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Ahora, el “programa” libio
Por Robert Fisk *
El problema que tengo con toda la saga de Khadafy es que la Libia que conozco apenas puede arreglar un desagüe o instalar un lavatorio que funcione en un hotel. De todos modos, después de años de sanciones, esta misma Libia aparentemente estaba fabricando una bomba nuclear. Científicos nucleares libios. Diga esas tres palabras una y otra vez. ¿En serio? ¿Y cuál fue esa extraña palabra en el anuncio de Downing Street? ¿”Programas”? ¿No fue exactamente ésa la palabra que usó Blair cuando acusó a Irak después de que las armas de destrucción masiva de las que él nos había hablado tanto resultaran inexistentes?
Según el anónimo “funcionarios estadounidenses” que todos los días adorna las primeras páginas de los diarios norteamericanos, Libia no llegó a obtener una bomba nuclear, pero estaba “cerca de desarrollar una”. Pero eso, ¿qué significa? ¿Qué tan cerca es cerca? ¿Un año? ¿Diez años? ¿Dentro de un tiempo? Por supuesto, Khadafy solía fascinarse con las armas. Como el dictador de ese maravilloso poema de Auden, “la poesía que inventó era fácil de entender... él estaba muy interesado en ejércitos y flotas”. Me acuerdo de las pegajosas noches en Trípoli, cuando este detestable hombre celebraba su propia revolución con un desfile militar de siete horas, tanque tras tanque, misil tras misil, ninguno de los cuales jamás fue utilizado. Incluso había un equipo de buzos que marchaba respirando con dificultad en esa calurosa medianoche, con snorkels y gigantescas patas de rana que se pegaban al asfalto.
Y puedo llegar a creer que entre esos tanques de la era soviética y los Sukhois y MiG 23 tapados de arena que pueblan las descuidadas bases militares de Libia, haya algunas cápsulas químicas viejas. Rabta ha sido el centro de miles de historias basadas en “fuentes de inteligencia”–parientes cercanos de los “funcionarios estadounidenses”– que han descripto a esa fábrica como la productora de agentes biológicos, químicos, centrifugadoras y otras cosas molestas. Pero todas estas armas –o programas– se diseñaron para eliminar de la faz de la Tierra, ¿a quién? ¿A Egipto? ¿Sicilia? ¿Argelia? Y si planeaban vendérselas a los “terroristas”, ¿en quiénes pensaba Khadafy? ¿Se las iban a vender al IRA, cuando lo mejor que pudo hacer Khadafy por este último fue llenar un barco con pistolas viejas que luego fue interceptado por la Fuerza Naval Real? ¿O a los extremistas islámicos a los que Khadafy había ejecutado con la misma brutalidad de Saddam en su propio país, pero para los que por supuesto jamás se abrirían sus fosas comunes? Que él nos haya entregado datos sobre los operativos de Al-Qaida no sería sorprendente. Para Khadafy esta red es un peligro, tal como lo era para Saddam. Lo único distinto acá es que ésa no es la historia que se está escribiendo para nosotros.
De ninguna manera. Lejos de ser otro asesino déspota, según Jack Straw, el coronel Khadafy ahora es “un valiente estadista”. Y mientras Blair siga quejándose de que el miserable circo montado en Irak persuadió a Khadafy de desarmarse –a pesar de que los libios lo han negado–, todas las mentiras que nos ha dicho el primer ministro sobre la amenaza de Saddam y los 45 segundos pueden olvidarse. O al menos eso debe estar esperando él.
Khadafy, el estadista. Los mismos árabes meditarán con asombro sobre este nuevo “Strawismo”. Incluso Mubarak, el presidente egipcio –hombre paciente si los hay– se mostró irritado con el incansable libio que hace viajar por todo el mundo a su vanguardia de milicianos para que lo proteja. Una vez, durante la conferencia de los No Alineados, Khadafy apareció en Belgrado con un caballo blanco con el que planeaba cruzar triunfalmente la capital serbia. Las autoridades yugoslavas vetaron el caballo, pero le dejaron armar una carpa frente al mejor hotel de Belgrado para que él pudiese tomar la leche fresca de los tres dromedarios que se hizo traer especialmente. Y éste es nuestro nuevo “estadista”.
* De The Independent, de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Milagros Belgrano.