Vie 27.07.2012

EL MUNDO  › LAS HUELLAS DE LA GUERRA CIVIL EN LA SEGUNDA CIUDAD MAS GRANDE DE SIRIA

Miedo y desolación en Alepo

Mientras los rebeldes intentaban emboscar a las tropas del gobierno, existía el temor, que tanto ellos como los combatientes titubeaban en expresar, de que el régimen todavía era muy fuerte y podía prevalecer como lo había hecho en Damasco

› Por Kim Sengupta *

Los tanques y las tropas del régimen iban envueltos en polvo y también lo hacían los revolucionarios en sus camionetas pick-up y automóviles: enemigos implacables yendo a su cita en Alepo. Atrás quedaron las familias de los combatientes de la oposición, ayudando a sus hombres a prepararse para la futuras batallas y luego diciéndoles adiós sin saber si los volverían a ver. “Es tan duro cuando uno espera y no sabe lo que va a pasar. No podemos ir con nuestros maridos e hijos, de manera que lo único que podemos hacer es preocuparnos”, suspiró Hania Um Khazali. “Pero también les digo a mis amigos, a mis hijas, que debemos ser fuertes; todo está en las manos de Alá.”

Los convoyes de las fuerzas del régimen han estado dirigiéndose hacia la segunda ciudad más grande de Siria para el último sangriento enfrentamiento en esta larga y amarga lucha para derrocar al régimen de Bashar Al Assad. Como resultado del fin de los bombardeos en las áreas cercanas a la frontera con Turquía, parecía haber menos puestos de control y patrullas militares. Los rebeldes intentaron emboscar a las fuerzas del régimen pero, aparentemente, con un efecto limitado. La operación más exitosa fue la de Jabal al-Zawiya, donde un convoy fue obligado volver con aproximadamente media docena de soldados muertos o heridos.

En los residentes de esta región en el norte de Siria, el ánimo que prevalecía era el de incertidumbre. Habían oído sobre los ataques aéreos en Alepo y circulaban rumores sobre que se habían usado armas químicas. También existía el temor, que tanto ellos como los combatientes titubeaban en expresar, de que el régimen todavía era muy fuerte, y podía prevalecer como lo había hecho en Damasco, a pesar del atentado que mató a cuatro de los asesores más cercanos de Assad, y a pesar de que los rebeldes hayan tomado distritos en la capital.

Si el gobierno gana este último round, el temor es que se venguen en la provincias de Alepo y de Idlib. Hania Um Khazali, de 56 años, perdió a un primo y un cuñado a manos de los Shabiha, la milicia de la comunidad alawita de donde proviene la elite del país, y que ha sido acusada de algunas de las peores atrocidades en el conflicto. Su preocupación ahora es por su marido Abdulbakr y su hijo Abdusalem de 22 años, ya que ambos se dirigían al frente. Hablando en su hogar en Bishmarun, Um Khazali dijo: “¿Cómo podía pararlos? Decían que iban a liberar al país. Tuvimos al ejército y los Shabiha estuvieron aquí en el pasado, asesinaron y arrestaron a gente. Espero que no vuelvan nunca, pero tenemos que estar preparados en caso de que lo hagan”.

Um Khazali y sus tres hijas se mudarán con parientes a un pueblo cercano en caso de una emergencia. El sistema de apoyo tradicional por la extensión de la familia y la comunidad ha resultado muy útil en este momento de conflicto. Estaban cuidando a Manu Mohammed Qasim, de unos 20 años, viuda con un hijo de cuatro y una hija de seis. La familia más cercana de Qasim ya se había ido a un campo de refugiados en Turquía cuando murió su marido Zaied. Sentada con el perfil de su hija tapándole el rostro, la joven dijo que no sabía cuándo iba a ver a su familia nuevamente: “Cuando esto termine, quizás ellos vuelvan. Hemos hablado de que yo vaya para allá, pero el camino es muy duro y peligroso. No me puedo arriesgar con los niños. Están muy alterados con la muerte de su padre, se asustan muy fácilmente ahora. Anoche estaban llorando mucho por el ruido de las bombas”.

El daño para las familias debido al conflicto en la región es muy grande. El pueblo de Basheria fue bombardeado por tanques y luego, según la gente local, llegó una banda de Shabiha disparando indiscriminadamente, saqueando y quemando sus hogares. Una mujer, Salma, tenía un arma apuntando a la cabeza de su hijo mientras pedía saber el paradero de su marido. Ella había huido al hogar de su hermano en otro pueblo y volvió para encontrar que su casa había sido incendiada.

Amira y Abdul Khader perdieron a su hijo de 15 años, Ali Ismael, en un ataque, cuando recibió un tiro en el cuello en el momento en que, por temor a ser arrestado, trató de correr hacia un bosque. Durante los siguientes setenta días la familia se quedó en el pueblo, con el temor de que cualquier movimiento pudiera provocar que los soldados de una base militar cercana abrieran fuego. Se negaron a abandonar la casa, quedándose en las pocas habitaciones que no están muy dañadas. Reconstruirán, dicen, cuando termine la lucha.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.

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