Sáb 01.11.2003

EL MUNDO  › CRONICA DE UNA NOCHE DE BOMBA E INCENDIO EN LA CALLE DE LOS LIBROS DE BAGDAD

“Están dejando que entren otros árabes”

La mayoría de los bagdadíes cree ahora que Al-Qaida ha penetrado en Irak y culpan a la red de Osama bin Laden por la última ola de atentados indiscriminados. Esta es la crónica de una noche de destrucción –y el pavor y la desolación que siguieron– en la calle de los libreros de usados.

Por Patrick Cockburn *
Desde Bagdad

“¡Están tratando de destruir nuestra historia!”, exclamó el doctor Zaki Ghazi, moviendo sus brazos de modo angustiado, junto a los restos humeantes de un edificio en un barrio antiguo de Bagdad repleto de pequeñas librerías. Una explosión de causa incierta había despedazado y envuelto en llamas una serie de casas elevadas sostenidas sobre pilares blancos a ambos lados del mercado de libros en la calle al-Mutanabi, donde por décadas los intelectuales iraquíes han comprado libros en árabe e inglés.
“Lo he perdido todo”, decía Munaf Fatah Mahmud con voz estrangulada. “Tenía dos negocios de libros de folklore iraquí y los dos han sido incendiados. He vendido libros en este lugar por 20 años, ¿y cómo voy a alimentar a mis hijos?” En la vereda de enfrente, una manguera contra incendios echaba agua sobre las ruinas de un alto edificio con su terraza partida y con sus balcones metálicos verdes, retorcidos por el fuego, colgando tenuemente de una pared chamuscada.
Fue el último de los golpes a la moral desfalleciente de los residentes de Bagdad después de una semana que comenzó con media docena de cohetes impactando el hotel al-Rashid, símbolo de la presencia norteamericana en la capital. Al día siguiente, cuatro atacantes suicidas, con la Cruz Roja y comisarías como blancos, mataron a 40 personas e hirieron a cientos. Los bagdadíes se precipitaron a sacar a sus hijos de las escuelas y muchas familias los mantuvieron en sus casas durante toda la semana por temor a más ataques. A la salida de una escuela secundaria cercana a la comisaría de Al Jedida en el nordeste de Bagdad, donde un atacante suicida fue atrapado después de que su coche bomba fallara en estallar, un guardia de seguridad de aspecto nervioso decía: “Tengo mucho miedo de morir si esto pasa de nuevo”.
La explosión en la calle al-Mutanabi, en la esquina con la calle alRashid, en lo que una vez fue el corazón de Bagdad pero ahora es un lugar arruinado, ocurrió el jueves por la noche. Mató a un vendedor de té y prendió fuego a los edificios a ambos lados de la calle, que ardieron furiosamente por horas. En un comienzo, la policía dijo que había sido una bomba de tiempo. Después pensaron que podía tratarse de la explosión de una garrafa de gas. La gente de la calle al-Mutanabi cree que fue una bomba de mortero –y los iraquíes tienen una experiencia impar en lo que es estar en el punto de llegada de toda clase de explosivos–. Un residente local incluso sospechaba de que, en alguno de los edificios pobres de la calle al-Rashid, alguien pudo haber estado fabricando una bomba que estalló por accidente.
El doctor Ghazi, consternado ante el espectáculo de los daños, decía que “esta zona está en el corazón de la historia iraquí y de las luchas del pueblo iraquí. Primero perdimos los museos. Ahora están dejando que entren árabes de países vecinos para que hagan este tipo de cosas”. La mayor parte de los bagdadíes cree que los ataques suicidas son obra de Al-Qaida o los fedayines árabes, posiblemente aliados a antiguos baazistas. Pero también distinguen entre los atacantes suicidas, de los que afirman que no pueden ser iraquíes, y los insurgentes que atacan a las tropas estadounidenses. Era difícil encontrar un iraquí que no aprobara el ataque al hotel al-Rashid. Pero lo que está ocurriendo no aumenta la popularidad de las fuerzas de ocupación porque se culpa a Estados Unidos de no haber prevenido que Al-Qaida entrara al país.
No todos en la calle al-Mutanabi desesperan. El viernes es el día que los libreros exhiben sus libros sobre un lienzo en la calle misma. Pese a la explosión y al devastador incendio, ayer seguían vendiendo libros. Libros de clérigos chiítas en árabe se codean con Shakespeare, Dickens y obras sobre la historia de Irak. A menudo los libros fueron traídos por estudiantes iraquíes que estudiaron en Gran Bretaña en los años ‘30 y en los ‘60. Vender libros en Irak durante los últimos 30 años nunca fue untrabajo para timoratos. Bajo Saddam Hussein, la calle al-Mutanabi era frecuentemente objeto de operaciones de rastreo por el escuadrón especial al-Amn, la fuerza de Seguridad General, en busca de libros políticos y religiosos prohibidos contrabandeados desde el exterior, fotocopiados y vendidos en secreto. Los libreros atrapados con un libro prohibido eran arrestados, encarcelados y a veces ejecutados. Pero en general, el estado de ánimo en Irak está ensombreciéndose ante temores de la gente de que el país pueda estar enfrentando la perspectiva de años tempestuosos como el Líbano al comienzo de la guerra civil en 1975. Paul Bremer, el jefe de la administración civil dirigida por Estados Unidos y denominada Autoridad Provisoria de la Coalición, dice que nadie se fija en las buenas cosas que este cuerpo ha logrado. Esto dista de ser sorprendente, ya que Estados Unidos no ha logrado poner en marcha un canal de televisión local creíble, posiblemente porque el contrato fue entregado a un proveedor estadounidense sin experiencia. El presidente Bush llegó a jactarse de que Bagdad estaba llenándose de antenas satelitales, sin advertir que los canales árabes de televisión son profundamente hostiles a la ocupación.
El vacío de información verdadera es llenado por rumores que barren Bagdad en pocas horas, en esta ciudad de cinco millones de habitantes. El rumor que corría ayer en todas las calles era que los atacantes suicidas volverían a golpear esta mañana, y muchos iraquíes que tienen empleo decían que no irían a trabajar.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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