EL MUNDO
Retrato de familia ensangrentado por miles de masacres y traiciones
Por Rodrigo Sosa *
Aunque durante décadas fue la familia más prominente de Irak, su historia no ha sido precisamente feliz. La familia de Saddam Hussein gozó de enormes privilegios, pero los excesos, la violencia y las conjuras palaciegas terminaron por diezmarla. Con Saddam capturado tras la delación de alguien cercano a su familia, con sus parientes vivos dispersos; los dos hijos varones y uno de los nietos muertos a manos de las tropas estadounidenses y los dos maridos de las hijas mayores acusados de traición y asesinados por el régimen, nada queda del núcleo familiar que rigió el destino de millones de iraquíes.
El 31 de julio pasado, sus hijas viudas, Rana y Ragad, y sus nueve hijos emprendieron el camino del exilio hacia Jordania. El domingo, los nietos de Saddam lloraron al enterarse en el colegio de la captura de su abuelo, según France Presse, mientras que su hija Ragad quedó conmocionada con la noticia. La hija menor del ex dictador, Hala, y su primera esposa Sajida podrían encontrarse en Yemen, como afirmó la prensa kuwaití –algo desmentido por el gobierno de este país–, o en Siria. Parte de la diáspora incluye a una familia paralela que Saddam mantuvo en la sombra con otra mujer, Samira, con quien tuvo un hijo, Alí, y que huyeron hacia Líbano tras la guerra, donde viven con nombres falsos, según The Sunday Times.
De los cinco hijos que Saddam tuvo con Sajida, su prima y primera esposa, Uday era considerado el favorito. El primogénito siempre tuvo luz verde para sus excesos y excentricidades, como su gusto por los coches de lujo, de los que poseía una colección de un centenar. Sin embargo, la violencia incontenible de Uday, útil para el castigo de los considerados traidores, se volvió en contra de Saddam cuando en 1988 asesinó a uno de sus colaboradores más directos porque sospechaba que era el enlace entre su padre y una amante. No soportó la traición familiar y lo mató a golpes. La acción de Uday, que entonces vivía con su madre y su hermana menor, Hala, provocó que su padre lo castigara con cerca de un año de exilio en la fría Suiza y no impidió, en definitiva, que Saddam contrajera enlace con su amante, Samira. Sin embargo, Sajida siempre fue considerada como su esposa oficial.
La violencia dentro de la familia de Saddam volvió a emerger en 1996, en uno de los capítulos más negros de su historia. Entonces la familia se encontraba dividida. Desde mediados de 1995, las dos hijas mayores de Saddam, Rana y Ragad, y sus hijos vivían en el exilio en Jordania junto con sus maridos, los también hermanos Hussein y Saddam Kamal, importantes jerarcas del régimen que habían caído en desgracia. Las rivalidades entre Hussein Kamal, responsable de programas nucleares y de armas químicas, y Uday habían provocado numerosos enfrentamientos entre ambos, incluyendo los puños.
Considerados unos traidores al régimen y, quizá más grave, responsables de la separación de la familia, los hermanos Kamal inspiraron en Saddam y sus hijos varones una salvaje venganza. Primero les hicieron creer que contaban con el perdón y que podían regresar. Pero la amabilidad se esfumó en la frontera, donde los esperaba Uday, que los separó de sus esposas e hijos apenas poner un pie en Irak. El paso siguiente fue que Rana y Ragad afirmaran ante la televisión que habían sido llevadas a Jordania por “engaño” y que querían el divorcio, un trámite que se resolvió en tiempo record. En ese momento la vida de los ahora ex yernos de Saddam tuvo los minutos contados. Alí el Químico, tío por vía paterna de los hermanos Kamal, lideró una operación en la que participó el propio Uday y que debía ser un castigo ejemplar: Hussein y Saddam fueron asesinados, así como su padre, el resto de sus hermanos y los hijos de éstos. Sólo uno de los hermanos, que con sabiduría e intuición desconfió de las promesas de Saddam, escapó al exterminio de cerca de 40 miembros de la familia. A los pocos días de la matanza, el régimen saldó la historia con la publicación de una nueva foto de familia con el título: “Todos unidos de nuevo. Son felices”. En realidad se trataba de una imagen de 1990 de la que se había borrado a los dos yernos descarriados.
Los excesos de Uday no sólo provocaron enfrentamientos dentro de la familia. Considerado un verdadero terror para las jóvenes en Irak, a las que violaba con brutal sistematicidad sin importarle ni su edad ni su pertenencia a familias aliadas al régimen, la incontinencia sexual de Uday terminó por granjearle numerosos enemigos. En diciembre de 1996, la traición de uno de sus colaboradores permitió la realización de un grave atentado contra su persona que no le costó la vida, pero lo dejó con una parálisis parcial. Desde entonces quedó desplazado de la línea de sucesión por su hermano Qusay, no menos sanguinario pero sí más discreto.
El golpe final para la familia Hussein llegó con la invasión de Irak que acabó con el régimen en abril de 2003. Una nueva traición, esta vez definitiva, acabó con las vidas de sus hijos Uday y Qusay. Tras permanecer escondidos tres semanas en una villa de la ciudad norteña de Mosul, las tropas estadounidenses dieron el 22 de julio con los dos hermanos. Quince millones de dólares de recompensa por la cabeza de cada uno fueron dinero suficiente para la delación: 600 soldados apoyados por helicópteros acribillaron y bombardearon la residencia y con ella los cuerpos de Uday y Qusay, y también el de Mustafá, primogénito de Qusay, que se encontraba junto a su padre.
La familia de Saddam había permanecido durante décadas inmersa en el mundo del misterio, la intriga y los rumores para el resto de los millones de iraquíes. Por eso, cuando cayó el régimen en abril, una de las primeras cosas que hizo la población fue volcarse masivamente a la adquisición de decenas de fotos y videos privados de la familia Hussein, surgidos de entre los escombros de los palacios saqueados. En ellos aparecieron escenas siempre vedadas para la mayoría, de cumpleaños, fiestas y reuniones: como en un auténtico desfile de fantasmas, emergieron las imágenes de Uday conversando con su cuñado Hussein Kamel, de Saddam besando a su nieto Mustafá. Cuadros del fin de una época, del fin de régimen.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.