EL MUNDO › EL CANDIDATO SOCIALISTA DEBATIó CON EL PRESIDENTE SARKOZY
El encontronazo entre los dos hombres que se enfrentarán el domingo dejó una imagen nueva del aspirante socialista: un político con ideas sólidas. Se fue del estudio de televisión con la misma ventaja.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Un verdadero combate de gallos. El primer y único debate directo entre los dos candidatos a la elección presidencial del próximo domingo, el presidente-candidato Nicolas Sarkozy y el socialista François Hollande, colmó más expectativas de las ya muchas que había suscitado: áspero, tenso, agresivo, por momentos un poco pesado, pero siempre al filo de la navaja, el encontronazo entre los dos hombres dejó una imagen nueva del aspirante socialista. Quienes lo creían débil, huidizo, impreciso e incapaz de definirse descubrieron a un hombre sólido, que nunca renunció a sus ideas y que, sobre todo, jamás rehusó la confrontación y hasta la buscó en muchas ocasiones. Al revés que en 2007 cuando debatió con la socialista Ségolène Royal, Sarkozy llegó a la cita con la desventaja de los sondeos y una meta: desestabilizar a su adversario, hacerlo tropezar o que se pierda en las impresiones. Ocurrió todo lo contrario. A lo largo de las casi tres horas que duró el debate, Sarkozy nunca consiguió imponerse a su adversario. Sereno, pero firme, de a ratos provocador y hablando en un tono de retador, el dirigente socialista no se dejó dominar por quien, en privado, había jurado comérselo vivo. En vez de esconderse detrás de un telón, de hacer verosímil el argumento de la derecha según el cual el representante de la rosa era un artista de la esquiva, Hollande aceptó la apuesta que le propuso Nicolas Sarkozy. El presidente quería demostrar que su rival carecía de estatura, que no conocía los temas, que era incapaz de mantener un razonamiento técnico. De allí provino la principal sorpresa: cifra por cifra, argumento tras argumento, Hollande salió airoso de ese jueguito tonto del “maestro y el alumno” para imponerse como el profesor.
La propia dinámica que el presidente francés puso en juego en las últimas dos semanas de su campaña jugó en su contra. Desde que perdió la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Sarkozy adoptó un perfil muy agresivo y extremista en su fulgurante carrera para atraer los votos de la ultraderecha. No podía desempeñar ahora el mismo papel. Se mostró más apaciguado, pero ahora tenía delante de él un interlocutor que pareció conocer mejor que Sarkozy el arte de la argumentación y la representación que circula en las palabras. Las diferencias de estilos, de personalidad, de la visión de Francia y de Europa y del ejercicio del poder nunca habían aparecido tan palpables como anoche. Hollande doblegó a Sarkozy. Menos en una ocasión, cuando se trató de un tema relativo a la inmigración, el candidato socialista dejó sin respuesta a un Sarkozy que nunca se pudo sacar de encima el balance de su mandato. El gatito manso pintado por la derecha resultó un felino con mucha altura. Entre los momentos más memorables figuran el ataque de Hollande a Sarkozy: el candidato socialista le dijo al mandatario que no paraba de “hacerse la víctima” y que se había vuelto un especialista en “echarles la culpa a los demás”. Los dos hombres se enfrentaron en torno de lo que ha sido la imagen que se le pegó a Sarkozy: presidente de los ricos.
Hollande atacó la política fiscal de Sarkozy, impugnó sus reformas y detalló los regalos millonarios que el jefe de Estado hizo a los ricos durante su mandato. Los dos hombres cruzaron las espadas en torno de la propuesta de Hollande destinada a crear 12.000 puestos en la educación nacional, muy criticada por Sarkozy, que lo acusó de gastar plata. Hollande le respondió: “Usted defiende a los más privilegiados, y yo defiendo a los niños de la República”. Sarkozy le dijo: “Hay una diferencia entre nosotros. Yo quiero menos pobres y usted quiere menos ricos”. A lo cual, Hollande respondió: “Ocurre que ahora hay más pobres y los ricos son más ricos”. En todo momento, el representante socialista recordó que Nicolas Sarkozy llevaba diez años en el poder (está desde 2002 como ministro de Interior y ministro de Economía) y repitió las consecuencias de la gestión sarkozista: crecimiento de la deuda de Francia, del desempleo, de las desigualdades, de la inseguridad, del déficit comercial y el ocaso de la industria nacional.
François Hollande le dijo a la sociedad: “La crisis golpeó a los más débiles. Los privilegiados han sido demasiado protegidos: seré el presidente de la recuperación económica, porque el país necesita ajustar sus cuentas públicas y volver a crecer; y seré el presidente de la unidad, porque hemos vivido demasiada división”. Sarkozy argumentó que él quería que se dijera “la verdad, no palabras gastadas. Estamos ante una decisión histórica, y no podemos permitirnos fallar”. Sarkozy achacó los problemas de su gestión a “la violencia de la izquierda, del sindicato de magistrados, de la CGT, que llama a votar por usted”. Hollande le respondió: “No se haga la víctima, señor Sarkozy (...). Francia está herida, dividida, y muchas veces, durante estos cinco años, se ha sentido así por sus palabras, por su actitud”. La inmigración fue uno de los temas de fuerte oposición, en particular la idea del socialista de otorgar el derecho de voto en las elecciones municipales a los extranjeros que no pertenecen a la Unión Europea. Sarkozy tildó la idea de “peligrosa” porque, según él, ello pondría a Francia en manos del Islam y los musulmanes. La idea enfureció al socialista. Además de rebatirla, de considerar indecente que se confundiera a los extranjeros con el Islam, Hollande reiteró su proyecto irrenunciable de que los extranjeros voten y adelantó que si no tenía una mayoría para hacerlo, ya que para ello es necesario modificar la Constitución, convocaría un referéndum sobre ese derecho. El tema europeo mostró el abismo que los separa: Hollande prometió que si era elegido este domingo 6 de mayo propondría de inmediato un pacto de crecimiento para Europa: “No se puede imponer la austeridad generalizada”, dijo. El debate televisivo acaparó la atención de la sociedad a niveles nunca vistos. Las calles estaban casi vacías y los bares donde había televisión repletos. Las últimas proyecciones de los sondeos señalan que el candidato socialista tiene una ventaja que oscila entre siete y ocho puntos. El debate no parece capaz de mover las agujas hacia Sarkozy. Tal vez no las mueva tampoco en dirección de Hollande. Pero una cosa quedó clara anoche: el presidente no dominó a su rival. El candidato socialista llegó en posición de favorito y salió del estudio de televisión con la misma ventaja, más una suplementaria: encarnó la figura de un hombre de Estado, a años luz de la endeble personalidad que retrataron sus adversarios de la derecha.
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