EL MUNDO
› OPINION
Guerra dentro de la guerra
› Por Claudio Uriarte
Pareciera que Al-Qaida vuelve a decir que está presente. Y en Ramadán. Después de los atentados seriales en Irak de la semana pasada contra comisarías y la Cruz Roja –que llevaron su sello, por la sincronización y espectacularidad–, lo ocurrido ayer en Arabia Saudita parece un subrayamiento. Después de todo, Arabia Saudita es la patria de Osama bin Laden, y la fuente de parte de sus recursos financieros. Esta esforzada reaparición en escena tiene un objetivo inequívoco: señalar a la organización –y a sus particulares y rígidas creencias– como líder del mundo árabe, golpeando sobre la causa presente contra la cual éste más puede identificarse: la ocupación estadounidense de Irak. Ya que (también después de todo) gran parte de las guerras internas del mundo árabe se dirimen entre antagonistas cuyo objetivo es quedarse con el liderazgo del mundo árabe.
Esta operación no llegó sin aviso. Anteayer, la embajada norteamericana en Riad había cerrado por razones de seguridad, en medio de informaciones de que Estados Unidos o sus ciudadanos podían ser víctimas de un ataque inminente. Que el blanco elegido haya sido Riad cuadra con otra de las marcas de fábrica de Al-Qaida: el oportunismo. Arabia Saudita es uno de los regímenes más cerrados y represivos del mundo, y Osama bin Laden es un expatriado, pero el jefe de Al-Qaida nunca dejó de tener poderosos partidarios dentro de su Casa Real de 6000 príncipes. El secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, anunció este año el retiro de la mayoría de sus tropas, pero muchos occidentales viven allí trabajando para la industria del petróleo. Es, en cierto modo, como la serpiente que se muerde la cola: Estados Unidos, por su dependencia del petróleo, y sus negocios con Arabia Saudita, alimenta a los mismos terroristas que lo atacarán. La circunstancia recuerda también a una frase falsamente atribuida a Lenin, pero igualmente premonitoria: “Los capitalistas se matarán entre sí para disputarse quién nos vende la soga con que vamos a ahorcarlos”.
Pero esto se parece a una racionalización moralizadora, y la política internacional no se hace de estas cosas. Al-Qaida está apostando a la desestabilización, y EE.UU. a otra cosa, y el desenlace de la pugna no está escrito en ninguna parte. Lo que es claro es que el mundo árabe no puede considerarse una unidad sino un conjunto de facciones en guerra. Y allí es donde radican las esperanzas de la administración Bush.