EL MUNDO › HOY ASUME EL PRIISTA ENRIQUE PEÑA NIETO Y EL ANALISTA SERGIO AGUAYO HABLA DE LA TRANSICION
Hoy vuelve al poder el partido que forjó el México contemporáneo, el PRI, cuyo candidato ganó las elecciones de julio pasado. Pero el viejo partido autoritario regresa a un país que acumuló una cultura democrática que antes no tenía.
› Por Eduardo Febbro
México cambia de presente político, y tal vez de futuro social. El presidente Felipe Calderón deja el poder hoy con un tendal de muertos –más de 50 mil– como herencia de un mandato marcado por la infructuosa lucha contra el crimen organizado y cuyo fin marca también el fin de lo que en México se llama “la alternancia”. Hoy vuelve al poder el partido que forjó el México contemporáneo, el PRI, cuyo candidato, Enrique Peña Nieto, ganó las elecciones de julio pasado. Después de más de 70 años en el poder, el PRI (Partido Revolucionario Institucional) había perdido las elecciones presidenciales en el año 2000 en beneficio del centroderechista PAN (Partido Acción Nacional).
La ilusión que ese cambio suscitó se mide hoy en el desencanto que los dos mandatos del PAN dejaron como resultado: el de Vicente Fox entre 2000 y 2006, y el de Felipe Calderón, 2006-2012. En julio de 2012, entre el centroderecha del PAN, la derecha del PRI y la izquierda del PRD, los electores optaron por el PRI. Pero el viejo partido autoritario regresa a un país cambiado, a un México que, más allá de las decepciones, acumuló una cultura democrática que no tenía. La “transición” fue una frustración, pero la sociedad civil no se rindió. Surgió un México que grita y reclama por sus derechos, que milita y busca a sus muertos y pide justicia al lado de un México que se calla. Sergio Aguayo habla de esos dos Méxicos con la pasión de un científico enamorado: lúcido y certero, ilusionado pero no inocente, comprometido con las pulsiones de México hasta en los silencios. Este analista brillante, autor de libros claves sobre la realidad mexicana –La Charola, El Panteón de los Mitos, Vuelta en U y La Transición en México– hace un balance crítico de los sueños perdidos en el camino de la transición democrática que se inició en México en 1996. También mira hacia el futuro, consciente del peso horrendo de la guerra, pero confiado en la fuerza de ese México que se sacó la mordaza del miedo.
–Llegamos al momento de una nueva transición paradójica: el regreso del PRI al poder tras 12 años en la oposición. En suma, vuelve al primer plano el partido autoritario, manchado por innumerables casos de corrupción. La victoria del PRI parece reflejar también la enorme decepción que dejó la transición.
–Es una historia bastante compleja. En primer lugar, mi generación se equivocó al suponer que elecciones limpias eran sinónimo de democracia. Empezamos a tener elecciones razonablemente limpias, pero no tuvimos democracia porque se produjo un problema asociado: cada vez que en México había una movilización social, el régimen autoritario respondía con una reforma electoral que fortalecía a los partidos. En 1996, los partidos se convirtieron en magnates de la noche a la mañana con el incremento en 12 veces del financiamiento público. Eso significó que los partidos políticos se olvidaron de representar a la sociedad y empezaron a preocuparse por las pequeñas elites. Eso llevó a que la alternancia en el poder político significara una redistribución muy inequitativa del poder económico, informativo, coercitivo. Por consiguiente, lo que vemos en el siglo XXI es una democracia profundamente inequitativa en todos los órdenes. Hay una acumulación de poder en la cúspide y un reparto desigual en los sectores medios y bajos. Esto terminó significando varias cosas: primero, que la corrupción crece. Los gobernadores se volvieron extraordinariamente poderosos: dos, los multimillonarios crecen más, por algo tenemos al hombre más rico del mundo. Ese sector obtuvo un trato privilegiado por parte del Estado: tres, las televisoras adquieren un poder inmenso. En última instancia, aun cuando tenemos avances porque el México de 2012 no es el de 1968, la sociedad no cuenta con suficientes instrumentos para poder equilibrar. En síntesis, la redistribución del poder fue integral y llevó a la violencia.
–Hay entonces una relación directa entre la forma en que el poder político usó la alternancia para su beneficio y la violencia que México conoce hoy.
