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› ALI SALMAN ALI, BALEADO EL DIA DE LA CAPTURA DE HUSSEIN Y MUERTO EL DIA DE NAVIDAD
El entierro del iraquí que quería a EE.UU.
Ser chiíta sigue sin ser fácil en el Irak norteamericano. Después de una larga agonía, ayer fue el entierro de un iraquí perteneciente a esa confesión del Islam. Su crimen: haber salido a las calles a festejar la captura de Saddam Hussein. Sus probables asesinos: wahabitas ligados a Al-Qaida o miembros de la resistencia sunnita. Esta es la crónica de una ceremonia llena de paradojas.
Por Robert Fisk *
Desde Bagdad
Ali Salman Ali fue la primera víctima de la captura de Saddam Hussein, pero murió el día de Navidad. Como cuenta su padre Salman Ghazi, de 71 años, Ali debe haber estado entre los primeros musulmanes chiítas de Irak que gritaban su deleite en las calles después de que el ex dictador emergió de su pozo en la tierra. “Gritaba que los estadounidenses habían venido a salvarnos y a liberarnos de ese terrible régimen”, dijo ayer Ghazi, su cara marcada y ajada por el sol, y los ojos oscuros mirando fijamente mi libreta de apuntes. A mis espaldas, los 12 primos de Ali Salman Ali llevaban su féretro de madera barata de la morgue de Bagdad a la parte de atrás de una pickup con un parabrisas astillado y un conejo de juguete colgando de una cadena desde el espejo.
La morgue de Bagdad es un lugar bastante siniestro a cualquier hora, y más aún en un día gris, grasiento y húmedo. Y –aunque la celebración de Navidad no habría tenido lugar en los hábitos religiosos de la familia– había una especie de cansancio ayer entre los hombres parados en el barro en sus húmedos trajes tribales terminados en galones dorados. A Ali Salman Ali le había llevado casi dos semanas morir. “Esa misma tarde, lo vinieron a buscar”, dijo su padre. “Había salido a hacer compras a Kaddamiya en su automóvil y ellos estaban en otro auto que lo alcanzó y lo pasó y comenzó a abrir fuego contra él con sus rifles.” ¿Y quiénes son “ellos”?, pregunté. El padre miró a otro de sus hijos y luego a un primo que había murmurado la palabra “wahabitas”.
La secta sunnita musulmana “wahabita” en Irak está en el centro de la insurgencia antiestadounidense. Se trata de una fe purista, ascética, que tuvo, en los últimos días del reinado de Saddam, una existencia como el “Comité de la Fe”. Como chiíta, Ali Salman Ali fue, por supuesto, la víctima de una matanza sectaria, motivo por el cual su familia tenía tan pocos deseos de culpar a los sunnitas. Luego su padre señaló mi libreta de apuntes con un dedo. “Llamaremos a sus asesinos ‘los terroristas’”, dijo. Y ¿quién era yo para no estar de acuerdo? Como de costumbre, no se mencionó la muerte de Ali Salman Ali por parte de las autoridades de la ocupación que registran sólo las víctimas occidentales de la violencia iraquí. Pero, para que quede registrado, tenía 52 años, dos mujeres, seis hijos y cuatro hijas de su primera mujer, dos niñas y un niño de la segunda. Era uno de los nueve hijos de Ghazi.
Tres de ellos murieron como soldados en la guerra Irán-Irak de 1980-88, junto con cinco de los primos de Ghazi, todos soldados abatidos en el mismo conflicto. Con razón odiaban a Saddam. Todos habían crecido en una granja familiar en Najaf. Y fue a Najaf que la familia lo llevó para el entierro ayer por la tarde, no lejos del santuario del mártir chiíta Ali del siglo VII. Su padre dijo que yo podría tomar fotografías del ataúd mientras era colocado atravesado en la parte de atrás de la pickup, y uno de los primos rompió en llanto y besó el féretro de madera.
Ayer, en una calle paralela, un agente iraquí pagado por los estadounidenses estaba vigilando una destrozada casa de ladrillos donde eran lavados los cuerpos de los nuevos muertos antes de ser llevados a la morgue. Adentro había dos nuevos cuerpos, los muertos de la víspera de Navidad, recientemente llegados de la ciudad de Beiji.
“No hable con los parientes –dijo el policía–. Ambos hombres fueron muertos por los estadounidenses. Uno trabajaba en una fábrica y fue muerto afuera cuando la resistencia disparó a los soldados estadounidenses. Los estadounidenses disparaban a todo lo que veían. La gente está enojada porque usted parece estadounidense.” Pero todos se dieron las manos y se pararon frente a nosotros con sus cabezas gachas y preguntaron por qué la tragedia de Irak estaba empeorando. El policía quería la última palabra. “Saddam nos trajo esta tragedia y los estadounidenses la usaron”, dijo. “¿Quiere saber quién tiene la culpa? Yo le digo esto: a la mierda con Saddam y a la mierda con Estados Unidos”.
Y los hombres permanecieron allí de pie, más hombres tribales en trajes negros con los mismos galones gris dorados, musulmanes sunnitas esta vez pero con el mismo aspecto de desesperanza que la familia chiíta a unos 100 metros de distancia. Y llovía tan copiosamente que el agua se escurría por sus hombros y descendía por el frente de sus trajes y el policía se refugió en la casa de ladrillos donde estaban lavando los cuerpos.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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