera efectiva, de modo que pueda influir en las decisiones del mayor número de personas, pasó de ser un método para alinear a los empleados de una empresa con la estrategia de sus patrones, a ser una de las herramientas fundamentales para que el proyecto político neoliberal consolide un marco comprensivo. Una forma de estimular a los sujetos-empleados para que, al asumir que un proyecto les da sentido a sus propias vidas, contribuyan al éxito del proyecto de sus jefes. Pero un relato vacío es espectáculo puro, dura lo que una campaña electoral, una coyuntura favorable o una apatía extrema fomentada por la racionalidad neoliberal. Un relato sin mejoras sustanciales para la vida de los ciudadanos y, peor aún, transformado en una sucesión de medidas regresivas e injustas, tiene las patas cortas de la mentira.
El candidato del Frente de Izquierda francés, Jean-Luc Mélenchon, reniega de esa lógica. Y la estrategia funciona. Es él quien dirige la batuta en este tramo de la campaña presidencial. El socialista François Hollande acaba de “robar” la propuesta del candidato frentista e impulsa un impuesto equivalente al 75 por ciento de los ingresos para quienes ganan más de un millón de euros por año. Más sorprendente aún, el domingo pasado, Sarkozy, en el acto más importante de su campaña, tomó el argumento del Frente de comenzar a cobrar impuestos a los millonarios que fijen residencia fuera de Francia para evadir al fisco. Un manotazo de ahogado en un contexto de crisis que parece fijar un límite a la estrategia de seducir al electorado de la extrema derecha.
Un ejemplo de ruptura del adormecimiento managerial lo dio la sociedad argentina en 2001. Hace un año, Mélenchon publicó un libro que adelantaba su programa y lo tituló Que se vayan todos. Un que se vayan todos que no significa una apología del desencanto, sino el preludio de la revolución ciudadana que impulse una asamblea constituyente para la construcción democrática de la Sexta República: más social, más igualitaria y más ecológica que la Quinta, que nació bajo la batuta del general De Gaulle. Más allá de las elecciones, ése es el horizonte estratégico de este nuevo actor político. “Lo que los latinoamericanos hicieron en las calles, nosotros intentaremos hacerlo en las urnas en abril”, repite Mélenchon. Para reconstruir el tejido de la izquierda francesa, combina pedagogía militante con acciones concretas. El relato que está inclinando el tablero político francés hacia la izquierda se construye sobre tres pilares: deshacer las reformas conservadoras de Sarkozy, aumentar el salario mínimo y apostar a una planificación ecológica que rompa con la lógica productivista y la financiarización de la economía francesa.
La apuesta de los ideólogos de campaña de Sarkozy y Hollande se conjuga en presente. El “Yes we can” se traduce “Francia fuerte” para el primero y “El cambio es ahora” para el segundo. Como si la aceptación de la imposibilidad de transformar la realidad se empeñara en apelar a técnicas esporádicas para ocupar el espacio público en campaña, mientras el neoliberalismo lo destruye a paso firme en toda Europa. Un invento para el último tramo de la campaña de Hollande es un gesto que los protagonistas de los spots televisivos repiten sin comprender del todo. En lugar de la rosa apretada en el puño, los socialistas hacen un movimiento paralelo de los brazos delante del pecho. Según los asesores de Hollande, el gesto recuerda el logo de campaña, que son justamente dos líneas paralelas que encierran el slogan “El cambio es ahora”.
La política es mucho más que la acumulación de leyes e instituciones, se nutre de acciones y de gestos, de una estética, de un conjunto de sensaciones y afectos. Mélenchon decidió construir un relato que le vuelva a dar contenido de resistencia a la izquierda francesa, que no entierre los signos que recuerdan la realidad de las luchas y las esperanzas, mucho menos si se trata de reemplazarlos por el diseño gráfico de los cuerpos: “El puño cerrado significa que el pequeño, el mediano y el grande son iguales y que juntos solidariamente son más fuertes”. Está lejos todavía de la segunda vuelta, pero la recta final de la campaña en un contexto de crisis y de repolitización de la ciudadanía abre una incógnita. La historia es un proceso discontinuo y lo que hoy parece imposible mañana podría resultar probable. Hace unos días, en Montpellier, Mélenchon hizo un paréntesis para preguntarle al traductor de sus discursos al lenguaje de signos qué significaba poner los dos brazos en horizontal, como acababan de inventar los socialistas. “Radiografía de tórax”, le contestó el traductor. “¡Radiografía de tórax!” Y entre aplausos y sonrisas agregó: “Cuando se haga esa radiografía verán que el corazón del pueblo francés ha vuelto a estar a la izquierda”.
* Investigador de la Universidad Nacional de General Sarmiento y de la Universidad París VII.
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