EL MUNDO
› CON UN ACTO EN UN PORTAAVIONES, SE LANZO A LA REELECCION
Habló el candidato George W. Bush
El presidente de Estados Unidos voló ayer al portaaviones “Abraham Lincoln” para hablar a las tropas que regresan a casa. En un acto de clara connotación preelectoral, fue vitoreado y aplaudido tras proclamar su nueva victoria antiterrorista y anunció que su país tenía “una misión”.
› Por Claudio Uriarte
Fue el lanzamiento de campaña electoral más espectacular de la historia. De pie sobre la cubierta del gigantesco portaaviones “USS Abraham Lincoln”, bajo el celeste e inmenso cielo de la tarde, debajo de un enorme cartel con las palabras “Mission Accomplished” (Misión cumplida) con los colores y las estrellas de la bandera estadounidense, y rodeado del entusiasmo, los aplausos y los vítores de cientos de integrantes de las fuerzas armadas norteamericanas, George W. Bush, el hombre que pasó la guerra de Vietnam sobrevolando Texas, dio por terminadas ayer las operaciones militares en Irak. Pero evidentemente también dio por empezada la campaña para su reelección en noviembre de 2004, que se ha vuelto la prioridad número uno de la Casa Blanca. Y no empieza desde nada: una encuesta divulgada ayer por The Washington Post dice que el presidente menos electo de la historia norteamericana tiene hoy un 71 por ciento de aprobación popular, y que una mayoría también piensa que los problemas de la economía –que es el punto de máxima vulnerabilidad del emprendimiento político iniciado ayer– no son por culpa del ocupante de la Casa Blanca.
“Siéntense”, dijo al llegar al podio. No bien dicho esto, Bush recibió una ovación. “Nuestra nación tiene una misión”, dijo el presidente. “Vamos a defender la paz.” “Los terroristas del 11 de septiembre pensaban que iba a ser el comienzo del fin de Estados Unidos. Han fracasado.” “La batalla de Afganistán terminó con los talibanes.” “Ningún grupo terrorista podrá recibir ayuda del régimen iraquí, porque el régimen iraquí no existe más.” “La guerra contra el terrorismo no ha terminado, pero no es infinita.” “De Pakistán a Filipinas y el Cuerno de Africa seguiremos persiguiendo a Al Qaida.” “Seguiremos cazándolos antes de que puedan atacar.” “En estos 19 meses que cambiaron el mundo, hemos visto el giro de la corriente.” Con frases como éstas, a lo largo de un discurso de unos 15 minutos, un Bush que había llegado al portaaviones disfrazado de piloto, pero que se dirigió a sus tropas en impecable traje negro de civil con camisa blanca y corbata bordó, levantó los hurras y los aplausos de los hombres y mujeres, de polirracialidad políticamente correcta, que lo escuchaban en la cubierta del “USS Lincoln”. Hasta que produjo lo que causó la ovación más estruendosa y sostenida, al indicar que “otras naciones, a lo largo de la historia, han entrado en países y se han quedado, buscando explotarlos. Pero los norteamericanos, una vez que cumplen su misión, regresan a casa. Esa es la orden que les estoy dando esta noche”.
El presidente no fue exactamente modesto: implícitamente se comparó con Franklin Delano Roosevelt, Harry Truman y Ronald Reagan, tres presidentes a los que emparentó en su política de defensa de la patria. También tuvo menciones cálidas para el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y para el general Tommy Franks, que dirigió la “Operación Libertad Iraquí” desde su Comando Central en Qatar. Y desde luego, no pudo faltar el momento emotivo. Después de anunciar a sus soldados que “muchos de ustedes van a conocer ahora a nuevos miembros de sus familias”, por los niños que nacieron mientras sus padres estaban en operaciones, el presidente recordó que otros tantos hoy no están volviendo a sus familias y sólo lo harán en la gracia de Dios. Y recordó a un soldado Jason, uno de los que no está volviendo. “Cinco días antes de morir, Jason llamó a sus padres desde Bagdad. Y no fue para alardear, sino para decirle: ‘Los quiero’.”
¿Fue convincente el espectáculo? Sin ninguna duda: todo ayer hablaba de victoria, poder y voluntad nacional. La llegada del presidente al portaaviones estuvo calculada en pos de lograr el máximo efecto: podía haber llegado tranquilamente en helicóptero, pero eligió hacerlo en avión –lo que implicó una maniobra difícil, que podía haber terminado con el presidente flotando sobre el océano Pacífico– como supuesto copiloto (aunque, desde luego, nadie le permitió tocar una tecla en la cabina de mando). Llevaba un aparatoso uniforme militar, ideal para saludar con varias venias a los militares que estaban esperándolo. La imagen de mando fue poderosamente enfatizada, incluso por él mismo, cuando luego de elogiar en cinco o seis registros diferentes a los militares, les recordó que “tengo el honor de ser su comandante en jefe”.
¿Sobrevivirá este efecto los 18 meses que faltan para la reelección? Es difícil saberlo, pero es seguro que los coreógrafos de la Casa Blanca tienen muchos más actos de este tipo en mente. Y, no sólo en este sentido, la guerra no terminó.
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