Vie 07.11.2003

EL MUNDO  › DIEZ MESES DE MANDATO DEL BRASILEÑO LULA DA SILVA

La paradoja de Lulinha paz y amor

Casi un año después de su elección, la imagen del presidente Lula goza de popularidad, pero aún no concreta sus programas sociales.

Por Juan Arias *
Desde Río de Janeiro

En este momento, casi al año de su victoria, al presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que llegó al poder con el lema “la esperanza venció al miedo”, se le ha acabado la luna de miel, la oposición lo sigue de cerca y José Rainha, el que había sido el líder más importante del Movimiento de los Sin Tierra, sigue en la cárcel, considerándose “preso político”. El “Lulinha paz y amor” de la campaña electoral ha cambiado de humor y ya arremete contra sus adversarios y hasta ha llegado a calificar de “cobardes” a sus antecesores en la presidencia de la República. Y mientras tanto triunfa su política macroeconómica y los inversores extranjeros siguen confiando en el país.
Según sus asesores más cercanos, la baja de popularidad de Lula en las encuestas, a pesar de que todavía es muy grande, se debe a que, como escribió la comentarista política Tereza Cruvinel, “la mayoría de los ministros es reincidente en el arte de crear hechos negativos”. O sea, que buena parte del Ejecutivo por él creado no está funcionando. Un hecho es cierto: mientras el consenso de la población a Lula, según el último sondeo de Datafolha, se mantiene en un 60 por ciento, la media de su gobierno ha bajado a un 38. Eso ha llevado a Lula a pensar incluso en un recambio completo del Ejecutivo, algo que sus asesores le han desaconsejado porque podría crearle la imagen negativa de que a sólo un año de las elecciones su gobierno ha fracasado. Lo que sí ha confirmado es un reajuste a fondo, porque además tiene que buscar espacio para dar dos o tres ministerios al partido conservador PMDB (Partido del Movimiento Democrático de Brasil) que ha decidido entrar en el gobierno.
Los analistas, sin embargo, están divididos a la hora de analizar las dificultades que Lula va encontrando para realizar su sueño de cambiar este país a través de un nuevo modelo económico capaz de acabar con ese triste record de ser el país con la distribución más injusta de renta del planeta. Se apunta que, para asegurar la macroeconomía, detener la inflación, asegurar el cambio y comenzar a hacer crecer la economía y las exportaciones, Lula se vio obligado a dejar, por el momento, un poco de lado sus grandes promesas de reformas sociales. De ahí que aún ni haya empezado la tan esperada Reforma Agraria, lo que ha llevado al Movimiento de los Sin Tierra (MST), del que antaño el presidente había participado activamente, no sólo a romper la tregua prometida cuando Lula ganó las elecciones sino a recrudecer sus luchas, con un mayor número de invasiones, de tierras y con mayor violencia, lo que ha llevado a la cárcel a José Rainha, a quien se lo considera un “preso político”.
La Conferencia Episcopal de Brasil, que sigue apoyando la experiencia progresista social de Lula, le ha advertido que o hace rápidamente la Reforma Agraria o podría tener que encarar “una revuelta social”.
Pero, por otro lado, es verdad que Lula está encontrando, por otros motivos, dificultades en hacer visibles sus prometidas reformas sociales. La reforma de la Seguridad Social aún no ha sido aprobada definitivamente y ha acabado muy aguada debido a las presiones de los poderosos; la reforma fiscal quizá ni sea aprobada este año y, según los empresarios, que fueron un factor decisivo en la elección de Lula, va a servir sólo para aumentar por el momento los impuestos y sólo dentro de unos 14 años podrá comenzar a dar frutos positivos con una desaceleración de la carga fiscal. Tampoco ha conseguido el nuevo presidente dar importantes avances en la lucha contra la violencia en las grandes ciudades, algo que preocupa mucho a la opinión pública. Baste un botón de muestra: en San Pablo han aumentado los secuestros, y en Río, que es la tarjeta postal del turismo internacional, los cariocas, ante el aumento de la criminalidad y de los asaltos, están abandonando la vida nocturna y en vez de ir a disfrutar de las playas más famosas del mundo, como las de Ipanema o Copacabana, se están refugiando en las piscinas y clubes privados ante el miedo de ser asaltados en pleno día y en plena playa. Y el responsable de la Seguridad nacional, escogido por Lula, ha tenido que dimitir, por presunto nepotismo, al haber fichado para su Ministerio a su mujer y a su ex mujer.
Y por último, el gran desafío de Lula es lo que constituye su proyecto estrella de Hambre Cero. Aunque, según sus organizadores, la ayuda de 15 dólares a las familias más pobres ya ha alcanzado a un millón de las mismas, en realidad “por razones burocráticas” y porque los gobernadores se resisten a centralizar en Brasilia tales ayudas, el proyecto aún no ha acabado de arrancar. Y la oposición ha presentado un estudio, según el cual, por cada real distribuido hasta ahora el gobierno está gastando 1,77 reales en costes administrativos.
A la vez, día a día se están levantando más voces aconsejando a Lula empeñarse más que en ese proyecto de Hambre Cero, que puede aparecer como meramente asistencialista, en el de crear empleo. Había prometido crear diez millones de puestos de trabajo en sus cuatro años de mandato y hasta el momento sólo se ha realizado un uno por ciento de lo prometido.
Eso ha llevado a Antonio Ermírio de Moares, responsable del Grupo Votorantim, con una facturación anual de 4000 millones de dólares, uno de los mayores y más importantes grupos industriales del país, a calificar, en una larga entrevista al semanal Veja, de “limosna”, el proyecto de Lula, con estas palabras: “Los hombres lo que quieren es un empleo, quieren crear una familia con el fruto de su trabajo. La limosna de Hambre Cero crea dependencia, mientras que el trabajo hace a la persona independiente del gobierno”. Y concluye que hubiese preferido que en vez del proyecto Hambre Cero, Lula hubiese lanzado el de “Desempleo Cero”, ya que, afirma, “es eso de lo que Brasil está necesitando”. En el estado de San Pablo el desempleo ha superado el 20 por ciento y se considera que el 51 por ciento del trabajo del país es trabajo negro.
Lula, sin embargo, sigue pidiendo tiempo y asegura que ni una de sus promesas electorales quedara sin atender al acabar su mandato. Los pobres y campesinos, según el obispo catalán Pedro Casaldaliga, siguen confiando en Lula, aunque, como dijo a este periódico, con “una esperanza cansada”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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