Sáb 15.06.2013

EL MUNDO  › OPINION

El sucesor de Ahmadinejad

› Por Robert Fisk *

Escogidos a mano. Eso es lo que se puede decir de los candidatos para la elección presidencial iraní de este viernes. El Consejo de los Guardianes se ha asegurado de que los ocho candidatos –todos hombres, claro está– cuenten con la aprobación del líder supremo, Ali Jamenei. El poder permanece dentro de los miembros de la pandilla de los clérigos, lo cual fue la intención de Ruhollah Jomeini, el líder supremo. Siempre me ha molestado esa palabra. Un líder supremo es un guía, y en alemán guía se dice führer.

No, la República Islámica de Irán no es un Estado nazi. La mayoría de los iraníes parecen creer que tienen derecho a tener instalaciones nucleares. Said Jalili, el negociador nuclear del país, podría ser electo presidente, o posiblemente su antecesor, Hassan Rohani, pero ¿cómo pueden los iraníes llamar a esto una elección cuando Akbar Hashemi Rafsanjani ha sido descalificado? Se supone que el pueblo debe elegir a los candidatos, no los guardianes.

El fin de semana llamé a un viejo amigo iraní para preguntarle su opinión. Es un académico –uno muy sabio– y su respuesta fue muy simple. No votaré por ninguno de esos candidatos, no pueden representar los valores que para mí son importantes. Ellos saben que no son democráticos.

El profesor Mohammed Marandi, de la Universidad de Teherán, señaló más o menos lo mismo, pero agregó que mucha gente en España, Italia, Grecia (o los palestinos de Gaza que votaron por Hamas y fueron puestos bajo sitio por ello) tampoco sentían que vivían en una verdadera democracia. Buen punto.

Sí, hay una especie de democracia fantasma en esta elección. No es difícil, por ejemplo, ver por qué el ex alcalde de Teherán Mohammad Bagher Ghalibaf podría ser el favorito. Proviene de un linaje familiar adecuado, es decir, es de origen humilde, y muchos admiran el hecho de que su padre es panadero. Ghalibaf ascendió de las filas militares a los más altos rangos del ejército durante la titánica guerra Irán-Irak.

A diferencia del horrible Ahmadinejad, Ghalibaf combatió en las más feroces batallas y por ello hoy tiene considerable influencia en las Guardias Revolucionarias. Si Estados Unidos, la Unión Europea e Israel continúan con sus amenazas a Irán por su programa nuclear, Ghalibaf podría ser el hombre que se enfrentaría a esta campaña occidental y evitaría la demencial retórica de Ahmadinejad, quien ha pasado su presidencia enojando a los enemigos de Irán con el único fin de enfurecerlos.

La elección iraní sigue sin ser una elección, sino una competencia entre los favoritos del clero. Hay una cuestión mucho más amplia involucrada aquí. Recordemos la revolución iraní de 1979. ¿No se suponía que habría una democracia entonces? ¿Y acaso no vimos a Komeini convertir a Irán en una teocracia, o más bien, una necrocracia; un gobierno de los muertos para los muertos? ¿No dice esto algo muy importante sobre esa vasta zona de montañas, ríos y arena que llamamos Medio Oriente? Salen el rey Farouk, el rey Idris, la monarquía iraquí, el sha; y llegan los dictadores, los Nasser, los Sadat, los Mubarak; los Ben Ali y los Khadafi. Y el clero. O están también las revoluciones correctivas como la de Hafez Assad en Siria.

Luego llega otra revolución y salen los Mubarak, los Ben Ali, y los Khadafi... y bueno, Siria podría resultar algo muy distinto. Bahrein está segura por el momento (gracias a nosotros) mientras Qatar, los Emiratos y los sauditas están demasiado ocupados cocinando la revolución siria para ocuparse de sus propias revoluciones. Y así continúa todo. Contrabandeamos equipo militar a Siria y nos preocupa que armas químicas acaben en las manos equivocadas. Expresamos nuestra indignación cuando Hezbolá interviene para ayudar a Siria, pero hablamos alegremente de cómo la rebelión contra Assad es ahora el centro del jihadismo mundial.

La historia sugiere que democracia no es una palabra que tenga asociaciones felices en los oídos de los pueblos de Medio Oriente. Después de todo, para ellos las democracias fueron las naciones occidentales que apoyaron a los Sadat, Mubarak, Ben Ali y el sha, y las puertas giratorias por la que entró y salió el Khadafi besado por Blair, surgido de los aparatos de seguridad de dichas naciones. En cuanto al sha, él era el aparato de seguridad de Irán.

Libertad y dignidad es lo que pedía la gente. Y derechos humanos; no democracia. ¿Se les van a conceder estas vitales mercancías?

Con todo, bajo el aburrido y electo Mursi, El Cairo está viviendo una serie de minirrevoluciones. La policía hace huelga, hay revueltas en los ministerios de Agricultura, Educación, la Judicatura y la prensa. Hasta la Opera del Cairo está en paro. No se representará Aída este año, amigos, tampoco habrá ballet.

El pequeño Túnez tiene las mejores posibilidades de sobrevivir. Libia está dividida gracias a la mafia que puso en escena la revolución, incluida la milicia pro gubernamental que no tuvo empacho en asesinar a 20 manifestantes, en su mayoría desarmados, el pasado fin de semana.

Ni hablar de Siria, cuyo gobierno fue acusado por los franceses de usar gas sarín y donde un rebelde (porque nosotros apoyamos a los rebeldes ¿no?) fue visto comiéndose parte del cadáver de un alawita mientras otros ejecutaban a los soldados sirios capturados y lo grababan en video.

Existe una intrigante pista sobre el futuro en un extraño pronunciamiento del ejército sirio después de haber recuperado Qusair la semana pasada. Las fuerzas sirias, no Bashar ni el partido Baaz, dijeron que no vacilaremos en aplastar con puño de hierro a quienes nos ataquen. Su destino es la rendición o la muerte. También el ejército egipcio desenvaina sus espadas (de fabricación estadounidense). El ejército sigue siendo el poder supremo en Argelia (con todo nuestro apoyo). Los Guardianes de la Revolución seguirán entregándole el país a los ayatolás. ¿Estarán de regreso los hombres vestidos de color caqui?

* De The Independent, de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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