Dom 27.04.2003

EL MUNDO  › COMO ES LA HEGEMONIA CHIITA QUE BUSH, CON LA CAIDA DE SADDAM HUSSEIN, ESTA AYUDANDO A PRECIPITAR

El Frankenstein latente en la “libertad iraquí”

George W. Bush y sus voceros no paran de congratularse por haber generado una nueva libertad iraquí. Pero ésta tiene un componente problemático: un 60 por ciento de chiítas cuyo modelo es la teocracia iraní. Página/12 cuenta lo que ocurre entre ellos.

Página/12, en Irak
Por Eduardo Febbro, desde Kerbala y Bagdad

Treinta y cinco años después de que el derrocado presidente iraquí Saddam Hussein fundara su poder apoyándose sobre la minoría sunnita y aislara a los chiítas que representan el 60 por ciento de la población, los chiítas iraquíes sienten que la hora de la revancha ha sonado para ellos. Reprimidos salvajemente en varias ocasiones, especialmente en 1991 y 1999, los chiítas pagaron un elevado tributo a lo largo del mandato de Saddam.
En 1991, durante la primera Guerra del Golfo, los chiítas apoyaron desde adentro a la coalición internacional que se formó para desalojar a los iraquíes de Kuwait. Marginados desde hacía décadas, los chiítas se sublevaron contra el régimen del partido Baaz, pero la decisión tomada por el entonces presidente George Bush (padre) de no decapitar el poder de Bagdad los dejó ente una encrucijada sangrienta. Saddam, para vengarse, aplicó una política deliberada de eliminación de los chiítas bombardeando sus ciudades, destruyendo sus templos, asesinando a mansalva, cortando el suministro de víveres y medicamentos y reemplazando a los imanes que habían lanzado la revuelta con agentes del partido Baaz. Ocho años después, en 1999, Saddam Hussein reprimió con sangre la revuelta que estalló en el populoso suburbio chiíta de Bagdad, Saddam City.
La intervención militar estadounidense “abrió para nosotros las puertas de la libertad”, dice el jeque Al-Hussein. Severo y distante pero amable, este líder religioso de Bagdad explica no obstante que “la libertad” no significa “sometimiento a una desagradable administración norteamericana. Los estadounidenses deben entender que esto es el principio de una revolución y que ésta será islámica” Los chiítas saludan con la V de la victoria el paso de los tanques enviados por la administración Bush y, al mismo tiempo, se burlan: “Ellos creen que el poder, el auténtico poder, reside en las armas. Nosotros pensamos todo lo contrario. El verdadero poder está en la fe. Ese es el poder absoluto, señala Alin Ahsr”, dice un miembro de las milicias chiítas que custodian la mezquita del Profeta en la ex Saddam City. El primer acto de “independencia” simbólico protagonizado por los chiítas consistió precisamente en cambiarle el nombre al barrio que llevaba el nombre del ex presidente iraquí. Apenas cayó Bagdad, Saddam City pasó a llamarse con el nombre de uno de los jefes religiosos asesinados por la policía secreta durante el levantamiento de 1999, Al-Sadr. El segundo acto fue político: en una mezcla de razones económicas y políticas, los chiítas se precipitaron sobre Bagdad y saquearon, destruyeron, incendiaron y pisotearon cuanto edificio, dependencia o emblema podía representar al extinto poder. El tercer acto, el más espectacular, fue a la vez político y religioso. Entre finales de la semana pasada y mediados de esta, los chiítas protagonizaron una de las peregrinaciones más multitudinarias de que se tenga memoria, rumbo a la ciudad de Kerbala, en el sur de Irak. Más de dos millones de peregrinos acudieron a Kerbala para rendir homenaje al Imán Hussein en lo que se conoce como la conmemoración del Arbain, los 40 días que marcan el final del duelo en honor al Imán Hussein. En el ano 680, al lado de sus últimos 72 seguidores, el Imán se inmoló frente a los ejércitos del califa Yazid. Desde entonces, ese acto se volvió el símbolo del sacrificio que preconizan los chiítas. Prohibida desde hace dos décadas por Saddam Hussein, la magnitud de la movilización demostró que los chiítas no han perdido nada de su influencia. El mensaje dirigido a los Estados Unidos no podía ser más claro: “Washington hizo como si no existiéramos. Negoció con la oposición en el exilio una suerte de gobierno excluyéndonos totalmentede la mesa. Creo que ahora no podrán cerrar los ojos. Si no toman en cuenta nuestras reivindicaciones, si no nos incluyen en el gobierno, si no nos otorgan la representación que merecemos, entonces los Estados Unidos pasarán muy rápidamente de ser una fuerza liberadora a un ejército de ocupación. Eso les traerá muchos problemas”, advierte el jeque Al-Hussein.
Jefes religiosos locales o líderes exiliados adelantaron durante décadas que abogarían por la aprobación de una nueva constitución basada en los fundamentos del Islám. El principio tendiente a hacer de Irak un Estado islámico al estilo del iraní cuenta con el apoyo de la franja mayoritaria de la comunidad chiita iraquí. En el curso de la peregrinación hacia Kerbala, muchas de las banderolas desplegadas reclamaban la “implantación de las leyes islámicas en todo el país”. Otras defendían las prioridades de la pirámide del poder aclarando que “los clérigos islámicos son nuestros únicos representantes”. Con carteles, cantos, gritos y gestos tradicionales los chiítas firmaron su retorno al primer plano del escenario político nacional. Las prácticas prohibidas por Saddam se propagaron en pocos días a lo largo de las rutas iraquíes que conducían a Kerbala. Las decenas de miles de peregrinos practicaron tradiciones prohibidas como la flagelación. Golpeándose la espalda con cadenas o dándose golpes en la frente hasta producir un hematoma los chiítas demostraron que la represión, por más extensa que sea, no se impone a la fe.
