Jue 07.03.2013

EL MUNDO  › LA EMBAJADA DE VENEZUELA EN BUENOS AIRES ABRIó SUS PUERTAS PARA LA DESPEDIDA

Carteles, flores y regalos

Desde la noche del martes, el embajador Carlos Martínez Mendoza decidió abrir las puertas de la sede diplomática a las personas que quisieran acercarse para dejar un mensaje por la muerte del presidente Hugo Chávez.

› Por Ailín Bullentini

Juanjo y Sandra miraban extrañados la puerta mitad metal mitad vidrio de la que poco más de dos metros y poco más de diez personas los separaban. Pensaron unos segundos. Recién cuando supieron que podían, decidieron volver más tarde para dejar el regalo que sostenían, como escondido, dentro de una bolsa de papel madera, puertas adentro de la Embajada de Venezuela: una botella de vidrio pintada con la cara del presidente Hugo Chávez de la que pendía un papelito con una de las tantas frases que el “comandante” había deslizado al viento “para el recuerdo”. Esa que dice, palabras más o menos, que “hay razones para ser optimistas” porque “está naciendo una nueva era”.

Los chicos se fueron, pero, al caer la tarde de ayer, decenas de personas esperaban, impacientes pero en prolija fila, que las autoridades de la embajada venezolana en Argentina les permitiese pasar para plasmar su saludo al “comandante que ya no está, pero no se ha ido”. Desde la noche del martes, el embajador Carlos Martínez Mendoza decidió abrir las puertas del edificio de la sede diplomática de su país en la ciudad de Buenos Aires a las personas que quisieran acercarse a despedir, a la distancia, la figura del presidente fallecido y que se multiplicaron con el correr de las horas. La posibilidad de hacerlo se extendería hasta mañana, durante las 24 horas.

El impulso de expresar aquello que anudaba la garganta que alcanzó a muchos en la ciudad de Buenos Aires acabó por empapelar la fachada de la embajada, con carteles improvisados con fibrón o lapicera. “Yo te vi enterrar al ALCA”, le aseguraba alguien al presidente de Venezuela, como atajando para siempre una instantánea de aquel noviembre de 2005. “En la historia más dulce de este mundo estás en nosotros”, dedicaba con ternura otro mensaje, fijado al lado de una fotografía del comandante en pleno discurso, más delgado, con más pelo, igual de potente. Sin hacer caso a la orden del vicepresidente Nicolás Maduro, que horas después de la muerte aseguró que estaba “prohibido llorar” a Chávez, algún argentino o alguna argentina se permitieron el desliz: “Fuerza, Venezuela, lloramos con ustedes”.

Por debajo, por encima, en los costados, más cartulinas, más fotos, banderas se sumaban desde la vereda a la cruzada por volver concreto el cariño, desde el martes hecho recuerdo. Mientras, las autoridades consulares convirtieron rápidamente la recepción de la embajada en pasarela. Ubicaron una televisión sobre el mostrador de bienvenida que emitió en continuado y en vivo las imágenes que llegaban desde Caracas. Ubicaron una hilera de sillas para que los visitantes no esperaran incómodos su turno para escribir sus despedidas, sentados al borde de una mesa en la que una foto del mandatario homenajeado los observaba, sonriente.

En un primer momento, tal vez empujados por el apremio del momento, que pedía actuar rápido, los mensajes se fueron sucediendo uno tras otro, tras otro, tras decenas, tras centenas, en un puñado de papeles blancos atados con la bandera venezolana hecha con cinta bebé: con firma, sin firma, plagados de signos de admiración, muchos –muchísimos– reiterativos en la palabra “tristeza”. “¡Gracias por devolverle a Latinoamérica la dignidad!”, saludó la familia Pukakuno. “Te fuiste sin irte”, le espetó otro u otra. “Fuiste, sos y serás una luz para Latinoamérica”, describió un anónimo en letra más grande y despojada, algo similar al “sin duda eras la columna vertebral de América latina unida”, de Zulema, docente de Hurlingham.

“Lloré como una Magdalena cuando me enteré”, aseguró Mabel en la fila de ayer, desde donde aguardaba dejar “todo el corazón” en su despedida por escrito al “ser más grande del mundo”, entre saludo y saludo de desconocidos. Fueron cuatro los puñados de hojas amarradas con cintas que se convirtieron en alientos tristes, deseos de fuerza, agradecimientos y promesas de no olvido. Reservaron uno de ellos específicamente para los mensajes de embajadores, entre los que se amontonaron las caligrafías de diplomáticos de Cuba, Vietnam, Costa Rica, Alemania, Angola, Taiwán e Irán. Recién ayer llegaron los librotes de tapa vinotinto dura. Uno completo de saludos descansaba detrás del mostrador ayer por la tarde; el otro por la mitad y en proceso. Los empleados –que, claro, se reemplazaron unos a otros en pos de nunca dejar huérfana la casa– calculaban, al cierre de esta edición, que cerca de mil personas habían plasmado sus palabras en los “libros de condolencias” que, prometen, enviarán al Palacio de Miraflores, en Caracas.

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