EL MUNDO › EL ELECTO PRESIDENTE TENDRá QUE GOBERNAR A PARTIR DEL 15 DE MAYO DOS PAíSES EN UNO: EL IGUALITARIO Y EL XENóFOBO
Hollande necesita una mayoría para gobernar y ese caudal se encuentra también entre los electores afectados por la crisis que culpan a los inmigrantes de sus desgracias. Es el panorama que deja Sarkozy.
› Por Eduardo Febbro
Los camiones de la basura van recogiendo los restos del festín democrático que duró hasta la madrugada. Las calles de París, los pasillos del Metro, los trenes y la memoria guardan cautivos los ecos de las mil Marsellesas y las mil Internacionales entonadas el domingo por la noche, cuando Francia eligió al socialista François Hollande como próximo presidente de la República por una estrecha mayoría. El inmenso júbilo popular que inundó las calles de la capital francesa tuvo como protagonistas a los jóvenes, que votaron en un 60 por ciento por François Hollande: 17 años después, la izquierda regresa al poder y el presidente Sarkozy sale de la escena que con tanta gula ocupó en la última década. El presidente quedó herido. Sarkozy creyó hasta el último segundo que daría vuelta los pronósticos adversos. Según reveló el diario Le Figaro, Sarkozy reunió ayer a sus colaboradores más íntimos y les anunció que dejaba la política para siempre: “Una página se ha dado vuelta para mí. No seré candidato a las elecciones legislativas, ni en las elecciones que vendrán. No se preocupen, voy a renovar mi carnet del partido (UMP) y a pagar mi cotización”.
Una página vuela y otra empieza a escribirse, casi en directo, al mismo tiempo que se despliegan las estrategias para la próxima batalla: las elecciones legislativas del mes de junio. La situación es extraña y difusa. Francia recién empieza a descubrir ahora quién es el presidente al que eligió. Los medios escriben la historia del nuevo jefe de Estado con el correr de las horas. Cada gesto y cada detalle adquieren proporciones épicas. François Hollande ganó las llaves de la presidencia sin leyenda. Construyó su proyecto fuera de las luces y la sagacidad de los analistas, los periodistas no venían a verlo, no tenía siquiera secretaria y apenas se rodeó de un grupo de cuatro allegados. Sarkozy lo llamaba “eso”. El próximo 15 de mayo intervendrá el traspaso de poderes.
Ayer, Sarkozy cumplió con honor y sobriedad las obligaciones de su rango. Invitó a Hollande a participar en las ceremonias que hoy conmemoran el final de la Segunda Guerra Mundial y enfundó todas las espadas. Es un hombre distinto. A los líderes de la derecha, en especial al primer ministro François Fillon, al canciller Alain Juppé y al secretario general del partido UMP, Jean François Copé, les corresponde llevar sus tropas a las elecciones legislativas de junio y evitar la picadura de la víbora que es la ultraderecha. El panorama que dejó Sarkozy es un campo minado, tanto para la derecha como para la izquierda. La línea nacional populista adoptada por el presidente con la intención de atraer al electorado de la extrema derecha dio resultados: no evitó la derrota, pero sí una distancia abismal entre él y Hollande. Hay dos países en uno: el igualitario y humanista, y el país xenófobo, partidario del cierre de las fronteras, antiinmigrados, antimusulmán, adverso a las elites. Es el país al cual Sarkozy se dirigió durante los 15 días que separaron las dos vueltas de la presidencial. Es el país de Patrick Buisson, el consejero más influyente de Sarkozy oriundo de la ultraderecha. Para gobernar, Hollande necesita una mayoría y ese caudal se encuentra también entre estos electores golpeados por la crisis, el paro, la desindustrialización y asustados por las inocultables transformaciones socioculturales de Francia surgidas de la inmigración. La derecha cuenta con líderes fuertes que defienden el perfil de derecha social, humanista, lejos, muy lejos de los cantos de cisne negro por el que optan otras corrientes, también sólidas, de la llamada “derecha popular”.
La derecha quiere hacer de las próximas elecciones legislativas “una tercera vuelta” y reclama un “equilibrio de poderes”. Los socialistas, en cambio, aspiran a una mayoría para gobernar. Sin ella, la elección de Hollande será un espejismo. Sarkozy le reclamó a la UMP “unidad” y uno de sus portavoces, Guillaume Peltier, dijo: “Dentro de un mes podemos tener un primer ministro de derecha”. El problema es la amenaza del ultraderechista Frente Nacional y el proyecto de su líder, Marine Le Pen, de destruir a la derecha de gobierno. La UMP de Sarkozy cuenta con 305 diputados salientes y, según los cálculos, podría perder 130 en beneficio del Frente Nacional. Está al borde de la explosión, a dos pasos de una segunda decapitación. El 17,9 por ciento de los votos que Marine Le Pen sacó en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el 22 de abril, le permite estar presente en más de 350 circunscripciones en la segunda vuelta de las legislativas. Su poder destructivo es total. Los socialistas, a su vez, pueden contar con la dinámica que arrastra la presidencial, el aporte ecologista y, sobre todo, el respaldo de la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon. Y una carta más: la personalidad de Hollande, conciliadora, bonachona, que inspira confianza.
Las dos Francias están ahí, a simple vista, y hay que unirlas, ponerlas a trabajar, reconciliarlas, hacer que se miren sin recelos. François Hollande prepara el retorno de la izquierda al poder en esas condiciones. Ya se barajan los nombres de los próximos ministros de su gabinete: el ex primer ministro y también ex titular de la cartera de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, iría a la Cancillería; la actual primera secretaria del PS y ex ministra de Trabajo que instauró la semana laboral de 35 horas, Martine Aubry, suena como jefa de gobierno, junto a Jean-Marc Ayrault, presidente del grupo socialista en la Asamblea Nacional. Hollande ya marcó muchos puntos antes de gobernar: entre ellos, le dijo “no” a la canciller alemana Angela Merkel. Europa no será más como ella quiere sino como la necesitan todos. Otra profunda paradoja: el presidente a quien el vespertino Le Monde llama “el vencedor solitario” desarticuló la lógica implacable del predominio alemán sin siquiera haber ocupado todavía el sillón presidencial.
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