EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Chipre es una pequeña isla del Mediterráneo de unos 170 por 40 kilómetros aproximadamente, ubicada en Asia Menor, a unos cien kilómetros al sur de Turquía y unos 480 al este de las islas de Grecia. Desde la guerra civil de 1974, un tercio de la isla, la parte norte, es ocupado por la República Turca del Norte de Chipre, Estado que sólo reconoce Turquía. Los otros dos tercios de la isla pertenecen a la llamada República de Chipre, que forma parte de la Unión Europea (UE) y está ligada históricamente a Grecia. Esa parte no turca no llega al millón de habitantes y es uno de los países más pequeños de la UE, tanto en población como en superficie y en producción económica.
Como Malta y Luxemburgo, los otros países chiquitos de la UE, Chipre es un paraíso fiscal. Sus bancos pagan tasas de interés más altas que otros países, casi no se cobran impuestos y nadie hace demasiadas preguntas. Por eso atraen millones de euros provenientes de otros países. En el caso de Chipre, por una cuestión de cercanía, se trata de uno de los paraísos fiscales preferidos de los inversores rusos, que constituyen su principal clientela, con 3200 millones de dólares en depósitos. El sector financiero de Chipre maneja ocho veces más dinero que el producto bruto interno del país. Es el motor económico de la isla.
Al menos así estaban las cosas hasta hace un par de semanas, cuando el sistema colapsó por la crisis europea, especialmente la debacle griega. Los bancos chipriotas tenían demasiado dinero invertido en ese país. Durante casi todo el año pasado el Banco Central Europeo fondeó al segundo banco de Chipre, que estaba completamente quebrado. Finalmente, el 16 de marzo, le cortaron el chorro. Entonces el gobierno puso un corralito para frenar la corrida, ya que el primer banco de Chipre tampoco estaba mucho mejor y, entre los dos, manejaban dos tercios de los depósitos de toda la banca chipriota.
Los depósitos quedaron congelados, los bancos cerraron y los ahorristas apenas podían sacar unos poco euros por día de sus cajeros automáticos, entre 100 y 300 según el banco, mientras el gobierno negociaba un rescate. Fueron a hablar con la llamada “troika” que maneja estos asuntos, un triunvirato formado por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Las imágenes de ahorristas enfurecidos rodeando a los bancos y gritando insultos (foto)hicieron recordar lo que pasó acá en el 2001, aunque en Chipre todavía no se han registrado escenas de vandalismo.
La postura de la troika con el pequeño país fue mucho más dura de lo que había sido con otros países que recibieron rescates desde que la crisis financiera estalló en Europa en el 2008. Además de las habituales medidas de austeridad y recortes presupuestarios, Bruselas le exigió a Nicosia que les aplique a todos los ahorristas del país una quita de sus depósitos de entre el 30 y el 40 por ciento. Ese plan fue rechazado por la Legislatura chipriota el viernes pasado y miles de personas salieron a la calle a protestar, mientras los bancos seguían cerrados, el dinero en los cajeros automáticos se agotaba sin que nadie lo reponga y la economía se derrumbaba porque nadie quería gastar.
A principios de esta semana apareció el plan B. Para acceder a un rescate de 10.000 millones de dólares, la zanahoria salvadora que ofrece la troika, y para evitar que el costo recaiga en los pequeños ahorristas, es decir la clase media y la trabajadora, el gobierno de Chipre debió hacer otras concesiones. Según el nuevo plan, el segundo banco de Chipre debe cerrar y sus grandes ahorristas e inversores perderán todo o casi todo, mientras que los pequeños ahorristas con cien mil euros o menos pasarán al primer banco de Chipre. En este banco los pequeños ahorristas de menos de cien mil euros tampoco sufrirán penalidades, pero a los depósitos que excedan esa cantidad sufrirán quitas del 37,5 por ciento. El mismo esquema de quitas se aplicará a los demás bancos del país.
