Mié 10.09.2003

EL MUNDO  › REPORTAJE AL MANDATARIO RICARDO LAGOS

“Se modificó la relación poder civil-poder militar”

A 30 años del golpe de Estado de Augusto Pinochet, que se cumplen mañana, Lagos enfatiza otra fecha: la del “no” al dictador con el plebiscito del 5 de octubre de 1998.

Por Ernesto Ekaizer *
Desde Santiago

Ricardo Lagos acompañará hoy en el palacio de La Moneda a Hortensia Bussi, la viuda de Salvador Allende, y a Isabel Allende, su hija y presidenta de la Cámara de Diputados, en un homenaje al presidente que decidiera quitarse la vida el 11 de septiembre de 1973, después de que los aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea Chilena, tras un bombardeo despiadado, prácticamente destruyeran la sede del gobierno. Aquel día 11, Lagos era “más un profesor universitario” que un político. Su día, en cambio, aquella fecha con la que más se siente identificado es el 5 de octubre de 1988, la fecha en la cual el general Augusto Pinochet convocó un plebiscito con el objetivo de perpetuarse en el poder. Fue Lagos quien ante la televisión, durante la campaña contra el dictador, miró fijo a la cámara y señalando con el dedo al frente solicitó el “no” para frustrar las aspiraciones de Pinochet a ser el dictador vitalicio de Chile.
–Presidente, su fecha no es el 11 de septiembre, lo determinante en su historia política personal fue su participación en la campaña del “no” en el plebiscito convocado por el general Pinochet el 5 de octubre de 1988.
–Es muy interesante. Los chilenos están muy preocupados por los 30 años del 11 de septiembre porque en el fondo han visto la otra cara de la historia. Queda para el debate por qué se produjo a los treinta años y no a los veinte o a los veinticinco. Uno entiende cuando vio la otra cara de la guerra civil en España después de Franco..., se produce cuando se van a cumplir en pocos días más quince años del “no”. El primero tiene más que ver con el pasado, el segundo con el futuro, pero no se puede construir bien el futuro sin conocer bien el pasado.
–Usted estaba vinculado al Partido Socialista el “Once”. ¿Pero cómo era su actividad entonces?
–Eh... claro. Yo era un académico. No se trataba de que yo participaba en tal o cual célula. Inmediatamente después del golpe militar, aquello que era una militancia tranquila, propia de un profesor universitario, se transforma en un hecho complejo, ya que mucha gente se exilia o cae presa o están clandestinos. Entonces a partir de 1978 o 1979 paso a tener una mayor relevancia política.
–¿Qué dinámica explica la inmersión en el “11” que se vive en el país?
–La dinámica es muy clara. Cuando repentinamente usted ve una televisión que lo cuenta todo, periódicos que dan cuenta de lo que pasó, señores que se arrepienten y te dicen “sí, yo torturé” y lo declaran, e hijos que increpan a sus padres, y le dicen “pero, papá, usted no me contó que esto había sido así, usted me contó otra película”. En ese momento, tiene lugar la situación en la que estamos: se explican las razones por las que se produjeron los acontecimientos. Ahora, cuando la televisión retransmite las escenas del bombardeo de La Moneda hace treinta años, que no se habían visto nunca, eso produce un impacto enorme.
–Este revival de la virulencia en los discursos, ¿no se podía haber evitado si entre los socios de la coalición gubernamental se hubieran planteado los homenajes de manera consensuada?
–Estoy muy sorprendido porque, en efecto, yo era partidario de ese consenso. Los socialistas y demócrata-cristianos venimos trabajando juntos desde 1981 o 1982. Si desde esa época estamos juntos, cuando ocho años antes, en 1973, habíamos estado en trincheras tan opuestas, no nos vamos a dividir ahora por causa de lo que pasó. En absoluto. Hoy existe consenso sobre el “nunca más” a los hechos que ocurrieron en Chile. Si esto es así, el regreso a las causas de lo que se generó nos toca a todos. Lo que nosotros hemos pretendido hacer como gobierno no es, como se ha dicho, un acto de homenaje a un presidente. Porque este no es el papel que uno tiene que desempeñar. Otra cosa es, claro, que yo tengo que hacer referencia a que en este palacio un presidente se suicidó cuando estaba siendo bombardeado. Lo que tenemos que reivindicar es el fin de un período republicano y la necesidad de restablecer un sistema republicano y democrático de gobierno orientado al futuro.
–Hay todavía sectores políticos que defienden activamente el legado de Pinochet, ¿siguen teniendo gran peso?
–Hay un sector muy minoritario que no acepta de verdad el Chile actual, no acepta que yo esté sentado aquí, que se da cuenta, y yo diría que es lo más grave para ese sector, que si bien la Constitución (de 1980, durante el régimen de Pinochet) no se ha cambiado, sí se modificado la relación entre poder civil respecto el poder militar. Y la que existe hoy es una relación distinta. Ese sector siente nostalgia de un mundo que se fue. Ve con nostalgia, incluso, a dirigentes empresariales distintos a los de aquella época, como es el caso de Juan Claro, presidente de la Confederación de la Producción.
