Sáb 22.11.2014

EL MUNDO  › MASIVA ADHESION A LA JORNADA GLOBAL DE PROTESTA POR LOS ESTUDIANTES DESAPARECIDOS EN MEXICO

“Han jugado con nuestros sentimientos”

Son los padres y las madres de 46 estudiantes normalistas de Ayotzinapa (3 asesinados y 43 desaparecidos el 26 de septiembre) quienes encabezan el hastío. El mundo mira el poder en México y se pregunta: ¿acaso están sordos?

› Por Gerardo Albarrán de Alba

Desde México, D. F.

La rabia les impide agotarse a casi dos meses de zozobra, de dolor, de llanto. La dignidad que transpiran moviliza a cientos de miles por todo el mundo. La humildad de sus corazones resuena por todo México.

“Son 52 noches sin nuestros hijos y el gobierno no ha respondido, no ha realizado ninguna investigación seria para nosotros, sólo ha habido simulación”, dice un puñado de campesinos a una masa urbana que los acompañaba en el Zócalo la noche del jueves. “No estamos cansados, estamos enojados porque han jugado con nuestros sentimientos. El gobierno, en lugar de resolver el caso, ha amenazado a los padres y a quienes están en la movilización popular.”

Son los padres y las madres de 46 estudiantes normalistas de Ayotzinapa (tres asesinados y 43 desaparecidos el 26 de septiembre) quienes encabezan el hastío. Con ellos, son decenas de miles los que están aquí, pero son muchos más los indignados que los acompañan en decenas de países que se suman a la Cuarta Jornada Global de solidaridad y protesta. Es gran parte de la sociedad civil que denuncia “¡Fue el Estado!”. Son demasiados los que exigen “¡Fuera Peña!”. Son todos los que reclaman “¡Justicia!”. Emocionan los miles de estudiantes de cientos de preparatorias y universidades que corean consignas cargadas de ilusión. Sus rostros irradian la esperanza de cambiar el mundo que les espera. Muchos viejos marchan junto a ellos, confirmando que es posible.

Vienen a escuchar a los padres de los desaparecidos, que van ganando tablas conforme su duelo marcha por el país y la impotencia cede el paso a la estatura moral que se nutre de cientos de miles de personas que los arropan y les recuerdan a cada paso que no están solos. Han recorrido el norte, el centro y el sur del país durante varios días antes de llegar la tarde del miércoles a Ciudad de México. Las tres caravanas en que se dividieron se llaman Julio César Mondragón Fuentes, Daniel Solís Gallardo y Julio César Ramírez Nava. Honran así la memoria de los tres estudiantes asesinados con saña en Iguala (el primero de ellos, torturado y desollado) la misma noche en que la policía municipal los atacó, capturó y desapareció a otros 43 jóvenes que soñaban con ser maestros. Ahora están de vuelta en el corazón político de Ciudad de México, y su discurso es cada vez mejor articulado; el mensaje, más preciso.

Felipe de la Cruz, padre de uno de los 43 estudiantes desaparecidos, abre el mitin del jueves con renovada elocuencia: “Hoy queremos decirles que no sólo es Guerrero, gracias a las caravanas nos dimos cuenta de que fosas clandestinas y desaparecidos hay en todo el país. Hoy, 20 de noviembre, no festejamos el 104º aniversario del inicio de la Revolución Mexicana. Si estamos aquí parados es porque los gobernantes han mutilado nuestra Constitución en su beneficio y para justificar sus actos”.

Uno de los manifestantes responde a Peña Nieto y su weberiana amenaza en contra de ellos: “Usted asegura estar facultado para usar la fuerza pública, pero se olvida de que el pueblo tiene otras facultades y justo aquí está para exigir cuentas”, dice desde lo alto del templete montado a las puertas de Palacio Nacional.

Son dos madres las que desgarran la noche con la esperanza que las guía y la desconfianza en sus victimarios: “El Estado quiere cerrar el caso con las mentiras del procurador, pero desde aquí les decimos que los padres somos muy dignos y, sin importar el cansancio, no nos detendremos hasta encontrar a nuestros hijos. Estamos seguros de que el gobierno sabe dónde están”, dice una de ellas, reacia a la versión oficial que pretende dar por muertos a los estudiantes desaparecidos. Otra toma el micrófono a su turno, como si pensara en voz alta: “Sólo quiero decirles que si el crimen organizado se los hubiera llevado, sus cuerpos ya hubieran aparecido, como el resto de los que han sido ejecutados. Pero el hecho de que sigan desaparecidos muestra que se los llevó el gobierno y ellos saben dónde están”.

Las mujeres rematan con un mensaje al presidente: “Así tengan miles de detenidos, a nosotros no nos interesa, queremos a nuestros hijos y nada más. Y queremos decirle al señor Peña Nieto que si él y su gabinete no pueden, que se vayan”. La plaza responde “¡Fuera Peña!”.

Terminado el mitin, infiltrados desatan una violencia quirúrgica que justifica la entrada al Zócalo de granaderos y policía federal. Arrasan parejo a toletazos: lo mismo caen manifestantes rezagados que familias con ancianos y niños que no saben leer las ignominiosas señales que anuncian la confrontación. Más de una hora de golpes y persecuciones dirigidas, escenificadas para las cámaras de los noticieros que, poco después, saturarán el espacio de la televisión abierta con imágenes ad hoc. Conductores, reporteros, políticos, opinadores e intelectuales que llevan décadas viviendo como amanuenses del poder dedican largas peroratas a violencias orquestadas, en lugar de responder a la demanda de justicia que recorre el país. Junto con la mayor parte de las primeras planas de ayer, la prensa alineada al oficialismo ofrece una cobertura maniquea que invisibiliza a una sociedad civil harta de la impunidad, del abuso de poder y del secuestro del Estado por políticos material y moralmente corruptos. En la refriega, una docena de reporteros y fotógrafos es golpeada frente al Palacio Nacional.

Los policías toman el Zócalo cuando aún resuena la advertencia final que llegó de Ayotzinapa: “Estamos determinados a cambiar de una vez por todas este país; estamos dispuestos a mandar a la fregada a las instituciones, porque ya no sirven. Apostamos por la vía pacífica, pero no se puede hablar de paz cuando nos faltan 43 jóvenes. No se puede hablar de gobernabilidad cuando envían a sus provocadores y policías a reprimir al pueblo. Y eso debemos cambiarlo”.

Mientras, el mundo mira el poder en México y se pregunta: ¿acaso están sordos?

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