El jueves reabrieron los bancos. Los depósitos siguen congelados, las operaciones de todo tipo están muy restringidas y las extracciones diarias siguen limitadas a pequeñas cantidades. Sin embargo, no se registraron incidentes ni escenas de pánico. El viernes, el presidente de Chipre dijo que su país no abandonará el euro y que tendrá que hacer un fuerte ajuste, pero se ilusionó con que no haga falta recortar sueldos en el sector público.
A pesar de la relativa tranquilidad demostrada por los ahorristas chipriotas, queda claro que la solución aplicada está muy lejos de ser la solución definitiva. Más que dar respuesta a la crisis abre una serie de interrogantes, no sólo sobre porvenir de Chipre, sino sobre el futuro de toda Europa.
Para hacerse una idea de lo que está en juego para Europa en esta pequeña y remota isla del Cercano Oriente basta decir que un importante funcionario holandés, nada menos que el presidente de los ministros de Finanzas de la Eurozona, salió a decir que la solución alcanzada en Chipre es un modelo para futuros rescates en Europa. Dijo que hasta ahora los rescates los pagaban los contribuyentes con sus impuestos porque eran los gobiernos los que tomaban los préstamos para inyectar liquidez en los bancos. A partir de la crisis de Chipre, los inversores y grandes ahorristas que arriesgaron para conseguir mejores dividendos en paraísos fiscales tendrán que asumir también una parte del costo, explicó el funcionario europeo.
La reacción no se hizo esperar. El primero en salir a cruzarlo fue el presidente español Mariano Rajoy, quien declaró enfáticamente que el caso de Chipre es único y excepcional. España viene bregando para que la troika rescate directamente a sus bancos sin que ese rescate se incorpore a la deuda pública del país. Con el apoyo de Italia y Francia, y en contra de la austeridad que impulsa Alemania, España había conseguido que el Eurogrupo apruebe este mecanismo de ayuda directa a los bancos en una reunión de ministros de Finanzas dos meses atrás.
Temiendo que los grandes ahorristas busquen horizontes más seguros en el norte de Europa para evitar grandes quitas, y que los pequeños ahorristas saquen su dinero también, para evitar caer en un corralito, los países más golpeados por la crisis como Grecia, Portugal, Irlanda, Italia, Bulgaria y Eslovenia se sumaron a España y lograron que los principales funcionarios políticos y económicos de la Eurozona expresaran su desacuerdo con los dichos del funcionario holandés, haciendo notar que cada país es un mundo en sí mismo.
Visto desde acá, el problema sigue siendo el mismo desde el comienzo de la crisis, más allá de cómo se pagan los platos rotos. Como vivimos acá, los programas de austeridad y el corset de la moneda única generan un círculo vicioso que aborta cualquier intento de reactivación. Por más que los deberes se hagan bien, los rescates, blindajes y megacanjes de deuda se diluyen en una espiral recesiva que provoca la necesidad de nuevos rescates. En Chipre todavía no llegó el rescate y ya se está hablando de un segundo rescate para pagar el costo devastador que tendrán las condiciones acordadas para el primer rescate en la economía de la isla.
Cómo se generó el agujero y cómo se reparte el costo de cerrarlo, no es un tema menor. Según como se mire, la deuda puede ser de los bancos, de los ahorristas, de los contribuyentes, de los gobiernos o de las instituciones multilaterales, en distintas proporciones y combinaciones.
Pero mientras se evite la discusión de fondo sobre cómo se regulan los mercados financieros, qué se hace con los paraísos fiscales y cómo se estimula el crecimiento económico en los países endeudados, las distintas fórmulas, recetas o planes serán meros parches para aguantar hasta el próximo ataque especulativo.
Por eso la izquierda de Tsipras en Grecia o el movimiento de indignados que articuló Grillo en Italia aparecen como alternativas con posibilidades reales de alcanzar el poder. No porque tengan la solución, que no la tienen, sino porque proponen una alternativa al capitalismo materialista, consumista y competitivo, un cambio de paradigma basado en valores como la honradez y la transparencia y la búsqueda del bien común. Porque los banqueros serán siempre banqueros, pero en democracia, los que deciden en última instancia son los representantes de los pueblos. En Chipre, en Europa y en todo el mundo, la responsabilidad de los gobernantes es cumplir el mandato de poner las cosas en su lugar.
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