EL MUNDO › DOS GIGANTES BRITáNICOS DE LA COMUNICACIóN Y UNO NORTEAMERICANO FACILITARON AL GOBIERNO LA INTERCEPTACIóN DE DATOS
El temor de las compañías British Telecom y Vodafone Cable se centra en la reacción de sus clientes al enterarse de que el acceso a sus documentos privados y mails ha sido cedido sin su autorización a una agencia secreta.
› Por Marcelo Justo
Los velos que cubren al espionaje británico siguen cayendo. En los nuevos documentos filtrados por esa inagotable caja de sorpresas que es el ex espía estadounidense Edward Snowden, dos gigantes multinacionales británicos de la telecomunicación, uno estadounidense y cuatro operadores de menor envergadura, son los “socios de la intercepción” del espionaje electrónico británico, el Goverment Communication Headquarters (GCHQ), al que le entregan el acceso a las llamadas telefónicas, los mails y redes sociales como Facebook de sus clientes.
La intimidad de este vínculo es tal que las multinacionales tienen virtuales nombres de guerra en sus contactos con el GCHQ, justificados en otro de los documentos porque la filtración de sus nombres provocaría “una tormenta política”. En este mundo de espejismos, las británicas British Telecom y Vodafone Cable son Remedy y Gerontic, respectivamente, la estadounidense Verizon Business es Dacron, Global Crossing, Pinnage; Level 3, Little; Viatel, Vitreous, e Interoute, Streetcar.
Estos virtuales nombres de guerra, marca privilegiada de la clandestinidad, fueron dados a conocer por el periódico alemán Suddeusche Zeitung y reproducidos por The Guardian que en junio tuvo la primicia mundial sobre el programa Tempora del GCHQ. El programa permite al organismo de recolección de datos británico penetrar los cables de fibra óptica y almacenar información por hasta 30 días con acceso virtualmente ilimitado a mails, llamados y entradas de Facebook.
El año pasado el GCHQ lidió con unos 600 millones de “eventos telefónicos”, interfirió más de 200 cables de fibra óptica que transmiten información equivalente a unos 10 gigabits por segundos, unas 192 veces la información contenida en todos los libros de la Biblioteca Británica. El análisis de esta gigantesca información se coordina con una megacomputadora que tiene 54.000 GB de memoria, pero la colaboración de las sietes compañías, que dominan la gran mayoría de los cables de fibra ópticas submarinos, columna vertebral del tráfico de Internet, es esencial.
La identidad de las compañías, revelada en una presentación interna de Power Point en 2009, era considerada más secreta que la existencia misma del programa Tempora. Tempora estaba clasificado como “top secret”, mientras que el nombre de las compañías de cable formaba parte de la “información excepcionalmente controlada” (“exceptionally controlled information” en la peculiar jerga sintagmática de la inteligencia). En otra muestra de su importancia, el GCHQ les asignó a las compañías equipos especiales de enlace llamados “sensitive relationships teams” (equipos para relaciones delicadas).
Si el gobierno temía las “fuertes consecuencias políticas” de una revelación de estos nombres, el temor de las compañías se centra en la reacción de sus clientes al enterarse de que el acceso a sus documentos privados y mails ha sido cedido sin su autorización a una agencia de espionaje. En una cuidadosa estrategia mediática, las compañías señalaron a The Guardian que siempre cumplían con la ley. “La información mediática que hay sobre este tema no toma en cuenta los términos básicos de la legislación europea, alemana y británica y las obligaciones legales que surgen al operar una licencia en telecomunicación. Vodafone siempre cumple con las leyes de los países en los que opera. No revelamos la información de nuestros clientes a menos que la ley nos obligue a hacerlo”, señaló al The Guardian un portavoz de Vodafone. En la misma dirección se manifestaron Verizon e Interroute mientras que BT contestó con el clásico “no comment”.
La ley británica de Telecomunicaciones de 1984, aprobada por el segundo gobierno de Margaret Thatcher, obliga a las compañías a colaborar con los pedidos de información realizados por el gobierno, pero Privacy International, una ONG que defiende el derecho a la privacidad, señala que las compañías podrían haber objetado una operación de la escala y alcance del Tempora. “Necesitamos con urgencia clarificar la extensión y los límites de la relación entre las compañías y el gobierno”, señaló al The Guardian Eric King, jefe de investigación de Privacy International.
Una fuente cercana a los servicios de inteligencia señaló al matutino que el GCHQ no mira la mayoría de los mensajes. “Si usted cree que estamos leyendo millones de mails, la respuesta es no. No hay ninguna intención de mirar al tráfico doméstico británico”. Los analistas aplican cuatro criterios para distinguir entre mensajes posiblemente relevantes y los que no lo pueden ser: seguridad, terror, crimen organizado y bienestar económico. “La mayoría de la información es descartada sin que siquiera se molesten en leerla. No podrían hacerlo ni con la mejor voluntad del mundo. La verdad es que no tienen los recursos para una masa informática de este tamaño”, señaló la fuente.
El argumento tiene su lógica. Es imposible que 300 analistas del GCHQ y los 250 de su homólogo estadounidense, la NSA, se basten para lidiar con el inconmesurable tráfico diario que circula por Internet. De hecho, toda la información es procesada con Xkeyscore, un sistema secreto usado originalmente por la NSA para interceptar las comunicaciones de extranjeros en el mundo, que permite a los analistas examinar la información ganada con el programa Tempora.
Cabe suponer que las redes de terrorismo y crimen organizado más avezadas deben estar usando un complejo uso de códigos para evitar estos radares de las agencias de seguridad. En otras palabras, existe en principio la posibilidad de que todo este gigantesco operativo de inteligencia sea “mucho ruido y pocas nueces”, una inmensa operación para tener acceso a toda la información que deja pasar la más importante, pero también, al mismo tiempo, es cierto que todo este episodio ha acabado para siempre con la “era de la inocencia del Internet”, como la llamaba en un reciente artículo para Página/12 el corresponsal de este diario en París, Eduardo Febbro.
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