Jue 11.09.2003

EL MUNDO  › TESTIMONIOS DE QUIENES VIVIERON EL PEOR ATENTADO DE LA HISTORIA

Voces desde la Nueva York pos 11/9

Nueva York conmemora hoy el segundo aniversario de los atentados que derribaron las Torres Gemelas. Pero ésta será una conmemoración de perfil bajo, sin grandes ceremonias. En estas páginas, qué varió 24 meses después de acontecimientos que cambiaron al mundo.

Después del 11 de septiembre, el barrio neoyorquino de moda pasó a ser Brooklyn. El vecindario retratado por Paul Auster y Wayne Wang en la película Cigarros es más barato que Manhattan y se está llenando de restaurantes, galerías de arte y cafés. “Mi relación con la ciudad no cambió después de los ataques. A lo sumo ahora entiendo cuánto la quiero”, dice Auster. Pero Nueva York ya no es lo que solía ser. Cada vez hay más homeless y desempleados, el turismo sigue cayendo, los pequeños negocios del centro de Manhattan están a punto de cerrar y Wall Street avanza a los tumbos. Según una encuesta del New York Times, el 60 por ciento de los neoyorquinos piensa que la vida en la ciudad es peor que el año pasado.
“Nueva York siente que es un blanco. Hay un sentimiento de ‘mejor vivamos bien ahora, porque no sabemos qué pasará’”, dice Barry Wallenstein, profesor de Literatura en el City College, una universidad estatal que queda en Harlem. “Después de los atentados, los neoyorquinos que jamás hubieran saludado a un extraño, se abrazaban desconsoladamente con el que tenían al lado”, cuenta. Según Wallenstein, después de dos años, todavía queda algo de ese sentimiento. “La gente está más amable que antes de los ataques. Pero yo estoy más enojado que nunca”, dice. Está enojado con los terroristas y con “nuestro gobierno, con nuestra larga historia de exterminio. Es raro sentir un odio que, en parte, está dirigido al lugar que te vio nacer”, cuenta este neoyorquino de 63 años que alguna vez fue vecino de la escritora Susan Sontag.
Los neoyorquinos recuerdan ese 11/9 como la única vez en que se cortó el ritmo frenético de la ciudad que nunca duerme. “Fue la primera vez que vi a los neoyorquinos más calmos y tolerantes”, cuenta Monika Batista, una brasileña que trabaja en Manhattan haciendo editorial de moda para la marca Levi’s. “Ahora las cosas están como antes”, opina. “Los que vivimos acá sabemos que hay que seguir trabajando. No es una ciudad fácil para nadie, incluso para los mismos norteamericanos. Todos los que están acá van en busca de algo: éxito, dinero, fama”, dice.
“Las Torres Gemelas eran parte del paisaje de la ciudad. Las veía desde mi casa. Y que desaparecieran fue como si te sacaran el sol”, cuenta Silvina Gioannini, una argentina de 33 años que vive en Little Italy, justo al lado del bar donde se filmó una escena de Brasco, una de las tantas películas de Al Pacino. “Entre los neoyorquinos quedó una sensación de vulnerabilidad”, dice Nelson Castro, el único periodista argentino que cubrió el 11/9 desde Nueva York. Cuando el segundo avión se estrelló contra la segunda torre empezaron a circular todo tipo de versiones, cuenta. “Muchos decían que ese avión había venido a rescatar a la gente que estaba en la terraza de la primera torre y se había estrellado por accidente. Nadie pensaba que era un atentado”, recuerda. El día anterior había estado en el piso 48 de una de las torres entrevistando a unos analistas económicos. “Pensé que habían muerto. Pero me llamaron a los dos días para decirme que se habían salvado porque esa mañana tenían la reunión de padres del jardín de sus hijos”, cuenta. Después del ataque, a Castro le llamó la atención la actitud de los neoyorquinos. “En la calle, los chicos se paraban con sus padres para agradecer a los bomberos por el trabajo que estaban haciendo. Es interesante esa diferencia entre el 11/9 y lo que pasó acá con la AMIA y la embajada de Israel”, sostiene.
Después de la tragedia, muchos neoyorquinos se mudaron a otras ciudades. Otros evitan los subtes, los rascacielos y los espacios cerrados. “Los primeros meses después de los ataques, me ponía tensa cada vez que escuchaba la explosión de un caño de escape u olía algo quemado”, cuenta Natacha Giai, una contadora porteña que vive en Nueva York desde hace cuatro años. El 11 de septiembre la encontró a metros del World Financial Center (WFC), donde sigue trabajando. Para llegar a su oficina tenía que cruzar un puente que conectaba a las Torres Gemelas con el WFC. “Cuando salí del subte, acababa de estrellarse el primer avión. Sólo se veía humoy me quedé en la planta baja de la segunda torre para ver qué pasaba. Puede sonar raro que estuviera tan tranquila, pero nadie sabía qué ocurría”, cuenta. “Mucha gente bajaba de la torre mojada por los rociadores contra incendios. Veía que caían cosas y después me enteré de que eran personas que se habían tirado por las ventanas”, cuenta. Cuando el segundo avión se estrelló contra el segundo edificio, Natacha corrió dos cuadras sin parar.
Su oficina quedó destruida, pero ahora luce igual que hace dos años. Desde su ventana se ve la Zona Cero, un agujero de casi seis hectáreas y seis subsuelos bajo tierra que de noche se ilumina como un estadio. Hace 100 años, en ese lugar había una “zona roja” muy popular entre los estudiantes de la Universidad de Columbia. Y los alumnos de medicina solían robar cadáveres en el cementerio africano que funcionó allí hasta fines del XIX. Donde ahora está Wall Street, había un mercado de esclavos. “El hijo de mi mujer se mandó una genialidad: alquiló por muy poca plata un departamento fantástico en el piso 28, frente a la Zona Cero”, cuenta el escritor José Pablo Feinmann. “Los precios bajaron mucho porque nadie quiere vivir allí. Piensan que hay fantasmas”, dice. De hecho, en Internet circulan varias leyendas sobre apariciones en este inmenso cementerio. En un foro del portal Yahoo!, un tal Richard jura que en una visita a la Zona Cero, se topó con un fantasma. Y la conductora de una línea de colectivos asegura que, a la noche, en el lugar se escuchan gritos y lamentos desgarradores.

Informe, entrevistas y textos: Milagros Belgrano.

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