EL MUNDO › OPINIóN
› Por Horacio González
¿Puedo tener alguna duda? Como el águila inscripta y diseñada en el escudo de mi país, debo arrojar las flechas que tengo en la mano, antiguos signos de lo que hoy son los misiles que cuestan millones de dólares. No puedo desacatar ese destino, ese escudo de nuestros antepasados, que nos legaron en medio de una profusión de consignas masónicas, deseos inconscientes o públicos de un capitalismo de guerra y de una informatización que propone emancipaciones, pero su cuerda íntima es nuestro ojo alerta patrullando el mundo. Y yo como hombre cuyo linaje habla de otras historias que remiten a exóticas latitudes, tengo que cumplir con la tétrica razón de una matanza. ¡Si pudiera sólo disuadir, si pudiera sólo amenazar, créanme, lo haría! Pero el control del mundo es algo que ningún batallón de intelectuales puede hacer! Y yo, que también soy un intelectual, tengo como los grandes reyes y emperadores, una verdad in pectore. Es la “seguridad global”, un concepto superior al Leviatán, al Contrato Social y a Espíritu Absoluto del propio Hegel. Un filósofo no piensa en los misiles de alta precisión, que yo respeto, pues me gradué suma cum laude en ciencias jurídicas, pero como jefe de Estados, amigo de multinacionales, miembro de academias y activista de número de los congresos de una humanidad vigilada, debo conciliar las viejas libertades con las nuevas tecnologías del miedo. ¿O no se dan cuenta de que sólo leer millones y millones de mails ajenos –una tarea fatigosa, comprendan, pero por suerte la hacen máquinas, no la hago yo– es lo único que puede garantizar nuestra total security. Mírenme con esa cara preocupada con la que aparezco al lado de Putin y de esa dama latinoamericana, Miss Kirchner, que es abogada, sí, but not of Harvard, y dale que dale con sus críticas anticuadas al águila. Y encima confunde, y la llama buitre. ¿Cuándo aprenderán la science of the gubernamental effectivity?
¿Qué saben de eso los humanistas? Esos profesores que acaso han leído a Franz Fanon, un afrocaribeño que es como aludir a lo que, siéndolo yo mismo, un afroamericano, creen que pueden seguir criticando a Occidente como un sistema colonial decadente, ¡qué saben, por Dios! Y ese Sartre: querer amonestarnos por hacer pronunciar como en un eco la palabra Partenón como sinónimo ideológico de guerra, a lo que entonces se llamaban pueblos del Tercer Mundo. ¿Y yo? Observen mi rostro. Primer director afroamericano de una revista de leyes de Harvard. Nada me impide ser heredero del águila y hablarles como mi corazón de traidor y de héroe a esos filósofos de la salvaguarda de la esencia del hombre. Es que por entonces, posaba yo como humanista y el águila movía su cabecita pelada pero confiante en un silente regaño. ¿O no era un eslabón de la vieja cadena humanista mis preocupaciones por impulsar el fin de la guerra de Irak, atender a las familias desprotegidas, sobre todo de los soldados que venían de aquellas duras guerras que yo no había declarado? Al águila la escuché, pero nunca fui brutal como esos otros y sus vulgares tormentas del desierto.
No han leído a los Founding Fathers, no saben ni una frase de Lincoln de memoria, Luther King les fue indiferente. Sartre creía que había una razón occidental con una punta oculta de dominación nuclear. Era el filósofo francés. Ojalá hubiera podido imitar a mesié Hollande. Francia sí se ha puesto al día con la Pentagone Philosophy: la razón occidental existe, y termina en necesarias ojivas explosivas. La razón hoy está teledirigida y aparece en pantallas sensibles, pero no para ver películas como Alphaville, sino para dirigir cohetes hacia remotos Estados de un mundo enturbantado, incomprensible y violento. “Bombardeos limitados”, “muertes puntuales”. Pero nosotros los comprendemos. Por eso, violencia, sí, pero científica, ordenadora, vigilante. Lo hicimos en Irak (¡perdón!), en Libia, en Mali, ni siquiera pulsando botones rojos, sino con un leve touch on the screens. ¿Por qué “resolver miles de muertes causando miles de muertes más”? ¡Ah! ¡Las frases de esa señora! Les explico, lo que a esa señora le parece una atrocidad, para nosotros es la lógica universal. Es apenas una emanación electrónica de los pensamientos del águila y por lo tanto míos. Un último mensaje a los escépticos. ¿No di precisamente aquel discurso en que cité a Martin Luther King? “He estado en la cima de la montaña.” ¿Y cuántas veces dije la grata palabra “Lincoln” mientras proponía lo que tampoco ahora era fácil, la no discriminación racial. Nunca fui infiel a esos padres fundadores, y si mi padre fue keniano, tampoco podía ser visto como una intromisión que ayudara a crear comités de transparencia política en aquel país tan lejano y familiar: Kenia. Mis votantes blancos y gente de color, pobres y ricos, lo han comprendido bien. Soy el humanismo posibilista, mucho mejor que los generales que invadieron Nicaragua a principios del siglo XX e hicieron la guerra con la Cuba española a fin del siglo XIX. Mando flechas y helicópteros que son misiles con nombre de los indígenas que destruimos en siglos pasados. Tomahawk, Apache. ¿Homenaje? No, consecuencia natural de la civilización. Muy lejos de un humanismo simplote y residual de muchos intelectuales, que se inspiran en un argentine lawyer, un tal Bautista Juan de Alberdi, o algo así, que escribió ...¡el crimen de la guerra! Noso-tros tuvimos a Henry Thoreau, con su ridícula Civil Desobedience, y hasta un loquito como Norman Mailer... ¿Escucharon hablar de Susan Sontag? Supe de ella y algo extraño consiguió mover en mí. No entiendo cómo sugirió por un momento algo parecido a lo mío. Parecía no ser norteamericana, pero lo de ella era el pensamiento disidente europeo, las películas de Bresson, los artículos de Lukács, las redenciones de un sabio suicida como Benjamin. Criticó a Bush diciendo que el derribamiento de las Torres era por nuestra política exterior antes que por el terrorismo internacional. Y a pesar de que allí comenzaron sus graves equivocaciones, intentó comprender cuando estuvo en Sarajevo que los heroicos pilotos de nuestra Air Force, sabían actuar en nombre de la humanidad cuando se trataba de defender a Sarajevo, a Kosovo. Pero esta bella mujer, sé reconocerlo, era una filósofa del dolor humano, recordaba a Virginia Woolf viendo fotos de las masacres en la Guerra Civil española, y se preguntaba por el sufrimiento a partir de las imágenes, como ese grito del sacerdote Laocoonte que trata de advertirle el peligro a los troyanos. Yo les digo a los sirios y al mundo que ya tengo el alma calcinada. Yo mismo soy la advertencia y el peligro. Incluso, los alivio a ustedes, no a mí. No abundarán las fotos de masacres. Y los débiles humanistas agradecerán que actuemos. Y ni siquiera verán la sangre. Confíen en nuestra ciencia. Y en mi oscura conciencia: es la ley de la puntería, la vieja mirada de acero del águila.
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