Dom 25.05.2003

EL MUNDO  › OPINION

La guerra de un solo hombre

› Por Claudio Uriarte

Es Colombia el nuevo eje de reagrupamiento de la derecha revolucionaria del Pentágono, dirigida ahora a la solución imperial del principal foco de anarquía y de vacío de poder a escala continental? Hasta el momento, no hay nada que así lo pruebe (aunque Colombia esté presente en las preocupaciones de esa derecha). La política estadounidense hacia Colombia parece (y está) redactada por un comité inestable de intereses en conflicto, donde lo comercial choca con lo estratégico y donde lo político hace cortocircuito con lo militar. De momento, el activismo norteamericano hacia la región parece concentrado en las provocaciones más o menos payasescas de sus representantes diplomáticos James Cason en Cuba (que ha convertido a la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana en un centro de reuniones de la oposición) y Charles Shapiro en Venezuela, quien literalmente llevó a un payaso a una fiesta en la embajada en Caracas para ridiculizar al presidente Hugo Chávez. Es la tradicional sutileza de la diplomacia norteamericana hacia América latina. Pero en relación con Colombia, las cosas resultan menos claras, aunque las cosas parecieran estar avanzando en dirección a una intervención.
Por extraño que parezca, este resultado es el producto de la diplomacia de un sólo hombre, y que no es estadounidense: Alvaro Uribe, el presidente de línea dura de Colombia. Elegido con un 70 por ciento de los votos y con un claro mandato antiguerrilla, Uribe ha concentrado todos sus recursos en la obtención de ayuda internacional para quebrar el empate militar permanente entre las FARC y unas Fuerzas Armadas desorganizadas y mal entrenadas. Su último golpe de efecto fue en medio de la guerra a Irak, cuando proclamó que debía consumarse una intervención internacional comparable para acabar con las guerrillas y con el narcotráfico. En su momento, eso pareció un exabrupto, pero Uribe no comete exabruptos. Su búsqueda de apoyo está logrando éxitos. Esta semana, la cumbre de cancilleres del Grupo de los 8 (los siete países más industrializados más Rusia) emitió en París una fuerte declaración de respaldo a “la acción del presidente Uribe y del gobierno colombiano en favor del fortalecimiento de la autoridad del Estado” y de “apoyo sin reservas a la política de firmeza frente a los grupos armados ilegales”. Y ayer, la reunión del Grupo de Río, con la solitaria excepción de Venezuela, convalidó una iniciativa del ecuatoriano Lucio Gutiérrez para llevar la guerra colombiana al ámbito de la ONU. Desde luego, esto último no es un aval directo a la intervención militar, pero puede convertirse algo parecido. En eso coincidieron Hugo Chávez y Uribe: mientras el primero advirtió al resto de los dignatarios que la mediación de la ONU abría el paso al “intervencionismo”, Uribe eligió interpretar que era una “última alternativa” antes de encarar una “derrota militar” de la guerrilla con “apoyo internacional”. En el medio, hay una serie de países (notablemente Brasil) que no aceptan semejante corolario, pero lo cierto es que situar el conflicto interno colombiano en el marco de la ONU es el primer paso hacia la internacionalización de ese conflicto.
Esto no tiene por qué traducirse necesariamente en un desembarco masivo de tropas norteamericanas en Colombia, algo en que la administración Bush no parece tener mucho interés a medida que se adentra en la campaña de su reelección; de hecho, el mismo énfasis de su política hemisférica en los ataques contra Cuba y su principal aliado venezolano sugiere que la matriz de esa estrategia es volver a captar el voto cubano y latino de derecha para las elecciones de noviembre del año próximo. Uribe, en cambio, trabaja con tiempos más largos, y con menos impaciencia; más que un solo y fundamental hecho dramático que acabe con las guerrillas de un simple golpe, este hombre extremadamente frío, tenaz, resuelto y calculador parece estar armando un sistema modular de alianzas locales e internacionales, donde lo diplomático tiene como correlato la cooperación en entrenamiento e inteligencia, y donde, si no hay logros inmediatos en lo militar, el presidente al menos va creando el espacio de legitimidad internacional para sus políticas.
En el largo plazo, el desenlace será militar, pero no ahora, porque Uribe aún no cuenta con las fuerzas militares ni los recursos económicos para encarar semejante empresa. Pero los desbloqueos diplomáticos que obtuvo esta semana integran las condiciones de posibilidad para que el presidente colombiano avance hacia los desbloqueos materiales.

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