EL MUNDO
› SE MULTIPLICAN LAS ACUSACIONES DE QUE BUSH Y BLAIR MINTIERON SOBRE IRAK
Síganme, que los voy a engañar de nuevo
Los golpes contra los argumentos de George W. Bush y Tony Blair para invadir Irak ahora llegan desde adentro: agentes de inteligencia del Pentágono dijeron que no había evidencia de armas de destrucción masiva, mientras su jefe decía que estaba “fuera de toda duda”.
Por Enric González *
Desde Washington
Un informe de los servicios de espionaje del Pentágono indicó en septiembre del año pasado que no existía suficiente “información fiable” para establecer, con seguridad, que Irak poseía armas químicas o biológicas. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, aseguró sin embargo ese mismo mes ante una comisión del Congreso de Estados Unidos que la existencia de esas armas estaba “fuera de toda duda”. Cada día aparecen nuevos indicios de que el gobierno de George W. Bush exageró o manipuló la información de que disponía para convencer a los estadounidenses, y al resto del mundo, de que era urgente acabar con el régimen de Saddam Hussein. Y el asunto llegó a contaminar la visita del presidente portugués Joao Durao Barroso a Bush, en que éste reafirmó su “total confianza” en la inteligencia de EE.UU. ante el primero, que dijo que la historia “necesita la verdad” sobre el asunto.
Agentes de la Agencia de Inteligencia de Defensa, el servicio del Pentágono que preparó el informe para Rumsfeld, han filtrado esta semana porciones del texto a distintos medios de comunicación estadounidenses. La filtración demuestra el malestar existente en todos los servicios de información, incluyendo a la CIA, ante lo que se percibe como “juego sucio” del gobierno. Los espías del Pentágono y de la CIA quieren dejar claro ante la opinión pública que no fueron ellos quienes aseguraron que Irak constituía una amenaza grave y urgente. “Como empleado de la Agencia de Inteligencia de Defensa, sé hasta qué punto este gobierno ha mentido al público con el fin de obtener apoyo para el ataque contra Irak”, dijo un espía, bajo condición de anonimato, a Nicholas Kristof, columnista de The New York Times. Ante esta lluvia de acusaciones, el vicealmirante Lowell Jacoby, director de la DIA, debió salir ayer a decir que, para septiembre, su agencia no había encontrado armas de destrucción masiva en Irak, pero que al mismo tiempo no dudaba de que éstas existieran.
Los militares también han expresado su malestar por las indicaciones erróneas que recibieron. La semana pasada, el teniente general de marines George Conway declaró que los servicios de inteligencia se habían “equivocado rotundamente” al advertir a las fuerzas que se preparaban para la invasión que era muy probable que sufrieran ataques con armas químicas.
Las sospechas de que primero se decidió hacer la guerra y después se buscaron elementos para justificarla han colocado en una situación complicada al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. Anteayer, Rumsfeld aseguró que “la guerra no se libró bajo ningún falso pretexto”, y añadió: “Creíamos entonces y creemos ahora que los iraquíes habían tenido armas químicas y armas biológicas, y que disponían de un programa para desarrollar armas nucleares”. El matiz importante radicaba en el “habían tenido”. El informe del Pentágono filtrado esta semana apuntaba como posible que durante la guerra de 1991 y con los posteriores bombardeos efectuados por Estados Unidos y Gran Bretaña hubieran sido destruidos los arsenales prohibidos. Rumsfeld insistió en que, “personalmente”, creía que las presuntas armas iraquíes serían encontradas algún día, pero admitió como “posible” que el propio Saddam Hussein hubiera ordenado su destrucción en vísperas de la invasión. El proceso diplomático previo a la guerra permitió detectar que la seguridad exhibida por Bush y su gobierno acerca de la peligrosidad de Irak se basaba en algunos datos falsos. El secretario de Estado, Colin Powell, presentó ante el Consejo de Seguridad de la ONU “pruebas nuevas e irrefutables” que resultaron estar basadas en un informe hecho 10 años antes y publicado en Internet. George W. Bush afirmó ante el Congreso que Irak había importado uranio enriquecido procedente de un país africano, basándose en un documento que resultó ser una falsificación muy burda. Y los tubos de aluminio que, según Bush y Powell, estaban destinados al programa nuclear iraquí, eran en realidad inservibles para tal fin.
Y hay más. Peter Franks, un inspector alemán de desarme que trabajó en Irak de diciembre del 2002 a marzo de este año, declaró en una entrevista que el semanario Der Spiegel publica hoy que Powell falsificó la información en su presentación a la ONU, presentando como “equipos descontaminadores” a lo que eran simples carros de bomberos. Hans Blix, jefe de los inspectores de armas químicas y biológicas, se declaró “estremecido” por la escasa fiabilidad de los datos suministrados por EE.UU. y Gran Bretaña: “Si uno considera que ésta es la mejor inteligencia del mundo, ¿qué queda para el resto?”, preguntó. Según Blix, de numerosos sitios señalados por EE.UU. sólo se encontraron armas en tres, y no eran de destrucción masiva. Y la BBC dijo ayer que el primer ministro Tony Blair intervino de seis a ocho veces en la elaboración de los informes de su inteligencia sobre Irak para adecuarlos al propósito de guerra. Tanto el Congreso de Estados Unidos como la Cámara de los Comunes británica han iniciado investigaciones para averiguar hasta qué punto Washington y Londres engañaron a la opinión pública mundial.
A todo esto, ayer llegaron a Irak los inspectores de energía atómica. Pero es improbable que encuentren nada, y el verdadero motivo de su presencia es investigar si hubo o no robo de material nuclear en el caos que siguió a la invasión de Irak.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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