Por Miguel González *
Desde Bagdad

La esposa y una hija de Izzat Ibrahim Al Douri, ex mano derecha de Saddam Hussein, a quien los servicios secretos estadounidenses consideran el cerebro de la actual resistencia iraquí, fueron arrestadas el martes en la ciudad de Samarra, a unos 100 kilómetros al norte de Bagdad. El coronel William McDonald, portavoz de la Cuarta División de Infantería de EE.UU., explicó ayer que, tras recibir información de que la esposa y seguidores del fugitivo se habían escondido en Samarra, fuerzas especiales asaltaron un edificio donde estaban las dos mujeres, junto a la hija del médico personal de Al Douri.
El coronel McDonald no reveló la identidad de las tres detenidas –se cree que Al Douri tiene más de una esposa– ni tampoco los cargos que se les imputan y se limitó a decir que han sido arrestadas para interrogarlas. Washington ha ofrecido una recompensa de 10 millones de dólares por cualquier información que conduzca a la captura de Al Douri, que figura con la K de tréboles en la baraja de los líderes iraquíes más buscados distribuida por el Pentágono. El general Raymond Odierno, jefe de la Cuarta División, afirmó ayer por su parte que cree que Saddam está en Irak, aunque se mantiene en constante movimiento. Todo esto ocurría mientras una operación norteamericana en Mosul, en el norte del país, dejaba cinco muertos, entre ellos un niño de 12 años.
Nacido hace 61 años en la ciudad septentrional de Tikrit, como el propio Saddam, Al Douri era vicepresidente del Consejo del Mando de la Revolución (CMR), máximo órgano de poder del régimen. En 1968, participó en el golpe de Estado que llevó al poder al partido Baaz. Veinte años después, intervino en la represión del levantamiento de los kurdos, contra quienes se utilizaron armas químicas, por lo que fue acusado de crímenes de guerra en un tribunal de Viena. Tras la guerra del Golfo, en 1991, supervisó los tribunales que mandaron al patíbulo a miles de chiítas.
Representó a Saddam en varias cumbres de la Liga Arabe y estableció sólidos contactos con grupos fundamentalistas islámicos que, según los servicios de inteligencia estadounidenses, habría aprovechado ahora para servir de nexo entre la resistencia iraquí y grupos terroristas en la órbita de Al-Qaida. Se asegura que padece cáncer desde hace años, pero este dato nunca se ha podido confirmar.
La detención de los familiares de Al Douri coincidió con la visita a Irak del ministro de Asuntos Exteriores británico, Jack Straw. Pese a que los responsables de la Administración Provisional de la Coalición (CPA) se esfuerzan por transmitir la idea de que la inseguridad está remitiendo, las circunstancias del viaje evidencian lo contrario. Rodeado por el secreto, Straw llegó a la capital el martes por la noche, procedente de Basora, donde está el cuartel general de los 9800 soldados británicos desplegados en el sur del país. Su presencia en Bagdad sólo se conoció ayer, poco antes de que abandonara el país, tras reunirse con el jefe de las fuerzas estadounidenses, el teniente general Ricardo Sánchez, y varios miembros del Consejo de Gobierno iraquí.
Ayer por la noche fue atacado con cohetes el complejo fortificado donde se encuentran las sedes de la administración ocupante. Un incidente casi rutinario que no tuvo más consecuencias que el ulular de las sirenas y la evacuación del personal hacia zonas seguras y no tendría mayor trascendencia si el jefe de la diplomacia británica no se hubiera encontrado alojado en ese momento en su interior.
Straw restó importancia al hecho y se mostró convencido de que la aceleración del proceso de recuperación de la soberanía por parte de los iraquíes ayudará a mejorar la seguridad. Aunque entonces no se advirtió de ello, ayer aseguró que “un conflicto de baja intensidad” como el que ahorase desarrolla en Irak estaba ya previsto desde antes de la guerra, por lo que no es ninguna sorpresa.
Menos complaciente se mostró el teniente general retirado Jay Garner, primer administrador estadounidense de Irak. Garner, que fue sustituido a las pocas semanas de llegar a Bagdad por el diplomático Paul Bremer, reconoció en declaraciones a la BBC que se cometieron graves errores al inicio de la posguerra. En concreto, admitió, se deberían haber enviado más soldados, se tendría que haber hecho más por restaurar el suministro eléctrico y otros servicios esenciales, debería haber existido mayor comunicación con la población local y, sobre todo, no se tendría que haber desmantelado su ejército, facilitando así una cantera para el reclutamiento de combatientes contra la ocupación. Las palabras de Garner, más que autocríticas, fueron una dura crítica contra sus superiores en Washington –de cuyas peleas internas se quejó– y contra su sucesor, quien decidió licenciar a los militares iraquíes.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.