EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Terminó una etapa política en Venezuela y América latina. Las primeras horas de la transición transcurren con la preocupación, el amor y la piedad de millones de compatriotas y extranjeros de uno y otro lado. Hoy, la figura del presidente venezolano y líder regional está muy presente. Tanto o más que cuando estaba gobernando, hasta que el sábado pasado aceptó que su salud se lo impide.
Millones de venezolanos hoy votan en elecciones regionales donde se deciden cosas importantes. Pero en las últimas horas, la evaluación de la gestión de los distintos gobernadores y el mapa de distritos chavistas u opositores quedaron en segundo plano ante millones de mensajes de apoyo para el presidente enfermo, de Venezuela y de todo el mundo. A eso se sumó, cuando la gravedad de la situación era evidente, el silencio respetuoso de sus tantas veces proclamados enemigos. No podía ser de otra manera.
Terminó una etapa política porque aun apostando a su recuperación, “favorable” según el último parte médico, no es fácil sobrevivir a tres operaciones de cáncer en menos de un año y medio. Se trata de una situación lo suficientemente delicada como para que el sábado pasado Chávez armara una mise en scène para proyectar su traspaso de poder simbólico al vicepresidente Nicolás Maduro. El comienzo de su despedida del poder.
Muy distinta había sido su partida anterior, en febrero, cuando Chávez había viajado a Cuba para su segunda operación. Esa vez, optimista y desafiante, había hablado de parado, apoyándose en su hija menor, Rosinés, frente a unos doscientos civiles y militares el jardín del Palacio Miraflores. Tras llamar a la unidad de su fuerza y atender a “la burguesía apátrida y pitiyanqui que pretende engañar al pueblo”, Chávez había hablado de su enfermedad como algo temporario, como un obstáculo en su camino. “¡Viviremos y venceremos! ¡Hasta la victoria siempre! ¡Volveremos para ponernos al frente de la batalla rumbo a la gran victoria del 7 de octubre!” “¡Viva la patria! ¡Viva el pueblo bolivariano! ¡Viva la Revolución Socialista! ¡Viva Venezuela! ¡Viva Chávez!”
En cambio, el sábado pasado, Chávez se despidió puertas adentro, sentado a una mesa, junto a un médico de uniforme blanco, con la bandera venezolana a su derecha y Maduro a su izquierda. Vestido de camisa de fajina azul sobre una remera rojo punzó, manos inquietas, torso inmóvil, habló en un tono calmado, didáctico, entre cálido y neutral, lejos del histrionismo y de la solemnidad, quitándoles dramatismo a sus palabras.
Tras anunciar la inminencia de su tercera operación, Chávez admitió, por primera vez, que las dificultades físicas le resultaban ya no un obstáculo sino un verdadero impedimento para el normal ejercicio de la presidencia.
“Yo decidí venir (a Venezuela), es verdad, haciendo un esfuerzo adicional porque los dolores, bueno, son de alguna importancia... estamos con tratamiento, con calmantes, en la fase preoperatoria y yo debo regresar a La Habana mañana, con el favor de Dios”, dijo a la cámara.
No mencionó la revolución socialista ni al pueblo bolivariano ni a ningún adversario, salvo su enfermedad. A falta de eso, sacó un crucifijo plateado de su bolsillo, lo mostró a la cámara, se lo llevó a sus labios y lo besó, cual talismán, y dijo: “Estoy aferrado a Cristo”.
Después siguió hablando con el crucifijo en la mano. Repasó varias fechas importantes de su vida y del país, como su llegada a la presidencia y su vuelta al poder tras haber sufrido un golpe de Estado. Dijo que está vivo de milagro, que su vida es un milagro y que esperaba otro milagro para sobrevivir a la siguiente operación. Mientras hablaba, se pasaba el crucifijo entre los dedos y lo hacía girar. “Y sigo aferrado al milagro”, confió, místico e introspectivo.