–El general Juan Emilio Cheyre, comandante en jefe del Ejército, ha asumido, en particular desde junio pasado, un gran protagonismo en la política chilena. ¿No cree que ese papel estelar es un arma de doble filo?
–Yo creo que eso tiene que ver con cómo los países andan por el mundo. Estamos en un mundo globalizado no solo para vender salmones y vinos de buena calidad. También somos globales si cuidamos el medio ambiente y tenemos constituciones democráticas. Nos guste o no, la máxima certificación de calidad también se aplica a las constituciones. Y no lograríamos la aprobación si sometiéramos a control nuestra Constitución. Bien, los actuales comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas –no sólo Cheyre– se dan cuenta de que las instituciones armadas tienen también un código de conducta en el mundo.
–Jueces, ministros de la Corte de Apelaciones y de la Corte Suprema albergan temores de que su gobierno les encomiende encontrar alguna salida para dar por terminado el problema de los derechos humanos. ¿Es infundado?
–Una ley de punto final no fue posible, no es posible. Los juicios van a continuar. Eso no quita para que uno diga “me gustaría que los juicios terminen”. Los juicios eternos tampoco nos parecen adecuados. Las Fuerzas Armadas se dan cuenta de que también están rindiendo examen ante el mundo.
–El decreto-ley de autoamnistía de Pinochet sigue vigente, ¿por qué se mira a otro lado cuando se aborda este asunto? El juez Juan Guzmán tendrá que formular acusación y dictar sentencia, por ejemplo en el caso Caravana de la Muerte, ¿acaso no llegará a plantearse su aplicación en esa causa, como ya ocurrió con el asesinato de Carmelo Soria?
–A menos que él y otros jueces declaren que hay delitos que son inamnistiables.
–El Parlamento chileno sigue sin aprobar la convención sobre imprescriptibilidad de crímenes de lesa humanidad que Chile ha ratificado. Por tanto no puede prevalecer sobre el decreto de autoamnistía.
–Claro, así es. Ahí hay un tema que los tribunales tienen que analizar. Aun en el caso de que usted pudiera derogar la ley de amnistía, muchos juristas le dirían que en presencia de ambas leyes, como hubo una ley que a usted lo exculpó (Amnistía) y otra ley que no lo exculpa (imprescriptibilidad), por el principio pro-reo igualmente aunque se derogue la ley de amnistía terminarían aplicándosela. Esa fue la razón por la cual he planteado en la propuesta de derechos humanos el tema de la inexigibilidad de otra conducta. Hubo soldados conscriptos que fueron fusilados por negarse a fusilar en 1973. A los soldados que les reemplazaron y cumplieron la orden de fusilar, ¿los condeno? Ningún juez los va a condenar. En cambio, creo que será difícil amnistiar a los que planificaron y organizaron la represión desde el aparato estatalejerciendo el terrorismo de Estado. Eso les corresponderá a los tribunales.
–La ley de amnistía es una espada de Damocles. ¿No cree que al final habrá que toparse con ella?
–Así es. Quiero decir que enviamos un proyecto para derogarla en 1992. No hubo respaldo. Lo que ocurre también es que hasta que usted no encuentra los cuerpos de las personas asesinadas tiene dificultades para probar el delito. Pero, en fin, no vamos a entrar en eso.
–En el meridiano de su mandato, ¿está conforme con lo que ha hecho? ¿Qué tiene en mente para los dos años y medio que le quedan?
–Usted tiene una visión del paisaje que desea tener al final de su mandato. ¿Qué cosas del paisaje ya están puestas? Está, claramente, la subordinación del poder militar al poder civil. Está la consolidación del sistema republicano. También, desde el punto de vista económico, está puesto un país que ha sido capaz de abrirse al mundo, que hace de nuestro país una de las economías más abiertas del mundo. Pero esto, por ejemplo, exige preparar productivamente al país para enfrentar esa competencia. Ahora, lo determinante son las políticas sociales. Lo anterior, sin ellas, no funcionará. Ningún país es capaz de competir en el mundo sin un alto grado de cohesión social. Pero hay 220.000 familias en condiciones de extrema pobreza. Vamos a solucionar ese problema de aquí al final del mandato. Más cambios se necesitan para un país que requiere una ley de divorcio, instituciones culturales para un país que se abre y deroga la censura o la derogación de la pena de muerte.
–Tencha Allende dice que en Chile hay una democracia “renga”. ¿Esta renguera es irreversible?
–Yo siempre sostuve que la transición iba a terminar con una Constitución que tenga certificación de calidad. Creo que podemos terminar con una Constitución de la cual se eliminen instituciones como el Consejo de Seguridad Nacional (COSENA), la subordinación de los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, los senadores designados y vitalicios.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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