Lunes, 11 de febrero de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Augusto dos Santos *
La paradoja, la coincidencia y la ironía son primas y amigas que no dejan de transitar los bulevares de la historia del Paraguay con sus trágicas travesuras. En la noche del 2 febrero de 1989 el coronel Lino Oviedo, con una granada en mano, lideró la operación de golpe contra el dictador Alfredo Stroessner. Caída la dictadura en Paraguay, ya general, Oviedo, dejó sus huellas en por lo menos dos intentos de golpe de Estado, 1996 y 2000; fue acusado de generar la ingeniería del atentado y muerte de un vicepresidente, Luis María Argaña, en 1999, y tomó parte de la sociedad organizativa de un juicio político express contra Fernando Lugo, el primer gobierno no correspondiente al Partido Colorado en 60 años.
En la noche del 2 de febrero del 2013, 24 años después, Oviedo, en campaña por la presidencia del Paraguay (elecciones que serán en abril), obliga a su piloto, el capitán Picco, a tomar vuelo en un frágil helicóptero, en medio de una noche tormentosa, desde el norte, en Concepción, hacia la capital, Asunción. La nave se precipita a cuarenta minutos de su partida y mueren, además de Oviedo y el piloto, un custodio del general.
Moría el Lino Oviedo que llevó adelante, tras su despido del ejército en 1996, la única aventura “exitosa” de dividir el Partido Colorado, gigantesco partido que se autoabastece para ser mayoría en condiciones de unidad. Allí reunió un bolsón de adherentes nostálgicos de las políticas de mano dura y construyó un partido personalísimo, el Unace, que –más paradojas y coincidencias– heredó el más fiel ADN del stronismo en su funcionamiento: la disciplina de hierro, el encuadre militarista y el culto al “único líder”. Sin embargo, Oviedo lo perfeccionó en por lo menos tres aspectos: la modernidad en recursos (edificios, estructuras, marketing), una impresionante estructura asistencialista (para estas elecciones llenó el país de moto-autos-bicicletas con un carrito de carga con el logo de Unace, su foto y la leyenda Oviedo Pte. 2013) y, un dato no menor, una extraordinaria capacidad demagógica, que provocaba la adoración de sus adherentes.
Unace era la tercera fuerza política del Paraguay, y su líder supo cómo sacar provecho de la capacidad de sus “cuadros” parlamentarios para provocar mayorías y minorías, con lo cual se constituyó –hace por lo menos dos períodos constitucionales– en el gran árbitro de la política paraguaya. Hoy, con su muerte, a 70 días de las elecciones y continuando con el ejemplo futbolero, se diría que murió el árbitro a los 40 minutos del segundo tiempo... y todos quieren saber cómo sigue el juego.
La segunda gran herramienta de presión política del Unace/Oviedo fue siempre su capacidad de torcer una elección si se uniera a uno de los tradicionales competidores: el Partido Colorado (primero en las encuestas) y el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA, segundo en las encuestas pero hoy en el poder tras tumbar a Lugo). Hábilmente Oviedo se sostuvo en los últimos comicios como candidato hasta el final, sin ceder votos, con lo cual no deterioró su imagen de caudillo y conservó el poder de un pueblo adherente altísimamente fidelizado, lo cual, a su vez, provocó una estupenda participación en bancas de senadores y diputados, donde también son la tercera fuerza.
Muerto el líder, este partido, cuya cúpula es casi eminentemente familiar, se encuentra en la más perfecta bifurcación de caminos: a) sostiene y aumenta su proximidad con el PLRA –con el que comparte hoy beneficios en el gobierno—, colabora con la eventualidad –más aritmética que política hasta ahora– de derrotar al Partido Colorado y se queda con una gran porción de torta en la futura gestión, o b) se sostiene como proyecto presidencial, aprovecha el envión de toda la fuerza de los acontecimientos que rodean a un líder muerto e inmortalizado para catapultar a un nuevo líder (posiblemente su hijo) y garantiza la unidad de sus adherentes, que hasta hoy fue de alta renta política.
Es trágico expresarlo de esta manera, pero entre tanto los sectores progresistas liderados por Fernando Lugo y Mario Ferreiro “no tienen velas en este entierro” a consecuencia de la obstinación por la división que les priva, justamente, de luchar por un tercer espacio o eventualmente una mejor posición.
Mientras, los colorados, liderados por su presidenciable, Horacio Cartes –propietario de una gigantesca y cuestionada fortuna– operan y rezan para que los herederos de Oviedo no abracen sus banderas con el PLRA, el presidente Franco, el candidato Efraím Alegre y la cúpula del PLRA bañan con flores el paso de un féretro emocionados por la posibilidad de una mano, post-mortem.
Nunca un muerto tuvo la palabra, como Oviedo la tendrá.
* Ex ministro de Comunicación del gobierno de Lugo.
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