Sáb 27.12.2003

EL MUNDO  › OPINION

Saddam debe ser juzgado al estilo Nuremberg

Por Abraham Cooper y Harold Brackman *

Extraído de su “nido de ratas” por los soldados estadounidenses, pudimos ver al dictador iraquí bajo examen médico. Probablemente, el médico no sólo estaba tomando una muestra de ADN, sino también buscando alguna cápsula de cianuro escondida –del estilo de la que utilizaron los lugartenientes nazis Himmler y Goering para escapar de la Justicia.
¿Qué hacer entonces con el padre de los tiranos contemporáneos? Apenas había pasado un día en prisión cuando un coro de voces políticamente correctas se alzaron contra cualquier sugerencia de que pueblo iraquí junto a la coalición liderada por Estados Unidos lo sometieran a juicio por genocidio y crímenes contra la humanidad. Los críticos dicen que semejante juicio representaría la “justicia de los vencedores” –al estilo Nuremberg– y que en vez de representar la verdadera Justicia sería un acto de venganza. ¡Incorrecto! De hecho, un tribunal multilateral como el de Nuremberg es el camino correcto.
Recordemos que Saddam cometió crímenes de guerra contra los iraníes, los kuwaitíes, los sauditas y contra otros pueblos del Golfo, además de haber lanzado 39 misiles Scud contra Israel durante la primera Guerra del Golfo. Participó de un complot para asesinar al ex presidente George Bush y se sospecha sobre su posible vinculación con el ataque contra el World Trade Center en 1993. Además, fue uno de los promotores financieros del terrorismo palestino, otorgando subsidios de 25.000 dólares a las familias de los suicidas. Cada víctima de Saddam tiene derecho, desde el punto de vista legal y moral, de confrontar a su victimario.
No obstante, los mayores crímenes de Saddam fueron contra el propio pueblo iraquí.
En marzo de 1988, las fuerzas de Saddam gasearon a los ciudadanos kurdos de Halabja. Por lo menos 5000 personas murieron; 3200 fueron enterradas en fosas comunes. Halabja tuvo la desgracia de situarse en una zona de más de 1000 aldeas kurdas que el régimen de Saddam había resuelto erradicar. La ofensiva iraquí se llamó “Anfal”, siguiendo una cita coránica que supuestamente justificaba el asesinato de infieles. Simon Wiesenthal fue una de las muy pocas personalidades que alertó al mundo para que actuara de inmediato: “El silencio sólo servirá para dar coraje al tirano”. Recién en 1991 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se movilizó para proteger a los kurdos de Irak; demasiado tarde para cientos de miles de víctimas de “Anfal”.
Mientras tanto, el dictador iraquí interpretó correctamente la docilidad del resto del mundo como una luz verde para su accionar criminal. Cualquier murmullo europeo fue ahogado por la carrera frenética detrás de contratos ligados al petróleo, las armas y la tecnología. Y, francamente, algo parecido ocurrió con Estados Unidos antes de la invasión iraquí a Kuwait en 1990. Probablemente esto explique por qué casi nadie actuó durante los años 90 para salvar a los iraquíes de su tiranía.
Pero ahora, con Saddam preso, el mundo debe oír los gritos silenciosos de los kurdos y de otras tantas víctimas anónimas.
Un juicio contra Saddam en tierra iraquí, ante un sistema judicial reconstituido, fortalecerá al pueblo iraquí y otorgará voz a las víctimas de Saddam. Se debe promover una iniciativa de estas características, para que llegue el día en que jueces iraquíes, sentados junto a observadores internacionales, puedan hacer justicia. Aún con sus imperfecciones, los juicios de Nuremberg constituyen el modelo apropiado si los comparamos con la actual experiencia europea de procesos dilatados y controvertidos, como el del caso del agente libio que hizo explotar el avión de TWA sobre Lockerbie que cumple su sentencia en una suite privada con teléfono y otras comodidades.
Fue en Nuremberg que los judíos víctimas de Hitler pudieron hacer oír sus voces ante la comunidad internacional, dos años antes del establecimiento del Estado de Israel. Los iraquíes, que tienen un Estado, no pueden verse privados de su jurisdicción soberana bajo el argumento de que están motivados por un deseo de venganza.

* Cooper es rabino y decano adjunto. Brackman, consultor del Centro Simon Wiesenthal de Los Angeles.

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