EL MUNDO › OPINION
› Por Agustín Lewit *
Dos años pasaron desde que el gobierno colombiano y las FARC –la guerrilla activa más antigua del continente– inauguraron los diálogos de paz en La Habana, Cuba, con las esperanzas puestas en lograr la resolución definitiva de un conflicto armado que lleva seis décadas abierto y que ha costado la vida de centenares de miles de colombianos, la mayoría de ellos civiles. Rara coincidencia –o no tanto–, el aniversario se vio atravesado por el punto más crítico desde el inicio de las conversaciones, motivado por el secuestro por parte de las fuerzas insurgentes de un general del ejército y otras dos personas, lo cual provocó la inmediata reacción del presidente Juan Manuel Santos, quien ordenó levantar su comitiva de la mesa de negociaciones.
Sin embargo, los acontecimientos posteriores a la interrupción de las negociaciones evidenciaron la confluencia de un conjunto de factores que han operado para que –en principio– la reciente crisis se supere a la brevedad, con el anuncio de las FARC de que liberarán a los rehenes; configurándose apenas como una impasse de un proceso que en los últimos veinticuatro meses ha demostrado un avance inédito, dando cuenta de su maduración.
En principio, en los días siguientes al desenlace del conflicto se constató la sólida institucionalización que recubre actualmente la instancia del diálogo, evidenciada en su capacidad para superar las turbulencias. En efecto, nadie ha planteado por estos días el cierre definitivo de los diálogos, más allá de su interrupción momentánea.
Por otra parte, fue contundente el rápido accionar de los países garantes –Cuba y Noruega–, quienes actuaron con rapidez y precisión para contener a las partes y comprometerlas a permanecer en contacto, realizando además las gestiones para la pronta liberación de los prisioneros. Esta decisiva presencia de países fuertemente involucrados con la resolución del conflicto se ve acompañada además por un creciente nivel de apoyo internacional, evidenciado en la reciente gira de Santos por Europa donde, entre otras cosas, cosechó importantes promesas de aportes para la etapa del posconflicto.
Un tercer elemento ha operado en resguardo de la mesa de negociaciones de La Habana y tiene que ver con un fuerte respaldo de gran parte de la sociedad colombiana que, con buenos reflejos y entusiasmada por los avances parciales, se ha movilizado en defensa de los acuerdos. Esta fuerte legitimidad del diálogo contrasta con el pesimismo generalizado en el inicio de los diálogos. Al respecto, hay que señalar que la reelección de Santos en junio de este año, cuando venció al candidato uribista Iván Zuluaga, se explica mayoritariamente por un reconocimiento de los pasos dados hacia la paz.
Por otra parte, y ante la agitación de los sectores conservadores colombianos –capitaneados por Alvaro Uribe– que, aprovechando el cortocircuito, promueven el militarismo a ultranza, es preciso resaltar que el gobierno y las FARC ya han conseguido preacuerdos en tres de los cinco puntos planteados en la agenda original –concernientes al desarrollo agrario, a la participación política de los insurgentes y a la lucha contra el narcotráfico– y que actualmente se encuentran discutiendo un cuarto eje vinculado con la reparación de las víctimas, que ha contado como elemento inédito con el involucramiento directo de los afectados. Además, el ciclo abierto hace dos años ha dado lugar a situaciones desconocidas hasta entonces como el pedido de perdón de las FARC a los danmificados, así como también el reconocimiento por parte del Estado colombiano de violaciones a los DD.HH.
Así las cosas, el promisorio proceso de diálogo de paz vuelve a mostrar las complejidades y tensiones que se anudan en su interior, pero también la solidez adquirida en los años recientes. Como cuestión de fondo, vuelve a emerger una verdad largamente consabida: el mantenimiento de las hostilidades, lo cual incluye tanto las acciones violentas de las FARC como las operaciones militares del gobierno, constituye el principal factor que limita y amenaza los avances del diálogo. La consecución de la paz en Colombia, más próxima que nunca, demanda como condición de posibilidad un cese bilateral del fuego. Ojalá los principales actores no desaprovechen esta histórica oportunidad.
* Periodista de Nodal, investigador del C. C. de la Cooperación.
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