Vie 29.06.2012

EL MUNDO  › DESPUES DE LOS CUESTIONADOS COMICIOS DEL 2006, REFUERZAN DISPOSITIVOS DE SEGURIDAD ELECTORAL

Ronda las elecciones el fantasma del fraude

Las autoridades hicieron manifiestos esfuerzos para frenar la idea de ilegitimidad que podría empañar el resultado de las elecciones. Pero no es fácil erradicar viejas prácticas.

› Por Eduardo Febbro

Desde México

José Woldenberg está convencido de que un fraude generalizado en las elecciones presidenciales del próximo 1º de julio es imposible. Sin embargo, el espectro de una trampa global circula como una espada de Damocles sobre una consulta electoral que puede consagrar el retorno al poder del PRI después de doce años en la oposición. José Woldenberg no es un cualquiera, en los dos sentidos del término. Woldenberg dirigió el El Instituto Federal Electoral (IFE) en el año 2000, es decir, cuando el candidato del PAN, Vicente Fox, ganó las elecciones presidenciales ante el representante del PRI, Francisco Labastida, y el del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas. Las fechas y el nombre son claves. En 2000 el PRI, Partido Revolucionario Institucional, sufrió su primera derrota en presidenciales desde su fundación, en 1929. Ello dio lugar a la primera alternancia política en casi un siglo de vida institucional.

La variabilidad de las encuestas de opinión contribuye a alimentar el espectro de un episodio similar al que dio lugar la elección del actual presidente saliente, Felipe Calderón, ante el candidato opositor del PRD, Partido de la Revolución Democrática, Andrés Manuel López Obrador. En 2006, Calderón ganó por apenas 0,56 por ciento de los votos. El resultado no fue reconocido por López Obrador. El candidato del PRD se lanzó en una extensa campaña de rechazo al resultado oficial sin que sus argumentos fueran tomados en cuenta por el IFE.

Las encuestas divulgadas hasta ahora son una danza cambiante. Un sólido ramo de estudios de opinión le otorga al candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, un margen de victoria que oscila entre los 8 y los 15 puntos. Sin embargo, un sondeo divulgado por el semanario mexicano Reforma el pasado 31 de mayo insinuó la primera duda pública: según el periódico, la distancia que separa a Manuel López Obrador de Peña Nieto asciende a apenas 4 puntos. Ninguna encuesta vino luego a legitimar ese margen estrecho, pero el fantasma de 2006 sembró la duda sobre la imparcialidad del sistema electoral mexicano. Sus responsables arguyen hoy que la complejidad del dispositivo impide un fraude generalizado como el que pudo plasmarse en 2006. Pero la historia electoral mexicana está tan plagada de fraudes que la sospecha es ya parte del mismo proceso. El politólogo Martín Carlos Ramales Osorio señala al respecto que “a los mexicanos nos está negada la democracia”.

Ramales Osorio resume la historia de manera muy concisa: “El primer fraude en elecciones presidenciales ocurrió en 1929, en contra del político y escritor oaxaqueño José Vasconcelos. A ese caso le seguirán unos cuantos más: el de 1940 en contra de Juan Andrew Almazán, el de 1952, implementado en contra del general Miguel Henríquez Guzmán; el de 1958 en contra del candidato del PAN, el de 1988 en contra de Cuauhtémoc Cárdenas y, más recientemente, el fraude electoral perpetrado por Acción Nacional en contra de López Obrador”.

Los sondeos y el ánimo que se percibe en la calle apuntan a una victoria del histórico PRI. El candidato de la izquierda, López Obrador, se izó al segundo lugar en las encuestas a raíz de la pésima campaña y del boicot interno de la candidata del gobernante PAN, Josefina Vázquez Mota. Hasta hace cerca de un mes, Obrador ocupaba un lejano tercer puesto. Sin embargo, la irrupción del movimiento estudiantil Yo soy 132, abiertamente hostil al candidato del PRI, modificó el orden de las preferencias.

Las autoridades hicieron manifiestos esfuerzos para frenar la idea de ilegitimidad que podría empañar el resultado de las elecciones. Se han adoptado férreas medidas de seguridad en torno de las boletas para votar, se creó una credencial de elector, se perfeccionó el sistema mediante el cual se cuentan los votos. A ello se le agregaron una docena de procedimientos destinados a garantizar la limpieza de las elecciones de este domingo. Ello no excluye las prácticas tradicionales como la compra de votos o la simple coacción. En este contexto, en un artículo firmado por José Woldenberg el pasado 14 de junio, el ex responsable del ente electoral mexicano juzgó que “pueden producirse irregularidades en una casilla o en un conjunto de casillas. Pero un fraude maquinado centralmente es imposible”.

El IFE lleva casi un cuarto de siglo organizando las elecciones. Es un organismo autónomo, gobernado por nueve consejeros y en cuyo seno hay representantes de los partidos. La elección presidencial de este domingo, en donde también se renueva el Congreso –-500 diputados y 128 senadores– movilizó a más 50.000 personas encargadas de supervisar el proceso. Los 79 millones de votantes tienen una credencial de elector en la que se han integrado 19 mecanismos de seguridad destinados a evitar el tan temido megafraude. Pero en México y con un pasado tan empañado, nada es simple, ni siquiera la extrema prudencia. Hace unos días, López Obrador pidió al IFE que impidiera que los electores ingresaran al cuarto oscuro con un teléfono celular para que los votantes que fueron “comprados” no saquen una foto de su propio voto como prueba de que lo hicieron a favor de quien les pagó. El 42 por ciento de la opinión pública cree que las elecciones de este domingo no serán “del todo limpias”.

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