EL MUNDO › OPINIóN
› Por Robert Fisk *
Las exigencias de la revolución de 2011 no se cumplieron, pero el ejército no tiene las respuestas. ¿Pueden los islamistas gobernar un país? Egipto fue la primera prueba real y ayer el ejército egipcio lo puso en evidencia. Decirle a un presidente elegido democráticamente –especialmente uno que pertenece a los Hermanos Musulmanes– que tiene 48 horas para hacer cambios y hacer un trato con sus opositores significa que el presidente Mohamed Mursi no es más el hombre que era. Los islamistas –está diciendo el ejército– fracasaron. Debe resolver sus diferencias con la oposición o los generales de Egipto se verán obligados a “emitir una hoja de ruta para el futuro” –una desafortunada frase cuando uno recuerda la otra gran “hoja de ruta” dirigida por Tony Blair para el futuro de Medio Oriente–.
La multitud de la plaza Tahrir gritaba su aprobación. Por supuesto que lo hicieron. El ejército dijo que su protesta era “gloriosa”. Pero sería bueno que pensaran lo que esto significa. Los argelinos seculares apoyaron a su ejército en 1992, cuando canceló la segunda vuelta de las elecciones en las que el Frente Islámico de Salvación habría ganado. La “seguridad nacional” del Estado estaba en peligro, dijeron los generales argelinos, las mismas palabras usadas por los líderes militares de Egipto ayer. Y en Argelia siguió una guerra civil que mató a 250.000 personas.
¿Y qué será exactamente la “hoja de ruta” del ejército egipcio, si Mursi fracasa en su “ultima oportunidad” para resolver sus problemas con la oposición? ¿Va a llamar a más elecciones presidenciales? Es improbable. Ningún general va a deponer a un presidente para confrontar a otro. Un gobierno militar sería más como la tonta junta que tomó el poder después de Mubarak. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, se llamó –preste atención a la palabra “supremo”– y siguió a los tumbos con llamados al orden público sin sentido y arrogantes pedidos de hablar en nombre del pueblo hasta que Mursi lo recortó al tamaño correcto retirando a dos de sus principales generales justo el año pasado. Los buenos viejos tiempos.
La última vez que el ejército egipcio tomó el poder de un hombre que había humillado a su país y a su pueblo –el rey Farouk–, un joven coronel Nasser tomó el poder y todos sabemos lo que sucedió entonces. Pero ¿debe ser esto ahora realmente una batalla entre islamistas y soldados, aun si Estados Unidos finalmente –y estén seguros de esto– dará su apoyo a los “guardianes” uniformados de la nación?
El viejo argumento sobre las elecciones libres era simple. Si se les permite a los islamistas ganar las elecciones, veamos si pueden gobernar un país. Este fue siempre el slogan de aquellos que se oponían a las dictaduras y las camarillas militares del mundo árabe apoyadas por Occidente.
La discusión no era mezquita versus Estado, sino más bien islamismo versus realidad. El gobierno egipcio malgastó su tiempo imponiendo una Constitución estilo Hermandad, permitió que los ministerios hicieran sus propias minirrevoluciones y promovió leyes que clausurarían grupos de derechos humanos y ONG extranjeras. Es más, el 50 por ciento de la “ganancia” de Mursi en las elecciones no fue suficiente, en medio del caos actual, para hacerlo el presidente de “todos los egipcios”.
La exigencia de la revolución de 2011 de pan, libertad, justicia y dignidad, quedó sin respuesta. ¿Puede el ejército satisfacer todos estos pedidos más que Mursi, simplemente por llamar a los manifestantes “gloriosos”? Los políticos son delincuentes. Pero los generales pueden ser asesinos.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12. Traducción: Celita Doyhambéhère.
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