EL MUNDO › LOS CRISTIANOS DE SADAD, SIRIA
Yusef tiene las valijas hechas para huir si el grupo jihadista Estado Islámico (EI) ataca su pueblo cristiano en el centro de Siria, donde el miedo echa a perder las fiestas navideñas. “No hay árbol de Navidad en mi casa, ni lugar para la alegría”, lamenta este hombre de 65 años que vive solo desde que envió a su familia a una localidad cercana.
Sadad, situada a 60 kilómetros de Homs (centro), se encuentra actualmente bajo el control del ejército pero el EI está a 15 kilómetros. Antes del comienzo de la guerra en 2011, vivían 12.000 personas en esta localidad, en su mayoría siríacos ortodoxos y católicos. Hoy está casi vacía. La población huyó por miedo a convertirse en la próxima víctima de los jihadistas que se apoderaron de la ciudad vecina de Mahin hace unos días.
En vez de adornos navideños y del trineo de Papá Noel se ven militares uniformados y blindados. “Tememos que se repita lo ocurrido con la invasión de nuestro pueblo por el Frente Al Nosra (brazo armado sirio de Al Qaida) en 2013, aunque esta vez con Dáesh” (acrónimo árabe del EI), reconoce el alcalde Suleiman Jalil.
Y es que desde octubre de 2013 Sadad cambió de manos varias veces entre los rebeldes y las fuerzas prorrégimen, que se acabaron imponiendo. Un centenar de civiles murieron en los combates. La localidad cuenta con nueve iglesias, algunas de ellas muy antiguas. Sólo tres siguen abiertas, como la Teodoro, donde unas mujeres oyen misa en siríaco.
“¿Cómo me iba a ir cuando mi hijo está en el frente para defenderme y para defender la aldea?”, se pregunta Shams Abud, un ama de casa de 62 años. De la fachada de la iglesia cuelga una enorme pancarta con retratos de unos sesenta “mártires de Sadad”, entre ellos varias ancianas.
“Los adornos de Navidad y la alegría de las fiestas desaparecieron este año, al irse la mitad de los habitantes por miedo a la llegada de Dáesh”, afirma el sacerdote Mtanios Melhem Satuf.
Del otro lado del pueblo, Amar al Hay, un scout, improvisa con unos amigos un árbol de Navidad cubriendo una estructura de hierro con una manta verde que piensan decorar. También se inventaron un Belén. “La mayoría de la gente no ha adornado la casa pero quisimos sacarles una sonrisa a los niños y hacerles olvidar los ruidos de los cañones”, explicó Amar al Hayy.
Las escuelas de Sadad cerraron para albergar a los combatientes enviados en refuerzo desde la zona del campo de gas Shaar, controlada por el régimen, en la provincia de Homs.
También llegaron más de 700 miembros del movimiento chiíta libanés Hezbolá, que apoya al régimen de Bashar al Assad. Los habitantes los alojan porque “pese a nuestras divergencias ideológicas con el Hezbolá, luchamos contra un enemigo común, Dáesh, y por eso les hemos abierto más de 40 casas”, explica Jalil.
“Los combatientes del Hezbolá son regalos de Papá Noel para la aldea. Cuando se acercó Dáesh, la fiesta de Navidad se alejó. Cuando llegó el Hezbolá, la fiesta volvió”, dice sonriendo Kifah Abud, un profesor de francés de 48 años. Son “garantes de la paz y de la seguridad” para los habitantes, explica el alcalde, que considera a Sadad como el “símbolo de lo que queda de los cristianos de Oriente”.
Mtanios Muas, un hombre de unos 70 años, decidió quedarse en la aldea al enterarse de la llegada de refuerzos militares. “Lo único que deseo –dice– es que las fiestas transcurran en paz.”
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