EL MUNDO › EL PRESIDENTE FRANCéS ES CRITICADO POR SECTORES DE DERECHA Y DE IZQUIERDA
Tras ocho meses de estar en el Palacio Elíseo, el mandatario socialista goza de baja popularidad. El ala más a la izquierda de su partido le exige que rectifique el rumbo y encare una agenda más enfocada en lo social.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Vapuleado por la derecha, asesinado por los ricos a quienes los primeros pasos de su política les costó un consecuente aumento de impuestos, descuartizado por el sector más liberal que lo acusa de penalizar a las empresas, impugnado por los católicos, criticado por la izquierda del Partido Socialista, mal visto por el conjunto de la sociedad, acusado globalmente de tibio y de indeciso, el presidente francés, François Hollande, conoce un inicio de mandato marcado por el descontento masivo: ocho meses después de haber llegado al sillón presidencial al cabo de una reñida victoria contra su rival conservador, el ex presidente conservador Nicolas Sarkozy, Hollande accedió al trono de la impopularidad histórica: el mandatario y su primer ministro, Jean-Marc Ayrault, acumulan apenas 35 por ciento de opiniones favorables, lo que equivale al registro más bajo de la Quinta República. Encontrar un “hollandista” es un milagro. No aparecen ni con microscopio. La última estocada la dieron los diputados más a la izquierda del PS. Quince parlamentarios miembros de la llamada “izquierda popular” le escribieron una carta abierta al presidente en la cual le piden que modifique el rumbo de su política para responder “a la aspiración legítima de los empleados y obreros modestos a mejorar sus condiciones materiales de vida”.
Al presidente lo corren por la derecha y por la izquierda. El hombre había entusiasmado al país entero cuando lanzó su campaña con la célebre consigna: “Mi verdadero adversario no tiene nombre, ni rostro, ni partido ni será candidato. Pero es él quien gobierna. Es el mundo de las finanzas, que ha tomado el control de la economía, de la sociedad y de nuestras vidas”. Hermoso momento de prosa política que se vuelve hoy contra él. Una reciente encuesta realizada por el matutino L’Humanité revela que para un amplio sector de la sociedad el problema de Hollande radica en que “no es lo suficientemente de izquierda”. De hecho, lo que su electorado le reprocha es su indefinición: no es de derecha, pero tampoco de izquierda. En este contexto, los quince diputados de la izquierda que le escribieron la carta argumentan que es “urgente volver a poner la agenda política y social en la cima de las prioridades de la acción gubernamental”. Los diputados de la Gauche populaire reclaman que se aplique de una buena vez por todas la “reforma fiscal redistributiva para responder a la urgencia social”. Hollande no le respondió ni a la izquierda, ni a la derecha, ni a los católicos, ni a los liberales ni al ex candidato presidencial del Frente de Izquierda Jean-Luc Mélenchon, quien lo acusa de ser “más ciego que Luis XVI, incapaz de pensar otro mundo”. Al gobierno de Hollande le pende el epíteto de “social liberal”.
El jefe del Ejecutivo barre ese argumento cuando recuerda, no sin razón, que en los demás países de Europa se procedió a “un descenso de los salarios, las jubilaciones y los subsidios sociales. Nosotros no hemos hecho eso”. Ayrault afirma que la política de Hollande “es, sin duda, la más a la izquierda de los países del euro”.
La sociedad, sin embargo, no lo percibe así. Mucho juegan en esa percepción el tema de las promesas incumplidas del presidente francés y el papel que desempeñan diputados socialistas que lo interpelan. Así ocurrió cuando 77 parlamentarios socialistas le exigieron a Hollande que cumpliera con su promesa de otorgarle el derecho de voto a los extranjeros. François Hollande parece gobernar con dos medidas: una, la social, donde sí, como siempre lo ha hecho históricamente el Partido Socialista, propulsa reformas sociales ambiciosas como, por ejemplo, el matrimonio entre personas del mismo sexo. La otra es la política económica. Allí, el presidente es percibido como un obediente soldado del sistema financiero que él prometió cambiar. Hollande encarna una izquierda perezosa, apática, incapaz de hacerles frente a los dictados financieros de la canciller alemana Angela Merkel o de la Comisión Europea.
Laurent Bouvet, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Versalles-Saint-Quentin-en-Yvelines, señala que Hollande “corre el gran riesgo de terminar como el ex presidente del gobierno español” (José Luis Rodríguez Zapatero). El mismo Bouvet definió la práctica política de Hollande como un “socialismo menos revolucionario, orientado hacia el compromiso”. Esa tendencia a la sensatez y al compromiso, al equilibrio racional, es lo que produce la sensación de que el presidente es un hombre indeciso, que no tiene identidad precisa. La izquierda le reprocha a Hollande su ausencia global de gestos de carácter ideológico. La derecha, al contrario, lo acusa de gobernar con la ideología. Hollande apuesta por el tiempo, es decir, los resultados. La distancia entre el candidato y el presidente es enorme. La sociedad esperaba mucho y de golpe. Hollande ofrece poco y a paso lento.
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