Dom 14.12.2003

EL MUNDO  › OPINION

El eje Houston-Madrid-Varsovia

› Por Claudio Uriarte

La cumbre de la Unión Europea en Bruselas fue un éxito, pero no para la Unión Europea –como se buscaba– sino para un protagonista no demasiado escondido tras los cortinados: Estados Unidos. Obsérvense las líneas de fractura: de un lado aparecen Francia y Alemania –los países estigmatizados por el secretario de Defensa Donald Rumsfeld como “la vieja Europa”, previamente a la guerra a Irak–; del otro, Polonia –que elogiada como parte de la “nueva”– y España, y entre ambos bloques estuvo la “mediación” –a la que nadie acusará de la imparcialidad más férrea– del primer ministro italiano Silvio Berlusconi, presidente temporario de la Unión hasta fin del año.
Polonia, España e Italia son los participantes europeos más importantes del Continente en la ocupación angloamericana de Irak. Polonia encabeza la llamada “División Internacional” que opera entre el centro y el sur del país; España dirige la brigada Plus Ultra que integran también efectivos de un surtido de países centroamericanos; Italia también ha desplegado tropas y policías en la zona. Esta semana, un memo firmado por Paul Wolfowitz, segundo de Rumsfeld en el Pentágono, tradujo claramente las consecuencias económicas de la guerra: Francia, Rusia y Alemania –las tres naciones líderes del rechazo en la ONU a los planes de invasión angloamericanos– serían sistemáticamente excluidas del próximo reparto del botín de contratos de reconstrucción de Irak; Polonia, España e Italia, ni qué decirlo, serán premiadas. La primacía de las relaciones de fuerza raramente se mostró con tanta desnudez.
Las grandes líneas estratégicas están trazadas, y parece difícil hacerlas retroceder. También esta semana, un equipo de funcionarios del Pentágono estuvo en Alemania. La misión: preparar el retiro de parte de los 70.000 soldados que Estados Unidos mantiene en el país. El Pentágono ha argumentado que la necesidad del llamado “frente central”, establecido en Alemania desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, desapareció con el fin de la Guerra Fría, y del enemigo soviético, pero la explicación no se sostiene si se mira un mapa y se comprueba que las tropas no volverán a Fort Bragg ni a San Diego sino que se desplazarán más al Este, más cerca de Rusia y más precisamente a un ex país del Pacto de Varsovia que formaba parte de la frontera occidental de la antigua Unión Soviética: otra vez Polonia, por supuesto. Este traslado integra un nuevo arco de bases y facilidades militares estadounidenses con pie en otros países ex comunistas (Rumania, Bulgaria, etc., también integrantes de la “byeva Europa”), y repúblicas ex soviéticas (como Georgia y Uzbekistán), en una zona de tensas rivalidades geoestratégicas donde el objetivo ya no es la contención del comunismo o de Rusia pura y simple sino la toma de una ventaja temprana sobre los recursos energéticos de Asia Central. Petróleo –se ve– con petróleo se paga, y quién mejor para saberlo que George W. Bush, un hombre criado entre los vientos con olor a petróleo de Houston, Texas.
En este contexto, el desciframiento del aparente caos de Bruselas resulta más fácil. Por debajo de la muy real y concreta puja por el reparto de los derechos de voto en la nueva institución supranacional emergente se transparenta el hecho de que esa nueva institución ha recibido un golpe muy duro. El llamado de ayer del francés Jacques Chirac a constituir un “núcleo duro” de países de la UE que avance más rápido que el resto es, en efecto, tanto una admisión como un llamado a la fractura de la UE. Porque una “Europa de dos velocidades” como la que Chirac pareció estar defendiendo implícitamente ayer implica no una sino dos Europas, que coinciden con “la vieja” y “la nueva” según la definición de Rumsfeld. Esto no es sólo una cuestión de oportunismo de la “nueva” sino de intereses y afinidades: Polonia explícitamente iba a ser postergada de los subsidios de la Política Agrícola Común (PAC) por parte de la política proteccionista francesa, mientras todo en su larga historia católica y anticomunista tendía a predisponerla en favor del alineamiento con Washington.
Bajo los comparativamente apacibles años Clinton, se suponía que la interdependencia económica evitaría este tipo de juego suma cero. Pero en esta época de preguerras comerciales permanentes, se impone el discurso rumsfeldiano: “Europa no existe; es una no entidad”. La cumbre de Bruselas muestra que se hizo todo lo posible para que esto siga siendo así.

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