EL MUNDO
Alí Babá y los 4.000.000 de ladrones de la capital
Bagdad sigue siendo el paraíso de los saqueadores, los ladrones y los vendedores de armas. Todo está en venta; al menos, todo lo que se puede robar. Y la tarea de contener el caos no es sencilla.
Por Guillermo Altares *
Desde Bagdad
Las ráfagas de Kalashnikov se escuchan claramente a pesar del barullo en la zona comercial de un barrio de clase media de Bagdad. Pero los tenderos no se miran los unos a los otros con preocupación, sino con alegría: los tiros constantes al aire significan que ha vuelto la luz a la zona. A pesar de la prohibición estadounidense, en la capital iraquí –y en todo el país– hay cientos de miles de armas y en el mercado de la ex Saddam City, la zona más pobre de la ciudad, pueden ser adquiridas por unos pocos dólares. En el centro, las patrullas militares hacen lo posible por imponer el orden y detener a los saqueadores que intentan llevarse lo poco que queda en los edificios oficiales.
De mayoría chiíta, la vieja Saddam City es un lugar impresionante. Pobre y reprimida durante la época del dictador iraquí, ahora la miseria es extrema. Rebaños de cabras pastan entre la basura tirada por la calle. También hay unos cuantos caballos y un burro famélico comiendo lo que puede entre los desperdicios. El mercado de armas y falsificaciones está directamente situado sobre un basurero. Mohamed tiene apenas 12 años y muestra orgulloso un fusil de asalto AK-47 por el que pide 80.000 dinares (unos 40 dólares al cambio de ayer). También se venden archivadores, generadores, sillas rotas y cualquier otra cosa fruto de los saqueos generalizados de la semana pasada.
Por la calle, un padre lleva de la mano a su hijo de apenas cinco años que va cargando tranquilamente con otro Kalashnikov. Este mercado no es el lugar más recomendable de Bagdad; pero el descaro con el que se burla la prohibición de las fuerzas ocupantes es increíble. Los estadounidenses han reiterado su voluntad de sacar las armas de las calles y han calculado que hay unos ocho millones de fusiles en manos de civiles en todo el país.
Para demostrar que la mercancía es buena, Mohamed no duda en hacer un disparo al aire lo que provoca la furia del resto de los vendedores. “No tienen por qué destacar esto, tienen que contar también lo positivo de este país. Hablen de los hospitales, de la electricidad, no de la basura en las calles”, grita otro de los comerciantes, mientras un hombre con una oreja cortada escupe sobre un billete con el rostro de Saddam Hussein. Dice que es un desertor y que por eso fue mutilado. Los imanes son los únicos que pueden mantener un poco el orden en esta zona de la ciudad, donde los soldados estadounidenses se dejan ver lo menos posible.
En el centro de Bagdad, las fuerzas estadounidenses están mucho más presentes. Entre gritos y empujones, un grupo de siete policías militares, armados hasta los dientes, introduce a dos saqueadores en la parte de atrás de un camión donde ya hay una decena de detenidos. “Estaban robando aquí”, dice el teniente John Davis, señalando un edificio oficial completamente arrasado. Son dos muchachos muy jóvenes y están cubiertos de polvo después de haber sido obligados a tirarse en el suelo.
Un ciudadano se acerca a los soldados, vestidos de camuflaje, con chalecos antibalas y fusiles de asalto M-16, e indica otro lugar, tan destrozado como el anterior, donde dice que hay más saqueadores. Cuatro de ellos salen corriendo hacia allá, mientras son seguidos por su vehículo militar tipo Hunvee, que lleva una potente ametralladora de 50 milímetros. Pisando cristales rotos y hierros retorcidos, cruzan una puerta ennegrecida por un incendio con sus linternas en la mano. A los pocos minutos sacan a un saqueador a rastras, le tiran al suelo y le ponen las esposas de plástico. “¿Hay más Alí Babá dentro?”, le grita un soldado, mientras le exige que no se mueva. Sus compañeros sacan a otros tres saqueadores: también son muy jóvenes, uno de ellos es casi un niño.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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