EL MUNDO
› DESCRIPCION DE LA UNIVERSIDAD MAS ANTIGUA DE BAGDAD
Las luces del “Irak Viejo”
Por Robert Fisk*
Desde Bagdad
Justo detrás del mercado de ropa de Bagdad hay dos nobles puertas de madera entre un macizo y antiguo muro de ladrillos con las primeras palabras del Corán inscriptas arriba. Hay un solo Dios y Mahoma es su profeta. Porque el árabe clásico hoy en día sigue siendo el mismo que cuando se escribió el Corán, siempre produce un poco de sorpresa ver las palabras escritas hace tanto tiempo con la misma escritura y sentido. Cuando el Califa abu Jaafar al-Mansour bin aldahar Mohamed al-Nasr hizo inscribir esas palabras en la pared de la Universidad de al-Mustansariyah, nosotros los ingleses estábamos escribiendo en el inglés de la Edad Media que pronto iba a parecerse al inglés de Chaucer.
Por cierto, los peregrinos de Chaucer hubieran apreciado la paz y la gloria arquitectónica de la universidad más antigua de Bagdad. Desde el momento que abrí esas nobles puertas, el ruido del mercado –los vendedores ambulantes y los hombres agobiados bajo el peso de las alfombras y los manteles atados a sus espaldas, los taxis y los camiones– desaparecieron. Los cuatro grandes muros de la plaza de la universidad rodean dos piscinas y los pájaros vuelan al patio desde la mezquita de domo azul de al lado. Los intricados diseños de cada pared –producto de la prohibición del Islam de utilizar formas humanas en el arte religioso– hablan de una edad de iluminación árabe apenas cien años antes de las cruzadas. Si hoy vivimos en el “Nuevo Irak”, y no estoy para nada seguro que lo hagamos, entonces esto es el “Viejo Irak”.
Cada puerta nicho alrededor del patio era el hogar de un erudito que, de acuerdo con la leyenda, murmuraría y hablaría mal del erudito que enseñaba en el nicho de al lado una buena tradición que nosotros en occidente mantenemos en la mayoría de nuestras universidades. Se enseñaba ciencia y teología conjuntamente en al-Mustansariyah, una tradición que continúa en los estantes de libros árabes donde los libros religiosos y los volúmenes sobre física nuclear y química están ubicados a menudo en estantes contiguos. Hay incluso una pequeña biblioteca a un costado del patio donde se pueden comprar viejas tesis de doctorado sobre arte islámico –hay un excelente tratado sobre los puentes islámicos y los minaretos ofrecido a la Universidad de Edinburgo en 1975– y copias de segunda mano de las exploraciones de Wilfrid Thesinger y también un relato de 1957 de las relaciones de Nasse con la Unión Soviética que demuestran que penosamente el idioma del nacionalismo egipcio copiaba la prosa de Pravda y de Izvestia.
Una guardiana camina hacia mí en la plaza afuera y hace pide un favor muy común: ¿Puede llamar a su hija en Suecia con quien no ha hablado en muchos meses? Le digo que si el Califa al-Nasr hubiera sabido que un día una mujer musulmana de Bagdad podía hablar desde este mismo patio a su hija en el norte de Europa, hubiera dudado del sentido de la vida. Ella está de acuerdo y yo llamo a Suecia e inmediatamente –sin apercibirse que yo la entiendo– ella se embarca en una larga conversación con la hija sobre la tasa de cambio para el oro y la necesidad de transportar textiles a Europa a la tasa del dólar actual.
Vuelvo a abrir la puerta y salgo al “Nuevo Irak” donde la nueva “democracia” del país está en acción. Un camión cargado de ropa blanca y una cola de aquellos que luchan, hombres esclavos con alfombras en sus espaldas están siendo confrontados por dos policías de Bagdad pagados por Estados Unidos. Los policías tienen rifles y están vestidos en ropa de civil y son idénticos a los matones que solían trabajar para Saddam y le gritan al conductor del camión y a los hombres encorvados que liberen la calle para el tráfico. Pero los hombres no quiere liberar la calle y maldicen obscenamente a los policías y un hombre gordo se acerca al mayor de los dos policías y lo golpea en el pecho con su puño. El policía lo agarra del cuello y el policía más joven, de blue jeans y chaqueta de cuero, alza su Kalashnikov y lanza un único disparo, la bala disparada porencima nuestra al cielo sobre la antigua universidad. Subo las escaleras de un siniestro multiestacionamiento del otro lado de la calle –ser el único occidental aquí no es muy reconfortante– y desde el techo miro a los policías apuntado a la multitud hasta que dan vuelta la esquina y quedan fuera de la vista.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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