EL MUNDO
› OPINION
Un repliegue que amenaza
› Por Claudio Uriarte
Este es un repliegue que se parece a una ofensiva. La decisión de retirar las tropas y bases estadounidenses de Arabia Saudita es un replanteo estratégico fundamental, si bien sus condiciones de posibilidad ya estaban dadas. En otras palabras, hace mucho que Arabia Saudita no era exactamente el principal aliado de Estados Unidos en el Golfo Pérsico. El dinero de parte de sus 6000 y pico de sus príncipes estuvo detrás de los atentados dirigidos por el saudita Osama bin Laden el 11 de septiembre de 2001, y, para hablar de cosas más recientes, el reino negó a EE.UU. el empleo de su territorio como base de lanzamiento de la invasión a Irak. Un aliado como ése no sirve para mucho. Pero la decisión anunciada ayer tiene otra interpretación posible: dentro de Arabia Saudita, las tropas estadounidenses eran rehenes de las confusas internas políticas del reino; ahora, con la ocupación de Irak del otro lado de su frontera y unas Fuerzas Armadas propias muy débiles, los 6000 príncipes tienen un nuevo principio de realidad.
Pero el retiro es parte de un cambio estratégico más amplio. Donald Rumsfeld no miente al declarar su antipatía a los grandes emplazamientos militares estadounidenses en el exterior. Desde el fin de la Guerra Fría, esos emplazamientos se han convertido en una carga, más que en una ventaja. En gran parte de los países donde están basados los estadounidenses (como Alemania y Corea del Sur), su presencia es motivo de antipatía y resistencia crecientes por parte de la población local. Al mismo tiempo, esas fuerzas sirven como sustituto de una defensa local verdadera, sea en Alemania (donde, de todas maneras, la amenaza externa ha desaparecido, y EE.UU. ya ha iniciado un repliegue de fuerzas), o en Corea del Sur, donde esa amenaza existe, pero el gobierno es cada vez más sensible al antinorteamericanismo de su población. En esta nueva realidad, el Pentágono se enfrenta a la paradoja de mantener fuerzas en países que no son amenazados o no quieren ser defendidos, lo que implica un claro cortocircuito político. Y también financiero. De allí que, para la doctrina del jefe de los halcones, tenga más sentido una organización militar basada en fuerzas ágiles de desplazamiento rápido que la permanencia en el exterior de unas tropas convencionales cada vez más estacionarias e inútiles.
Por lo que atañe a Medio Oriente, el repliegue militar anunciado ayer tiene como contraparte el fortalecimiento de la relación estratégica estadounidense con Israel. Por mucho tiempo, la presencia militar norteamericana en Arabia Saudita constituyó uno de los elementos que mantuvo atada la diplomacia tradicional del Departamento de Estado a la necesidad de mantener un consenso funcional con los Estados árabes. Pero la invasión a Irak, de la que Turquía se bajó a último momento, y donde Estados Unidos operó sólo desde Kuwait y Qatar, supone que las palancas árabes en Washington son mucho menos fuertes que antes. Después de la guerra, Arabia Saudita, Irán y Siria –tres países con distintas relaciones problemáticas con Washington– han quedado como los nuevos vecinos del Ejército norteamericano. Y está claro que EE.UU. puede actuar solo.