Las imágenes que se sucedieron en Kerbala no podían ser más emblemáticas. A lo largo de la plaza Bab al Bagdad, centenares de peregrinos se subieron a la fuente donde antes se encontraba la inevitable estatua de Saddam Hussein. Los restos de la estatua eran pisoteados como basura al palpitante ritmo del latom, el repiqueteo de las palmas contra el pecho. Simultáneamente, miles de peregrinos avanzaban por la calle que conduce a la mezquita Al Abbas gritando: “Despierta, Hussein, el pueblo te quiere” y flagelándose la espalda con pesadas cadenas de hierro, el sinyid. Ese es precisamente el eterno “poder de la fe” del que hablan los líderes chiítas. Históricamente, estos creen que un buen musulmán no debe conformarse rezando y consideran que es obligatorio participar en actividades políticas mezcladas con las religiosas. Los sunnitas, en cambio, se niegan a mezclar la religión y la política. Habiendo gobernado largamente el país, estiman que la llamada revelación divina llegó a su fin con Mahoma. Por el contrario, los chiítas creen que la revelación culminará su ciclo luego de la aparición de Mahdi, el inspirado de Dios y, por ser el último, el profeta más inspirado y perfecto. Entre ambos se sitúa otra diferencia, esta vez menos religiosa que política. Bajo el poder de los sunnitas, el Estado fue laico. Los chiítas quieren un Estado islámico.
“En los tiempos de Saddam Hussein, si alguien te veía flagelándote, la Guardia Republicana te llevaba a la cárcel”, cuenta Mahmud. La cita de Kerbala contiene en potencia los dos mensajes de la comunidad chiita. La reivindicación de una identidad religiosa y la bofetada a los soldados norteamericanos que ocupan Irak. “No a la ocupación”, “Abajo Israel”, “Abajo Estados Unidos”, rezaban las banderolas donde también se exigía una “República Islámica”. Los peregrinos obedecieron a las consignas lanzadas por el ayatolá Mohamed Baqir al Hakim, líder del opositor Consejo Supremo de la Revolución Islámica (CSRI), quien había pedido que la peregrinación se tornara una clara manifestación antinorteamericana. “Si los Estados Unidos dicen ser el país de la democracia, ¡qué lo demuestren aquí!”, decía uno de los participantes en la ceremonia. Democracia, para ellos, quiere decir respetar la voz de la mayoría y permitir que se instaure un Estado islámico. “La revolución del Imán Hussein significó el despertar de los oprimidos”, decía una banderola colgada en un balcón. “Pues bien -explicaba Jaffar– ahora estamos haciendo otra revolución, la de loschiítas, sin Saddam, sin la policía secreta, sin la Guardia Republicana. Por eso no queremos que los norteamericanos se queden aquí”.
La amordazada fuerza chiita se ha puesto en marcha. “Nadie moviliza a dos millones de personas si no tiene nada que decir”, comentó el Imán de la mezquita Abbas. Las declaraciones del Imán y las frecuentes apariciones de otros jefes chiítas demuestran que los miedos del pasado han desaparecido. Antes, hablar como lo hacen ahora o pasearse en los hoteles de Bagdad les hubiese costado el exilio o la muerte. Ya no. En medio de la enorme confusión que impera en Irak, los chiítas aparecen como la única fuerza organizada y estructurada. El sayyed (uno de los cargos más altos en la jerarquía chiíta) Al-Shawki afirma que “por el momento, los chiítas no están satisfechos con el esquema presentado por el presidente norteamericano George Bush. Agradecemos a los norteamericanos porque nos liberaron, pero no aceptaremos ni que nos colonicen, ni que nos dejen a un lado”. Al igual que otros jefes religiosos de alto rango, el sayyed opta por la creación de un gobierno que agrupe a todas las comunidades de Irak, chiita, sunnita, kurda y cristiana.
Aspiración contradictoria con el objetivo final de los chiítas, que es la instauración de un Estado islámico. “Todo se jugará según la aritmética de los cañones”, vaticina un periodista iraquí cercano al régimen de Saddam Hussein. El hombre, que en estos días vive escondido en los hoteles de Bagdad hasta “que pase la tormenta”, argumenta que “en la mesa de negociaciones se contarán las armas de que dispone cada comunidad. Entonces recién sabremos quién se quedará con la mejor parte. Los chiitas, por ahora, son los menos armados, pero no tardarán en dotarse de los elementos necesarios para discutir con ventaja. Ya tienen la mayoría de la población con ellos. Cuentan también con el motor de la fe, que equivale a la obediencia. Sólo les faltan algunos canones para imponer su ley”. En Irak existen 150 grandes tribus, a su vez divididas en 2.000 clanes: árabes, kurdos, asirios caldeos, turkemeres, musulmanes sunnitas, chiitas, cristianos.
Ayer como hoy, el papel que desempeñen las tribus será determinante. Sin el freno del miedo y con Saddam Hussein en fuga, los jefes tribales chiitas se exhiben libremente en los hoteles de Bagdad donde se llevan a cabo las negociaciones. Anhelan a que se los reconozca, a ser aceptados en la mesa de los grandes y no, como antes, en los rincones del poder. “La época en que no podíamos pedir nada terminó”, dice el sayyed Al-Shawki, Imán en la mezquita del Profeta en Bagdad. Hoy, los chiitas muestran su Dios al descubierto y en nombre de él claman por la ley que mejor les convenga.

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