EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Bombardear consulados y matar embajadores está mal. No importa el país, no importa la razón, asesinar está mal. Y hacerlo asaltando un consulado empeora las cosas, porque violar el principio de inmunidad diplomática degrada la convivencia entre los países. Eso ya lo sabemos. El tema es qué hacemos con el reverendo.
Prácticamente todo el mundo salió a condenar la muerte del embajador Chris Stevens durante un ataque con cohetes lanzagranadas al consulado estadounidense en la ciudad libia de Benghazi el martes pasado. También, la quema de la embajada alemana en Túnez y las agresiones varias a distintas sedes diplomáticas estadounidenses en distintos países con población musulmana esta semana a partir de un nuevo aniversario del derribo de las Torres Gemelas de Nueva York. Más allá del significado y la historia de la presencia estadounidense y europea en cada uno de esos países, el detonante de la ola de furia antioccidental habría sido la difusión por Internet de un video blasfemo e insultante que muestra al profeta Mahoma en diversas situaciones como mujeriego, homosexual y tonto. El video es la promoción de una película que casi nadie vio, dicen que muy bizarra, que propagandiza en contra de la religión musulmana y que habría llegado a estrenarse hace algunas semanas en algún cine de California sin que nadie lo notara demasiado. Hasta que llegó el reverendo.
El reverendo Terry Jones (foto) es un pastor anglicano de Gainesville, Florida, que odia a los musulmanes. Además es un especialista en llamar la atención. La iglesia de Jones casi no tiene feligreses. Empezó con unos treinta, pero ahora que se hizo famoso sólo le quedan “tal vez doce”, según confesó en la conferencia de prensa que dio en el patio de su iglesia el jueves pasado, el mismo día en que su embajador en Libia volvía al país en un cajón. No tendrá feligreses, pero lo que hace Jones es seguido por millones de personas en todo el mundo. Hace dos años tuvo la ocurrencia mediática de declarar el 9-11 “Día del juicio a Mahoma” y, para marcar el aniversario, anunciar una jornada de quemas del Corán. Los medios cayeron en masa sobre la iglesia para fotografiar al pastor con cara de malo y carteles llenos de insultos. Todo el mundo salió a pedirle que no queme los libros, hasta presidentes de varios países. Una ola de protestas y manifestaciones barrió Afganistán y se contaron once muertos. Finalmente, a horas del 9-11, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos llamó a Jones y le pidió que no quemara los coranes.
El reverendo aceptó, pero después cambió de idea. En marzo del 2011 le hizo un “juicio al Corán”, lo declaró culpable de crímenes de lesa humanidad, y procedió a quemar una copia del libro, todo debidamente filmado, reproducido y listo para consumir. Para entonces ya era el ídolo de todos los grupos neonazis del mundo y empezaba a formarse una red de Internet, contactos que reproducían las declaraciones inflamatorias del reverendo y las hacían llegar a los países musulmanes, disfrazadas de denuncia, para máximo impacto. El video de la quema del Corán le llegó al presidente afgano Hamid Karzai, y Karzai lo denunció en un discurso, desatando otra ola de protestas. En la ciudad de Mazar i Sharif fue asaltado un puesto de asistencia humanitaria de Naciones Unidas con un saldo de treinta muertos. El reverendo, como de costumbre, dijo que él no tiene nada que ver y que los musulmanes son muy violentos.
Hace tres meses el reverendo volvió a las andanzas y se juntó con unos veinte secuaces para quemar copias del Corán en frente de su iglesia. No tuvo éxito. Los vecinos lo abuchearon, el departamento de bomberos de la ciudad de Gainesville le puso una multa de 271 dólares por provocar un incendio sin estar autorizado y, lo peor para él, la noticia no trascendió más allá de la prensa local. Entonces dobló la apuesta y en mayo generó un pequeño alboroto cuando armó una horca en el jardín de su iglesia y procedió a ahorcar una silueta de cartón de Obama, primer presidente negro de los Estados Unidos, como si fuera un linchamiento de los tiempos de Jim Crow. El golpe de efecto causó su buena cuota de indignación, pero la figura sigue colgando en el jardín del reverendo. Además, aunque el reverendo remarcó que había colgado simbólicamente a Obama por no denunciar a los musulmanes, la noticia no generó mucho interés fuera de los Estados Unidos. Entonces llegó el video.
El reverendo no paró de promoverlo y difundirlo por Internet toda la semana previa al 9-11 y aprovechó para pasarlo en su iglesia como parte de la conmemoración de su “Dia del juicio a Mahoma”. Así, el video llegó primero a la prensa egipcia y de ahí al mundo.
La ola de indignación no tardó en llegar. En algunos lugares prendió más, en otros menos, según las circunstancias y los intereses en juego. La gran mayoría de las protestas fueron pacíficas, pero algunas resultaron violentas y hasta mortíferas en ciudades arrasadas por la guerra como Benghazi o Khartoum. Las delegaciones diplomáticas fueron los blancos elegidos, sobre todo las estadounidenses, pero también algunas europeas. En Líbano fue atacado un McDonald’s y el Papa la pasó mal, en muchos otros lugares la cosa no pasó de la quema de banderas.
Según informó la Casa Blanca después del asalto al consulado en Libia, unas horas antes de que se produjera el ataque, el secretario de Defensa, León Panetta, había llamado al reverendo para pedirle que deje de promover el video. “No estoy haciendo otra cosa que expresar mi libertad de expresión,” le contestó Terry Jones el jueves en conferencia de prensa en su iglesia, armado como de costumbre con un revolver de calibre grueso en la cintura.
El tema es qué hacemos con el reverendo. Hasta ahora el único castigo que ha recibido, además de la multa de los bomberos, es que le quitaron los descuentos impositivos a su iglesia porque descubrieron que usaba el galpón del fondo para vender muebles usados por e-Bay. Es que el tipo vive en un país con una tradición muy fuerte de libertad de expresión, donde es muy difícil censurar actos y discursos, aun los que conllevan fuertes contenidos de violencia simbólica. En Estados Unidos desde hace décadas los jóvenes abogados negros y judíos de la Asociación de Libertades Civiles (ACLU) defienden de la censura estatal a miembros del Ku Klux Klan y del Partido Nazi, bajo la consigna “odio lo que dices, pero daría mi vida para que puedas decirlo”.
Claro que la libertad de expresión tiene límites y en Estados Unidos ese límite lo marcó un famoso fallo de 1919 de Oliver Wendell Holmes, donde dijo: “Si uno grita ¡fuego! en un cine, puede provocar una estampida”. O sea, el límite es un lenguaje falso y peligroso que puede provocar en lo inmediato una acción ilegal, como puede ser, en el caso del cine, una estampida. Con todas las idas y vueltas en la jurisprudencia a lo largo del siglo en lo que hace al secreto de Estado, doctrina de real malicia, Ley Patriota, etcétera, etcétera, la Justicia y la sociedad estadounidenses tienden a privilegiar el derecho a la libre expresión por sobre otros, como el derecho a la privacidad o a la seguridad.
Es difícil probar una relación directa entre el reverendo y la muerte del embajador. Es difícil acusar al reverendo de algo, obligarlo a que se calle la boca, con las leyes de Estados Unidos. Ya ni se trata de lo que dice, sino de lo que reproduce y promociona. Pero el reverendo está lleno de odio y no va a parar por las buenas. Si lo dejan hacer y le siguen dando bola, va a seguir provocando hasta que explote la próxima tragedia.
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