EL MUNDO › EL PRIMER MINISTRO FUE DURAMENTE CRITICADO POR LA PRENSA BRITáNICA Y YA NO HABLA DEL PLEBISCITO
El gobierno quiere terminar con la incertidumbre que causa en inversores y empresarios la posibilidad de que los británicos abandonen la Unión Europea, decisión que podría desbarrancar a la alicaída economía mundial.
› Por Marcelo Justo
Página/12 En Gran Bretaña
Desde Londres
David Cameron no quiere hablar de fechas para el referendo sobre si continuar o no en la Unión Europea. Como quien pone el pie en el agua para probar la temperatura, defendió en la Cámara de los Comunes el borrador para un nuevo acuerdo del Reino Unido con la UE difundido el martes y duramente criticada por muchos de sus diputados y el 90% de la prensa británica. “No va a convertir a la Unión Europea en una organización ideal, pero va a fortalecer la posición británica”, indicó Cameron a la cámara.
En cuanto a la fecha concreta señaló que todavía “quedan muchos detalles por resolver” antes de la cumbre europea que en dos semanas debería dar a conocer la propuesta final. La fecha límite para el referendo es diciembre del año próximo, pero el gobierno quiere terminar con la incertidumbre que causa en inversores y empresarios la posibilidad de que los británicos decidan abandonar la Unión Europea, decisión que, según una encuesta de fin de año realizada por Bloomberg entre analistas económicos mundiales, podría ser uno de los black swans (cisnes negros o eventos inesperados y cataclísmicos) que este año desbarranquen a la alicaída economía mundial.
La presentación del borrador despeja el camino para dar los pasos burocráticos necesarios para una consulta popular a fines de junio, pero nada está del todo decidido. Este viernes el primer ministro buscará convencer al recientemente elegido gobierno de ultraderecha polaco de que respalde un nuevo acuerdo. Será el comienzo de una nueva ofensiva diplomática con los países de Europa del Este que son los más afectados con el capítulo inmigratorio de la nueva propuesta. Pero el frente más problemático que enfrenta el primer ministro es el doméstico.
Una encuesta del euroescéptico canal del grupo Murdoch, Sky, mostró que más de dos terceras partes del electorado piensa que el actual borrador no es un buen acuerdo para resolver la conflictiva relación británica con la UE. Los titulares de la mayoría de los periódicos (con la excepción del The Guardian y Financial Times) fueron igualmente lapidarios. Desde “El gran engaño” del ultraconservador Daily Mail a “¿A quién crees que estás embaucando Cameron?” del sensacionalista The Sun los poderosos tabloides fueron unánimes mientras que entre la “prensa seria” se percibió el mismo escepticismo con un lenguaje más elegante.
En la Cámara de los Comunes la tarea de vender este borrador tampoco resultó particularmente exitosa. Entre los conservadores el ex alcalde de Londres Boris Johnson lideró la carga de sus cada vez más nutridas filas euroescépticas. “No se entiende de qué manera la negociación del primer ministro protege la soberanía e independencia del Reino Unido y su parlamento”, indicó Johnson, un político con ambiciones de reemplazar a Cameron. El líder laborista Jeremy Corbyn completó una excelente jornada parlamentaria acusando a Cameron de “coreografiar el borrador ante las cámaras como un éxito cuando, pasado todo el sonido y la furia, ha terminado en la misma posición que tenía al comienzo, es decir, buscando permanecer en la Unión Europea”. Como en otros debates parlamentarios, el impacto de las críticas se hizo visible en la cara del primer ministro que enrojeció violentamente, algo que los analistas británicos suelen atribuir a una personalidad volcánica y algunos médicos a una subida de alta presión.
La realidad es que este referendo es uno de esos disparos tácticos de la política que terminan saliendo por la culata. En la campaña para las elecciones de mayo de 2015 el primer ministro intentó neutralizar un drenaje de votos conservadores hacia el partido antieuropeísta UKIP prometiendo un referendo en caso de que los conservadores gobernaran con mayoría propia. Con las encuestas prediciendo la elección más reñida en décadas, parecía una estrategia muy astuta porque un aparentemente inevitable gobierno de coalición impediría cumplir la promesa electoral. La contundente victoria en mayo sorprendió a todos y obligó a Cameron a convocar un referendo que no deseaba.
El otro gran error de Cameron fue la retórica dura que adoptó en su negociación con la UE (ver recuadro) porque inevitablemente el borrador del acuerdo no está a la altura de la verborragia discursiva. Todo parecería indicar que, a pesar de la fría recepción que ha tenido, Cameron procederá con el 23 de junio como fecha para la consulta salvo que en las próximas semanas las encuestas se vuelvan tan desfavorables que lo obliguen a recapacitar. Una derrota forzaría probablemente su renuncia y marcaría con hierro candente su legado histórico. Pero ninguna fecha es ideal. Con la expectativa creada, suspender la consulta hasta el año próximo sonaría a incompetencia y cobardía sin ganancia política clara porque el año próximo Francia y Alemania celebran elecciones y estarán mucho menos dispuestos a hacer más concesiones en una Europa cada vez más nacionalista y desunida.
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