Lunes, 11 de febrero de 2013 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS
Por Leandro Arteaga
La anécdota es conocida. El joven Steven Spielberg insiste en hablar con su venerado John Ford. Espera a que el director lo reciba en su despacho, durante el tiempo que sea. Finalmente frente a frente, el taciturno Ford le pide al joven insistente que mire, examine las pinturas que están colgadas y le diga qué ve. Dada la artimaña, Ford le explica que la línea de horizonte nunca está en el medio del encuadre. Lección primera para ser director de cine. Adiós y buena suerte.
A partir de allí, y como integrante de una generación que -literalmente- cambiara la cara de Hollywood, Spielberg asumió muchas lecciones más. Si se trata de referirlo de manera rápida -pero no ligera-, puede decirse que es uno de los grandes narradores del cine norteamericano. Concepción sujeta a la comprensión que él mismo desarrollara sobre la cinematografía de su país. Que explica su interés por el cine de Ford (y el de Frank Capra, Michael Curtiz, y tantos más).
Spielberg hubo de abordar el cine desde su contagio de niño. Otro de sus recuerdos lo señala filmando con su cámara de Súper 8 trencitos de juguete. Jugando con el montaje, se daba cuenta de que si acortaba la duración entre toma y toma (entre tren 1 y tren 2), producía la sensación creciente de un choque inminente: allí está el germen de su primera película, Reto a muerte (Duel, 1971), con guión del gran Richard Matheson; film que será esencial, tanto para el terror de Tiburón o para la aventura de Indiana Jones.
Su actualización de un cine matiné -en tanto director y productor- marcó a los '80, con éxito y grandes películas. Pero después hubo un "quiebre". Algo que el mismo realizador supo señalar, al distinguir entre sus películas de "entretenimiento" y el cine "serio". El segundo rótulo estaría compuesto por La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan, aún cuando habría un correlato anterior con El imperio del sol y El color púrpura. En el meollo, cabría distinguir a Lincoln. Y en Lincoln, a su vez, la síntesis que el propio personaje/mandatario significa para el cine y la historia de Estados Unidos. De vuelta, entonces, con John Ford.
Acá lo curioso. El joven Lincoln (1939), de Ford, fue ejemplo de discusión para la celebérrima publicación Cahiers du cinéma durante los '60, en donde se postulaba la preferencia por sus maneras narrativas (de un director tendiente, por otro lado, a una ideología conservadora) antes que las de otras, llenas de buenas intenciones y temas serios. Un análisis extraordinario, que ponía en cuestión el proceder revolucionario que, en todo caso, cabría al cine: ¿El tema o la puesta en escena? ¿Dónde la primacía?
La temática de Lincoln es "seria". Su puesta en escena, bastante sobria. Sí es seductora, con su inicio escrito (casi un "érase una vez"), y los laberintos de diálogos constantes. Con momentos que responden al mejor suspense del director (la votación final). Hay algo de "incorrección" pero tampoco demasiada. El Lincoln de Spielberg respeta a su personaje: podrán verse miembros cercenados, pero siempre con sonrisas hacia el presidente.
El extraorindario Daniel Day-Lewis protagonizó al bestial "The Butcher" en Pandillas de Nueva York, de Scorsese. Allí, uno de sus cuchillos iba dirigido al retrato de Lincoln sobre un poste. Esa sola imagen parece querer decir (algo) más que la moderación spielbergiana.
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