Mar 10.09.2013

EL MUNDO  › DILMA EXIGIó DISCULPAS POR ESCRITO A OBAMA POR EL ESPIONAJE

Nada de aclaraciones, exigir y no pedir

Las últimas revelaciones sobre el espionaje norteamericano a los e-mails, las llamadas telefónicas de Dilma Rousseff y sobre Petrobras enojaron a la presidenta brasileña, quien amenazó con levantar su visita a Washington.

› Por Eric Nepomuceno

Quien conoce a Dilma Rousseff sabe que no conviene irritarla: la reacción puede ser dura. En estos días está cada vez más irritada, a medida que gotean informaciones sobre hasta qué punto fue (y muy seguramente seguirá siendo) espiada por la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, la NSA, como es la sigla en inglés.

Edward Snowden, el técnico que prestaba servicios a la NSA y decidió atender a su conciencia y dejar de atender a sus jefes, tiene mucho material y parece decidido a soltarlo de a poquito. Ahora mismo, el pasado domingo, el abogado y periodista norteamericano Glenn Greenwald, del británico The Guardian, contó en un programa televisivo de gran audiencia en Brasil que, además de espiar los e-mails de Dilma, los teléfonos de su casa y de su despacho presidencial, de controlar su correo electrónico y sus celulares (y, claro, decodificar sus claves de seguridad), la NSA también espió, y mucho, a Petrobras, el gigante estatal de petróleo.

Si el vaso ya estaba colmado y transbordando, ahora parece a punto de hacerse añicos. Mañana desembarca en Nueva York el recién nombrado canciller brasileño, Luiz Alberto Figueiredo. Tendrá reuniones con la consejera de Seguridad Nacional del gobierno de Obama, Susan Rice. Una vez más, exigirá explicaciones y un pedido formal de disculpas, porque Dilma determinó que no se pida nada: que se exija. Y por escrito.

Había dicho eso en Brasil hace una semana, cuando todavía no se sabía lo de Petrobras, y se lo dijo en San Petersburgo al propio Barack Obama, cuando se reunieron a solas (bueno, a solas es una manera de decir: con sus respectivos cancilleres) el viernes durante una cumbre del G-20.

Luego del encuentro cerrado, al contrario de lo que suelen hacer mandatarios cuando se reúnen, Dilma fue enfática en los detalles. Contó que le dijo a Obama: “Quiero saber qué hay. Si tienen algo o si no tienen. Quiero saber todo lo que tengan”. Le recordó al mandatario norteamericano que “Brasil es una fuerte, sólida y gran democracia. Vive desde hace más de 140 años de forma pacífica con los vecinos. No tiene conflictos étnicos, religiosos, no abriga a grupos terroristas, y tiene en su Constitución, expresamente, que vedamos el uso y fabricación de armas nucleares. Por lo tanto, esas características ponen por tierra cualquier forma de justificativa de que los actos de espionaje serían una forma de protección contra el terrorismo”. Obama la oyó, insistió en que eran medidas de seguridad, pero aceptó enviar una explicación por escrito. Dilma le reiteró que no quería explicaciones, sino un pedido formal de disculpas.

Ayer, una nota oficial del despacho presidencial volvió a golpear al espionaje de Washington. El texto dice que “Petrobras no significa amenaza alguna a la seguridad de cualquier país. Significa, eso sí, uno de los mayores activos de petróleo del mundo y un patrimonio del pueblo brasileño”. De confirmarse el espionaje sufrido por la empresa a lo largo de los últimos años, justo cuando se descubre la existencia de inmensos yacimientos en aguas ultraprofundas, quedaría claro, según la nota oficial de la presidencia brasileña, “que el motivo de los intentos de violación de confidencialidad y de espionaje no es la seguridad o el combate al terrorismo, sino intereses económicos y estratégicos”. La nota termina con la afirmación de que Brasil adoptará todas las medidas necesarias para proteger “al país, al gobierno y a sus empresas”.

Desde luego, Washington seguirá haciendo lo que hace, o sea, violar, ignorar el derecho de privacidad y de confidencialidad. Esa acción, considerada inadmisible en las relaciones entre naciones amigas, persistirá, pero al ser destapada será una sombra permanente en cada negociación sobre el tema o la cuestión que sea.

El nuevo incidente ocurre en un período especialmente delicado en las relaciones entre el gobierno de Dilma Rousseff, una ex militante de la guerrilla y ex presa política durante la dictadura militar brasileña, y de Barack Obama, el Nobel de la Paz que declara guerra, lanza amenazas por doquier, mantiene un campo de concentración en Cuba y espía a todos.

El comercio entre ambos países sigue provocando fuertes déficit para las cuentas externas brasileñas (21 por ciento entre enero y agosto, más de lo acumulado a lo largo de todo el año pasado), lo que quizá explique la saña con que Washington pone especial atención en la colecta de informaciones sobre Brasil. Pero de ahí a filtrar llamadas personales de la mandataria existe un largo camino.

Otros puntos siguen vigentes en la agenda de ambos presidentes, sin que hasta ahora se haya logrado avanzar en ninguno de los planteamientos brasileños. Habría un nuevo intento, durante la visita oficial a Washington que Dilma Rousseff tiene agendada para octubre. Las primeras informaciones que Edward Snowden divulgó a través de Glenn Grennwald en The Guardian fueron una ducha helada en las ya parcas perspectivas del gobierno brasileño frente al viaje de Dilma. La intención de Dilma es cancelar el viaje, a menos que Obama emita mañana explicaciones y un pedido formal de disculpas. En Brasil, nadie apuesta un centavo a esa posibilidad. Primero, por la habitual soberbia imperial de Washington. Y segundo, porque nadie, y menos aún Obama, sabe qué más está a punto de ser difundido por Snowden.

Brasil sabe que mantener relaciones fluidas con Estados Unidos, pese a eventuales altibajos en el flujo comercial, es prioritario. Washington, a su vez, sabe lo mismo. Ocurre que en esta ocasión, advierten asesores cercanos a Dilma y reitera el ex presidente Lula da Silva, las rebuscadas explicaciones diplomáticas no servirán de nada.

Lula da Silva, consejero político de Dilma de fuerte influencia en el gobierno y en aliados externos, insinuó que es necesario que Brasil desarrolle un sistema antiespionaje, con la ayuda de los socios del Brics (el grupo formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). De esos cinco, al menos tres son expertos en el tema del espionaje: China, India y Rusia. Obama y sus agentes lo saben muy bien.

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