› Por Alfredo Serrano Mancilla *
La cumbre de la Alianza del Pacífico (AP) acabó tal como se esperaba. Ni más ni menos. Lograron tener un significativo papel mediático pero no tan exagerado para eclipsar el éxito de la Celac. La AP continúa su camino para conformar una versión mini del intento fallido del ALCA en América latina. Esta reedición imperialista tomó buena nota del fracaso del pasado y, esta vez, el presidente de los Estados Unidos ya no aparece en la foto de familia. La AP, a diferencia del ALCA, presenta una imagen más latinoamericanista, aparentemente independizada –al menos en la escenografía– de los países del Norte.
Esta nueva apuesta táctica del eje Pacífico obedece a varias razones. Una, Estados Unidos ya no es el país tan valorado favorablemente por las mayorías populares en estos países. Dos, la Unión Europea tampoco puede ser considerada como ejemplo de éxito económico en estos últimos años. Tres, la AP no puede obviar a sus vecinos latinoamericanos porque tienen una elevada dependencia económica con éstos. El Pacífico sabe que no debe romper abruptamente con esta región tan vigorosa económica y socialmente en el nuevo mundo multipolar en transición. Cuatro, al Norte le interesa que sea el eje Pacífico quien asuma la entera responsabilidad de frenar y torpedear al bloque progresista en América latina. No hay mejor idea que dividir el Sur desde el Norte pero con control remoto, con la apariencia políticamente correcta de ser respetuoso –y no injerencista– con los asuntos ajenos. En definitiva, la AP es más sutil que el ALCA como instrumento para que el Norte siga teniendo presencia en el nuevo Sur en América latina.
¿Pero es tan poderosa la AP como dicen sus medios hegemónicos? Rotundamente, no. Una gran primera debilidad estructural es que se trata de un bloque con un escaso comercio intrarregional que no alcanza ni al 4 por ciento de sus exportaciones. Otro punto flaco es que la AP se trata de un conjunto de países que han ido estrechando su base económica como consecuencia de sus Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos y Unión Europea. Son economías sin verdaderas posibilidades de complementariedad productiva porque han ido dedicándose a una mega especialización exportadora –de materias primas– marcada subordinadamente desde los países centrales. Todas ellas importan aquello que no producen las otras; sus proveedores son siempre las grandes transnacionales del Norte. La AP tiene además un serio opositor interno derivado del enorme descontento social de su pueblo después de haber sufrido el capitalismo por desposesión y las políticas privatizadoras neoliberales. Las protestas de campesinos/estudiantes/profesores/médicos/funcionarios no deben ser infravaloradas en los próximos meses si la AP sigue por esta vía de servidumbre al Norte.
La AP parece no haber aprendido de la decadente desintegración de la Unión Europea. En vez de construir una base de economía real sólida, han preferido regresar a los dogmas del libre arancel; en vez de apostar por una integración con rostro humano, se han decantado por un mercado único de Bolsas financieras; y en vez de crear un consejo social para los pueblos (como sí sucede en el ALBA), han decidido un Consejo de Empresarios. Las consecuencias de la Unión Europea ya las conocemos todos: un modelo de acumulación de desarrollo desigual con una exacerbada concentración de riqueza para unos pocos con socialización de pérdidas para las mayorías. La AP parece haber decidido este Norte salvo que su Sur consiga imponer lo contrario.
* Doctor en Economía, Centro Estratégico Latinoamericano Geopolítico.
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