Entonces, con un ademán, Chávez estiró el brazo y posó al crucifijo lejos de él, en un costado de la mesa, como diciendo que terminaba el mensaje religioso y empezaba el de Estado.
“Ahora, toda operación implica un riesgo”, empezó a decir. “Y aunque uno planifica todo, hay que estar preparado para que algo salga mal. En ese caso, la Constitución ha previsto que asuma el vicepresidente.” Justo cuando decía “vicepresidente”, Chávez levantó de la mesa una copia en miniatura de la Constitución Bolivariana de 1999. Chávez entonces enumeró una larga lista de elogios al vicepresidente mientras jugaba con la Constitución entre los dedos. Buscando con la mirada la sonrisa cómplice de Maduro, el presidente remató: “Lo he visto, lo hemos visto durante todo este tiempo. Por algo te tuve de canciller, ¿cuánto? ¿Cinco o seis años, Nicolás?”.
Antes de que Maduro pudiera contestar, Chávez se puso serio otra vez y dijo: “Debo decir algo aunque suene duro, pero yo quiero y debo decirlo. Si, como dice la Constitución, se presentara alguna circunstancia sobrevenida que a mí me inhabilite, para seguir al frente de la Presidencia, Maduro debería concluir el período actual”.
El mensaje no terminó ahí. “Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir como manda la Constitución el período sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar a elecciones presidenciales ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente”, dijo Chávez, sin soltar el librito.
El traspaso simbólico del poder chavista se completó con otro mensaje por cadena nacional, esta vez el martes por la noche, en el que Maduro informó al mundo que Chávez había sobrevivido a la operación.
Desde el patio Palacio Miraflores, subido al mismo atril desde donde Chávez solía dar sus discursos presidenciales, rodeado de chavistas jóvenes y viejos vestidos con poleras rojas, uniformes militares y camperas símil bandera venezolana, mientras alzaba la voz con la misma cadencia caribeña de su jefe convaleciente, Maduro se pareció bastante a un Chávez con bigote.
Con respecto a la operación quirúrgica, el vice dijo secamente: “Podemos decir que ha concluido”. No dijo “éxito”, ni siquiera “salió bien”. Apenas, “ya se encuentra en su cuarto descansando”.
Pero el mensaje de Maduro no terminó ahí. Ante un auditorio de sonrisas forzadas e incómodas por noticias no muy alentadoras, el sucesor elegido de Chávez emprendió un discurso político. Refiriéndose a Chávez como “mi comandante”, habló del deber de continuar con el trabajo tal como lo habían planificado con el presidente, mencionó las elecciones de hoy como una oportunidad para darle una alegría al jefe, y agradeció especialmente a las fuerzas armadas y a los líderes de América latina. También le dedicó un largo párrafo a la oposición. “A los que destilan odio y veneno, ¡basta ya! ¡Respeten al comandante, respeten el dolor del pueblo!” Arrancó aplausos por única vez cuando resaltó el coraje de su líder: “Afortunadamente esa humanidad gigante que es el comandante una vez más ha demostrado su fortaleza”.
Sobre el final, emocionado, Maduro aseguró que jamás traicionaría a Chávez, ni siquiera si Chávez no estuviera vivo. “¡Hemos jurado ser leales a usted, más allá de esta vida!”, dijo al borde del llanto. “¡Aquí lo esperamos!”
Así, en Venezuela y la región, la etapa política dominada por la gigantesca figura de Hugo Chávez llegó a su fin. Sucedió muy rápido. Si Chávez no asume el 10 de enero, como todo parece indicar, según la Carta Magna bolivariana, Maduro tendría que llamar a una nueva elección presidencial en treinta días.
Llegarán nuevas fechas y nuevos acontecimientos en Venezuela y en la región que ya no tendrán a Chávez como principal protagonista, sino, ojalá, descansando. Ya habrá tiempo para analizar el cambio. Ahora es momento de cruces y despedidas.
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