–Este proceso se inicia después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el crimen organizado empieza a crecer muy lentamente. En el pasado, el crimen organizado estaba controlado por un Estado centralista. Con la alternancia, el poder se resquebraja y una de las consecuencias no buscadas por la alternancia fue que el crimen organizado crece porque negocia con los gobernadores o los presidentes municipales. Lo que vemos entonces entre 2006 y 2012 es la explosión del poder del crimen organizado, el cual tiene una enorme capacidad de fuego gracias a la corrupción en los Estados Unidos. La actitud de Estados Unidos permite un contrabando de armas increíble, terrible e intenso. Los carteles del crimen organizado tienen ejércitos muy bien armados que se enfrentan con éxito al Estado mexicano. En consecuencia, estamos en una etapa en la cual existe un México en guerra y un México en paz, en donde el poder está concentrado en unas elites gobernantes que están divorciadas de la sociedad. Los partidos no representan a la sociedad y ésta se defiende con más o menos éxito dependiendo de la ciudad o del Estado. El Distrito Federal tiene el grado de concentración de capital social más alto del país y, por consiguiente, se defiende mejor que Michoacán o Tamaulipas, donde la sociedad civil es muy débil.
–En su análisis se hace el retrato de un poder político estratificado. ¿Con qué fuerzas cuenta el país como para romper ese bloque teniendo en cuenta los niveles de violencia que existen?
–Creo que se viene una década de reajustes en la redistribución del poder. La guerra va a durar por lo menos una década más. Serán años en los cuales habrá reacomodos y en los cuales la sociedad avanzará en la defensa de sus intereses según las reglas de la participación en la vida pública. Esas reglas no son uniformes en todo el país. México no es un país homogéneo. Hay enormes diversidades por región, lo que es válido en Ciudad de México es irrelevante en Mérida o Tamaulipas. Pero el país se está moviendo y esa fluidez en el movimiento hace que la situación mexicana sea tan confusa y al mismo tiempo tan fascinante.
–Hay con todo un dato espeluznante: la cifra de muertos. ¿Cómo y por dónde terminar con eso?
–Me parece que tenemos que aceptar que somos un país en guerra. Todo sería más fácil si quienes gobiernan México y la comunidad internacional lo aceptaran. Pero desafortunadamente siguen una política evasiva, una actitud de avestruz. El gobierno y la comunidad internacional hacen todo lo posible para minimizar, para ignorar la tragedia humanitaria que vive México. Una parte de la comunidad internacional se compró las tesis del gobierno mexicano, el cual dice: todo esto es transitorio, son los narcos que se están matando entre ellos, etc., etc. Algo muy curioso es la poca información que hay sobre el costo social de la guerra.
La información que tenemos es extraordinariamente inquietante, no sólo por los muertos: se estima que hay 40.000 secuestrados en los últimos años, más de 14.000 desaparecidos. Chile tuvo 3000, Argentina entre 10 mil y 30 mil. Nosotros ya llevamos 15.000 desaparecidos en esta guerra y el mundo hace lo posible por ignorarlo. ¡Es absurdo! Lo que se viene es una etapa enorme, de retos gigantescos. En cuanto a lo que pasó, yo creo que era necesario enfrentar el crimen organizado, pero lo que yo le critico al presidente saliente Felipe Calderón es la mediocridad de su estrategia. En 2007, Calderón dijo: “Abrí el paciente suponiendo que tenía un cáncer, pero descubrí que ya tenía una metástasis”. En suma, aquí se lanzó una guerra sin tener una idea clara de la magnitud del peligro. Calderón no anticipó, se aferró a una estrategia fallida, se negó a escuchar y minimizó el costo social que la guerra estaba teniendo entre víctimas y desaparecidos. Felipe Calderón es un comandante mediocre.
–Un comandante mediocre seguido por un misterio: Enrique Peña Nieto, el nuevo presidente, es un autentico misterio.
–Sí, Peña Nieto es un enigma. No sé qué piensa él. Independientemente del hecho de que ganó de una manera bastante sucia, desearía que el nuevo presidente tuviera una estrategia más inteligente. Enrique Peña Nieto representa a un PRI muy atrasado, el del estado de México. Es producto del PRI más autoritario, más opaco y tal vez el más corrupto del país. Pero en estos años México ha cambiado. La historia no es una plastilina que los gobernantes modelan a su antojo. Más allá de lo que quiera el PRI, ese grupo es una pieza dentro de un engranaje de poder más complejo. Uno de los errores que se cometen es pensar que porque el PRI regresa también vuelve el presidencialismo.
–El PRI, sin embargo, ha demostrado que no se transformó. La sociedad sí. ¿Cómo creer que un partido con tantas historias feas pueda, de pronto, sanearse a sí mismo y sanear el país?
–¿Quién iba a creer que un partido como el PAN, que durante más de 70 años acumuló toneladas de decencia y ética, iba a entregarnos un país más corrupto que el que recibió? Lo que vamos a ver en México es una gran batalla entre el México autoritario y el México democrático. El México democrático es el que, en el sentido moderno, quiere transparencia, respeta la diversidad sexual y los derechos humanos. Para mí, se trata de entender la realidad sin satanizar a nadie para defender lo que hemos alcanzado.
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