EL MUNDO
› OPINION
Dos resistencias sin una nación
› Por Claudio Uriarte
Puede la ocupación angloamericana de Irak lograr el milagro de consolidar, por oposición y resistencia anticolonial, una nación iraquí unida? Hasta el momento, nada lo sugiere, y en realidad hay fuertes indicaciones de lo opuesto. Irak no es una nación, sino un conglomerado poscolonial arbitrario; la ilusión de una nación se mantenía precisamente gracias a la dictadura sangrienta de Saddam Hussein, un equilibrio poco delicado que la invasión angloamericana ha venido a romper. A partir de entonces, y si los norteamericanos no logran un resultado más o menos respetable, el peligro claro es el de una guerra de todos contra todos, incluso de una disgregación del país.
Por cierto, ninguno de los componentes de este actual desequilibrio neoimperialista está fascinado con la administración de Paul Bremer, pero sí están todos dándose codazos mutuamente para ver quién se queda con la mayor parte de los rezagos de Saddamlandia cuando los norteamericanos se vayan. En este sentido, es difícil ver a la mayoría chiíta (el 60 por ciento de la población) plegándose amablemente a los dictados de la minoría sunnita que la oprimió, reprimió, masacró y expolió económicamente por décadas. Lo mismo corre para los kurdos del norte del país. Y tampoco puede verse a los ex privilegiados sunnitas cediendo amablemente el poder a los chiítas, que es lo que debería ocurrir si algo próximo a una democracia se estableciera en Irak. Lo que está viéndose en términos de resistencia consiste hasta ahora, por lo tanto, en dos cosas: a) un eje local centrado en el llamado “triángulo sunnita” entre las ciudades de Faluja, Ramadi y Bagdad, con atentados que por cierto están desparramándose fuera de ese perímetro pero que esencialmente siguen correspondiendo a acciones originadas allí; y b) las acciones de irregulares extranjeros o locales ligados a Al-Qaida, a los que parece pertenecer (por sus características de sincronicidad, sofisticación y alto potencial destructivo) el atentado de ayer en Karbala.
Los blancos de estas resistencias no son siempre coincidentes (aunque el de ayer lo sea): las brigadas internacionales tienden a atacar a todo lo que se mueva, sean norteamericanos o iraquíes, militares o civiles; los sunnitas, a concentrarse en blancos militares de la ocupación y sus aliados policiales iraquíes. Pero los atentados contra blancos civiles y religiosos chiítas desmienten fuertemente que haya una resistencia nacional unificada, a menos que la nación iraquí se concentre toda dentro del triángulo sunnita. Similarmente, la idea de una resistencia nacional también tiende a desvanecerse ante la comparativa estabilidad del norte kurdo, que ya existía en los tiempos de Saddam Hussein como una autonomía de facto, garantizada por la zona de exclusión aérea angloamericana al norte del paralelo 36. En suma, la capacidad de la resistencia está aumentando, pero la realidad política en el terreno no es demasiado distinta a la de dos o tres meses atrás: una minoría sunnita que sabe que no tiene nada que ganar con Estados Unidos en Irak; una mayoría chiíta silenciosa y expectante en pos del botín de la post-ocupación y de los pozos petroleros del sur, y una minoría kurda cuyos ojos están menos puestos en Bagdad o Karbala que en Turquía, Siria e Irán, el resto de los Estados fronterizos contra cuyas fronteras se sobreimprime el Kurdistán que quisiera ver nacer.
En síntesis, Irak parece estar al borde de convertirse en un botín de guerra que todos quieren saquear. Las alianzas internacionales de cada grupo tampoco son homogéneas: los chiítas tienen vínculos naturales a Irán, pero no siempre siguen a los ayatolas; los sunnitas se vinculan a Siria, los islamistas a Al-Qaida y Arabia Saudita. En este punto, lo que han instalado Bremer y su Autoridad Provisional de la Coalición se parece menos a la opresión colonial clásica que la anarquía. Con la destrucción del gran dictador, los angloamericanos pueden haber liberado fuerzas que no es seguro si podrán contener.
Pero en el horizonte asoma un nuevo desarrollo posible: el de una guerra contrainsurgencia en regla, una guerra sucia. La aparición de iraquíes encapuchados y vestidos de civil junto a las fuerzas norteamericanas, y el empleo por éstas de allanamientos, rastrillajes casa por casa y detenciones masivas, sugieren que el conflicto podría estar a punto de elevarse a un nuevo escalón, mucho más sangriento y conflictivo que el anterior. De ser así, se tratará de ver cómo intersecta esta nueva realidas con la larvada guerra civil iraquí.